Qué duda cabe de que esta crisis, además de números, de déficits y de curvas de deuda, nos habla de ideologías y de modelos que subyacen tras toda esa oscura maquinaria numérica que hace las delicias de los analistas económicos. Es como si hubiera un tiempo para todo. Ahora estamos en el tiempo de recurrir desesperadamente a los economistas en busca de respuestas. Economistas como Paul Krugman son, contando con el respaldo de los medios de comunicación para los que trabajan, capaces con sus artículos de desestabilizar mercados y crear grandes corrientes de opinión. En el pasado fueron Keynes, Marx, Stuart Mill, Adam Smith o David Ricardo. Siempre coincidiendo con grandes crisis económicas, ya fuesen por debilidades en la producción de cereales, por deficiencias e ineficacias de la organización industrial incipiente, por sublevaciones de la masa proletaria o por crisis relacionadas con la superproducción de bienes de consumo.

Sin embargo, a medio y a largo plazo, las observaciones que han perdurado, quienes mejor han explicado las crisis de los diferentes sistemas y modelos sociales no han sido los economistas, con sus cortos puntos de mira, sino los sociólogos. Esa ciencia que mezcla un poco de todas, que aún ha nacido apenas, pero cuyo papel en el futuro será imprescindible. Es esa ciencia interdisciplinar por excelencia la que intenta predecir y encontrar las pautas del comportamiento social. Y lo que ha descubierto y lo que nos descubre cada día es que este comportamiento no se rige por patrones estrictamente económicos como nos quieren hacer creer periodistas, economistas y aún políticos. Ni siquiera son estos patrones los más influyentes. En realidad, la única baza que hace que el análisis económico sea el más recurrente son las matemáticas, la existencia de miles y miles de números «positivos». El número tiene un poder insoslayable. Si alguien te da con un número en las narices estás perdido, no tienes más remedio que callarte. Los políticos, por tanto, se acogen a los números y se defienden con ellos. Y se acogen a las leyes, que también son «positivas», y se agarran a ellas. Y con números y leyes son capaces de defender lo indefendible.

Con números en la mano se defiende que el mercado no solo condiciona, sino que debe condicionar el modelo social. Es decir, que la sociedad debe modelarse en función de la búsqueda de un interés y de un beneficio económico. Esto, que en su día justificaron ideológicamente Lutero y sobre todo Calvino, es la propuesta que está encima de la mesa y no otra. Esto es lo que se nos va a pedir y lo que se nos va a imponer.

Causa verdadera incomprensión en países como Alemania o Reino Unido que haya todavía países en los que ese comportamiento no sea todavía la norma y su lógica interna es someter esos países a sus propios criterios (de la misma forma que un occidental reduce casi inconscientemente la Historia Universal a su punto de vista). Esto se hace con mucha más intensidad en los momentos de crisis, en los momentos en que el éxito de otros modelos empieza a cuestionar el tuyo propio, y te ves presionado por mercados y modelos económicos que antes no existían o no eran lo suficientemente maduros. La visión de Alemania es que, para competir con esos mercados, los «de-más» países de Europa tienen que adoptar progresivamente sus propios postulados económicos que se ha demostrado son los que mejor funcionan, tienen que adoptarlos si quieren ser competitivos. La visión del FMI es en lo esencial la misma: hay que adoptar a toda costa y a cualquier precio las reformas necesarias para lograr ser competitivos. En la competitividad, pues, sitúan ambos la clave para la supervivencia económica. Ahora bien, ¿y si no queremos ser competitivos? ¿Y si no queremos competir? ¿Y si los demás no están de más?

Apoyándose en la ética protestante, que ligaba de alguna forma la Gracia Divina con la prosperidad económica, los príncipes de la multitud de pequeños estados centroeuropeos fueron uno a uno suprimiendo todos aquellos entes, entidades e instituciones que no jugaban «ningún» papel en este sentido o que, incluso, según su valoración, jugaban un papel negativo, lastrando las posibilidades de crecimiento de sus nacientes estados modernos. De un plumazo se liquidaron monasterios, cofradías, hermandades, el culto a los santos y todo lo que oliera a una «no orientación del modelo hacia la búsqueda del máximo beneficio económico», es decir, todo aquello que bajo este punto de vista no fuese «productivo» o al menos «suficientemente productivo». De aquí toma nacimiento el famoso materialismo histórico y el positivismo alemán posterior, que supuso una paulatina reducción al plano de lo estrictamente económico de términos como «producto», «productividad», «beneficio» o «trabajo». Una institución que dedique tiempo y esfuerzo a producir bienes no vendibles evidentemente no será capaz de generar para el Estado ningún beneficio, pues se entiende por beneficio, en este contexto, solo el «beneficio económico». El Estado, por tanto, a medio plazo la suprimirá. La situación a lo que esto conduce es la siguiente: hundida la cabeza en los laberintos de la mera supervivencia (o supremacía) económica el Estado no puede ver a los demás países sino como competidores potenciales, lo cual le lleva naturalmente a hacer suyas las teorías de la «supervivencia del más fuerte» y organizarse en función de ellas. Así, sobre estas bases (¿qué tendrá que ver Nieztsche con esto?), se acabó por construir un nacionalismo alemán en el que el Estado aglutina todos los poderes y es el centro de todas las miradas. Alemania es el país estatal por excelencia, rebelarse contra el Estado es, para un alemán, una contradicción sin sentido. La máxima expresión de ese nacionalismo es el nacionalsocialismo que aboca, ya desde su propio discurso masivo, a la guerra, al enfrentamiento. Alemania creció impulsada por el motor de su industria de guerra, a su vez impulsada por el Estado. El éxito de este modelo político-económico está a la vista y fue, de hecho, un modelo copiado por todos y cada uno de los países que participaron en las dos guerras mundiales y pudieron contemplar in situ las excelencias de la industria alemana.

El problema con que se encuentra la construcción de Europa está precisamente en que hay una serie de países a los que les cuesta ser más competitivos por la sencilla razón de que en su idiosincrasia no se encuentra este afán de competir por todo y contra todos. Son países más individualistas donde el Estado tiene muchas más dificultades para hacerse reconocer unánimemente. En estos países el papel del Estado se cuestiona, se llame ese Estado España, Italia o Europa. Son países donde se discute, donde se habla a voces por las calles. Se discute, pero no se compite. Y no se compite porque son países que, a pesar de hablar a voces, solucionan sus problemas en los bares, y «se dan a luz» (se «reinventan») constantemente en ellos, sentados en torno a la mesa, en una terraza, mientras van y vienen las tapas y los vinos. Son países seguidores del ágape, de la reunión con viandas antes o después del culto, países festivos en los que la celebración ocurre a cada paso. En semejante tradición no tiene sentido la competencia, sino el encuentro. Son coordenadas completamente opuestas. Ahora elijan ustedes si España, Grecia, Portugal, Irlanda o Italia deben plegarse a la idea de Europa que están promoviendo alemanes, holandeses, belgas y buena parte de la Francia que linda con Lieja y con Brujas, países de tradición protestante que no protestan, sino que se someten a los dictados del Estado, en los que por muy desviados que estos vayan sus ciudadanos van a ir detrás, ¿cómo encontrarse con ellos si aborrecen los bares y las tapas y han suprimido las fiestas?¿Cómo si la fiesta es para ellos una «pérdida» de su precioso tiempo? Mientras eso no cambie, no habrá encuentro.

Establecido esto, hemos de decir que los países del Dios del Vino deben solucionar primero su propia contradicción interna y definirse de una vez: son países cuyos sentimientos y afectos están fuertemente arraigados en Baco y en Ágape, pero que funcionalmente siguen los principios de Lutero y Calvino.

6 comentarios

6 Respuestas a “CALVINO CONTRA EL DIOS DEL VINO”

  1. Spinoza dice:

    Interesante tema pero consientame; Infantil argumentación. Pueril discurso. La economia estuvo detras del gran imperio Romano, Y fueron los monjes medievales quienes inventaron la contabilidad moderna. La España imperial fue la mas competitiva. Competía a diario con las armas frente al resto de los pueblos y se financiaba en el competitivo mercado de los banqueros judíos genoveses.

    Decía Spinoza que la naturaleza es una y la misma para todos. Moléculas que forman células que se constituyen cuerpos que toman conciencia de si mismos por complefijizacion. Cuerpos conscientes que forman sociedades.

    Una y la misma ley de la fisica: la entropia, la tendencia natural e inexorable al caos si no se le opone un esfuerzo constante. Una y la misma la ley de la evolución y el progreso: prueba y error.

    Un resultado: el esfuerzo laborioso produce orden y progreso. Dejarse llevar al caos puede ser divertido en un primer momento, pero conduce a la destrucción. España es mas divertida pero no tiene futuro, no es viable.

    1. Taíd Rodríguez dice:

      Sacar a la luz un tema interesante, en estos días, en que la repetición, cuando no la copia, es la norma a la hora de generar contenidos ya es mucho y me doy por muy bien pagado con que al menos a alguien le haya resultado interesante. El discurso es pueril y la argumentación es infantil, estoy de acuerdo con ud., pero permítame añadir que, estando (todos o casi todos) como estamos, difícil es encontrar un discurso que no lo sea. Estamos (todos o casi todos) en eso, como quien dice, “recién nacidos a la luz de la razón”, a pesar de lo cual muchos nos creemos ya en la plena y acabada posesión de ella, algo que, como ud. bien decía, peca de infantil y es muy propio de los niños.
      Y desde este punto de partida reconozco que le contesto a sus argumentos. Que la economía haya sido el factor primordial que explique el éxito del “gran imperio romano” es algo cuestionable. Incluso es cuestionable que haya sido siquiera un factor importante en el desarrollo de dicho imperio (ver más abajo).
      Esto es precisamente lo que venía a decir en aquel artículo. Tendemos a acercarnos a la historia con las lentes del presente. Si en el presente, desde hace unos cien o doscientos años, la economía es el factor que más nos interesa, es con esas lentes es que nos acercamos a la interpretación del pasado, incluido el pasado más reciente. Pero es un enfoque, o más bien un desenfoque, que tienen que ver con nuestro estado actual. Si fuéramos capaces de remontarnos un poco veríamos cómo hay otros factores igual o más importantes aún.
      Que la historia y que la interpretación histórica de hechos muy recientes no sea capaz de levantar su vista más allá del mero horizonte de lo económico es algo que dice muy poco de nuestra capacidad para interpretar lo que nos ocurre. Mirando en ese plano solo nos encontraremos con que esta crisis comenzó en 2008 o así con la quiebra del banco americano Lehman Brothers. Y así pasará a la historia. Lo cual no significa, como decía más arriba, ni que sea ese el factor fundamental, ni que sea siquiera un factor importante. La crisis salvaje y el maltrato continuado a que han sido sometidos los sistemas educativos de occidente me parecen, así a bote pronto, un factor explicativo de mucho mayor calado y al que no es tan fácil colgarle una fecha “que lo aclare todo”.
      Si miramos al gran imperio romano, por ejemplo, veremos cómo la falta absoluta de cualquier tipo de escrúpulo en la mayor parte de su clase senatorial es un factor explicativo mucho más importante que la mera búsqueda de un desarrollo económico. No es la economía lo que esta detrás del crecimiento del imperio, es la codicia desmedida, el afán de acumular poder por acumular poder a costa de lo que sea y de quien sea. Por supuesto, todo está mezclado con todo, pero la acumulación desproporcionada de riquezas en las manos de una reducida aristocracia es obvio que nada tuvo que ver con lo económico (de hecho resulto ser antieconómico). Por cierto, esto es algo que se está repitiendo hoy día.
      En cuanto a la España Imperial, y tratándose de España, bien puede ud. comprender que no fue precisamente la buena gestión económica lo que estuvo detrás de su éxito. Lo estuvo y fue un factor importante en la medida en que hubo tolerancia de los conversos, y cuando no la hubo no lo fue. Por lo que el tema de los conversos me parece a mí un factor explicativo mucho más importante que la mera llegada sin más de la plata americana. Ésta, sin aquellos, lo único que hubiera provocado, desde el principio, es un alza desbocada de precios y una crisis de tres pares de gallinas.

      Los monjes medievales es obvio que su principal motivación nunca fue económica. El esfuerzo laborioso en todos los órdenes de la vida puede producir orden y progreso, pero el esfuerzo laborioso en uno solo de ellos solo conduce a la obsesión y a dar vueltas en círculos cada vez más pequeños.

  2. mariangeles dice:

    Sin duda, con datos y estilo literario podemos compartir , que de nuevo, surge el deseo germánico de dominar e imponer sus formas y maneras .
    Es imposible pretender la uniformidad , » el Sur» existe y es por variado y diverso, un mosaico de culturas, que sin duda también puede ser competitivos y productivos.No me satisface el pasado de la España imperialista con su ideología judeo cristiana y misógina.Y rechazo esa historia que también ha quemado y perseguido a mis antepasadas por tener conocimientos que sólo tenían que ser del dominio masculino ( las brujas: primeras sanadoras) y toda aquella persona con pensamiento autónomo.
    Se está poniendo de moda el » antigermanismo» pero por rechazo a su empeño de » uniformidad / razón·
    El dato del artículo, a cerca de que hablamos a voces, es así cuando lo hacemos en un ciudad como Berlín, es chocante y llamativo , pero se le ha ocurrido pensar al carácter germánico cuando se deja seducir por el Dios Baco Cómo habla, o cómo oíamos los demás al Sr Hitler……
    El Sur, el sur de Europa , claro que tiene futuro, para ello es necesario creer y apostar por la diversidad ya que somos en cuanto podemos encontrar diferencias

  3. Alicia dice:

    ¿No se ha cortado en seco el comentario de Mariángeles?
    Hasta donde he leído creo que ante la réplica de Spinoza a Taid pensé algo parecido a lo que ella, Mariángeles, escribe.
    Es verdad que los países del sur somos muy diferentes de los centroeuropeos; nuestro temperamento y nuestra forma de ver la vida es tan distinta que mal podremos por más que lo intentemos enfrentar nuestros problemas al modo de los alemanes, y las políticas y las economías actuales parece que nos tienen impuesto una especie de reto de “pues o los solucionáis al modo alemán o no hay tu tía”. Y así no puede haber ni forma ni manera de que haya tía ni solución que, aceptada a la trágala y haciendo de tripas corazón, será una solución muy en telendengue, forzada, impostada, quiero decir; y antes o después terminarán saltando chispas.
    No es que pretenda hacer demagogia, que a lo mejor sí, pero a la vista de lo estupendamente que incorporan a Baco y a Ágape — aunque tampoco es que se entiendan mal del todo con ellos, que comen como fieras y son espongitas bebiendo cerveza, aunque a la manera suya, que no es lo mismo, claro, con sus tonos de voces mesurados (no siempre) — cuando vienen de vacaciones o a hacer turismo, lo mismo todo este tinglado en el que se ve empantanada Europa tuviera una salida más esperanzadora (y más festiva) si se encarase al modo español, mediterráneo y sureño.
    La manera de ser de los españoles no es la que de a poquitos se nos ha ido inculcando — a veces pienso que por emulación de lo visto, por una parte, en tanto cine americano; y también puede por lo que hemos visto de otros países, aquí, cerca, en Europa, cuando “empezamos” a viajar y a ver mundo — y encandilándonos haciéndonos suponer que los otros, los de otros países, son más listos y más cultos y se organizan mejor.
    Nuestro concepto del confort y de todo cuanto puede hacer la vida grata (que a fin de cuentas lo que los vivos queremos es una vida grata) no está, de por sí, de raíz, asentado en la idea de que tantas adquisiciones como hemos llegado a considerar necesarias (y no lo son; coches caros, segundas viviendas, viajes de pretendido lujo) sean lo que va a hacernos felices. A mí me parece que tenemos tendencia más a vivir que a cavilar cómo podríamos vivir si supiéramos vivir de otra manera.
    Y nos dejamos empujar a pretender vivir de esa otra manera que no es nuestra.
    Y nos hemos ido subiendo poco a poco a un tren de vida consumista que, a fin de cuentas, lejos de satisfacernos nos agobia, y nos tiene con el agua al cuello, y nos amarga la existencia.
    Si dejásemos de gastar en tantas cosas que no nos importan, y de sostener tantas instituciones en las que no creemos, puede que nos cantara otro gallo.

  4. Ana dice:

    Entiendo yo que la economía ( etimológicamente traducida como el arte de gestionar la «casa») acompaña al hombre desde sus orígenes y que la forma o la orientación que va adquiriendo con el tiempo está en relación al modelo social que preconicen los poderes imperantes. Lo aclarador del articulo es que sitúa el actual estado de la cuestión en relación con los dos grandes flujos culturales que alimentan ese ambiguo colectivo llamado Europa. Indudablemente unida en sus orígenes al toro, a Creta, al gran matriarcado que suponía la talasocracía mediterránea, vivió con desgarro el ascenso del patriarcado siendo uno de sus grandes exponentes Calvino y lo que éste representa. Todo el paradigma cartesiano mecanicista, disgregador del cuerpo y la mente, del pensar y del sentir, de lo material y lo espiritual, creció en base a sus supuestos. Sin negar los éxitos y avances que este paradigma nos ha reportado, no podemos dejar atrás esos otros valores caóticos, creativos y aventureros que Baco/Dionisio abandera. Es hora de la integración, del descubrir esa forma de convivencia que facilite el encuentro que preconiza el autor. Para ello primero hay que ser conscientes de los diversos y contradictorios valores en los que, por herencia histórica,estamos envueltos , ver como conforman e informan nuestra trayectoria vital y desde allí dejar la respuesta al viento.

  5. José María Bravo dice:

    Me he deleitado, como siempre, con lo escrito por Taid Rodriguez, en su respuesta a algún comentario de su articulo «Calvino contra el Dios del vino». Eso de jugar todo a la Economía no embriaga, embrida la realidad.

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