El año pasado un pequeño equipo de una liga de futbol alevín (chavales de once años) fue amonestado por “humillar” a su rival tras ganarle 53-0. El equipo perdedor se retiró de la liga. Aunque no puedo evitar pensar que probablemente esos chavales no tenían mucho futuro en el mundo del futbol, lo que es evidente es que ganar a cualquier precio y humillando así no es la mejor manera de reflejar los valores que se supone que el deporte debe transmitir a unos niños.

En el deporte, incluso el de alto nivel, los hay que lo tienen muy claro: ganar humillando no es bueno, aunque solo sea porque es muy posible que dentro de poco tengas que volverte a enfrentar a ese rival; ese al que ahora ganas, a lo mejor en el próximo partido o en la siguiente carrera, se encuentra en mejor forma que en el día en que le venciste, y si en su momento fue humillado, ahora va a ir a por ti con toda la furia, con la mirada del tigre y el puñal entre los dientes. Por eso, algunos deportistas inteligentes no abusan, incluso cuando pueden, no disputan ciertas pequeñas victorias, aunque solo sea para evitar que un rival rencoroso se convierta en un enemigo jurado. Ejemplos que me vienen a la mente: Indurain no disputando ciertas etapas en el Tour cuando luchaba por ganar la carrera, o Vicente del Bosque diciendo a sus jugadores en la final de la última Eurocopa que ganó España que ya era suficiente, que no humillasen aún más a una Italia derrotada en un momento bajo.

Porque la gente tiene su orgullo, y puede aceptar la derrota, puede aceptar que los haya mejores o más afortunados; pero, como bien decía Maquiavelo en El Príncipe, la gente acepta muy mal las ofensas, y no las perdona nunca.

Por eso en el Foro de Davos, donde se reúnen los ricos y los poderosos del mundo, uno de los temas más candentes y que más debates está suscitando es el de la creciente desigualdad económica, una desigualdad que se está convirtiendo en una terrible ofensa para un porcentaje muy importante de la población mundial y que queda de manifiesto en el último informe de la ONG Oxfam, presentado en este mismo Foro, y que está dando mucho que pensar a estas élites del mundo.

El informe proporciona algunos datos muy ilustrativos de que algo no funciona en el Sistema económico que hemos creado. Dice, por ejemplo, que las 85 personas más ricas del mundo tienen una riqueza equivalente a la de los 3.570 millones de personas más pobres o que el 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta.

Casi todas las Leyes en economía son Leyes No Naturales, es decir son leyes deducidas a partir de datos empíricos, pero que no están sustentadas por un principio físico. Por eso, aunque a los economistas se les llene la boca hablando de Leyes, en realidad en Economía no hay ninguna Ley. Por ejemplo, la Ley de  la Gravedad Universal, que sí que es una ley física, funciona igual en cualquier lugar del universo, mientras que las leyes que ligan paro e inflación solo funcionan si eliges con cuidado los datos que vas a usar para demostrarlas.

Un ejemplo de ley empírica del estilo de las que usan los economistas sería la que le dice a un pavo de Kentucky que el granjero le va a alimentar siempre con cariño, porque lo hizo ayer, antes de ayer y hasta donde le alcanza la memoria: lo malo es cuando llega la víspera del día de Acción de Gracias y el granjero no trae el pienso sino un hacha entre las manos.

Dicho esto, lo que sí es cierto es que los comportamientos humanos parecen ajustarse a ciertas pautas, y una de estas leyes empíricas, que se manifiesta en casi todas las cosas relacionadas con el ser humano, es la llamada Ley de Pareto.

Wilfredo Pareto era un brillantísimo economista y sociólogo italiano que se dio cuenta de que, en la Italia de su tiempo, el 20% de la población era la que ostentaba el 80% de la riqueza. Las proporciones no son siempre 80/20, pero lo cierto es que la ley de Pareto no solo se cumple en economía, sino que, con valores variables, tiene aplicaciones en muchos más ámbitos del comportamiento humano: el 20% del trabajo consume el 80% del tiempo, el 80% de los ingresos de una empresa viene del 20% de los clientes, y el 80% de sus costes se los llevan el 20% de sus proveedores…

Aplicado a la riqueza, ver cómo se distribuyen esas proporciones pueden darnos una idea del grado de desigualdad de una sociedad: cuanto menor sea el porcentaje de población que controla la mayor parte de la riqueza, mayor será la desigualdad, y derivado directamente de este concepto -aunque con una formulación un poco más compleja- nace el índice de Gini, que es el indicador que se suele usar para comparar el grado de desigualdad de distintas sociedades. Este coeficiente mide la desigualdad en la distribución de la renta, y abarca desde 0, en que todas las personas tienen la misma renta disponible, a 1, en que una sola persona detenta toda la renta. Desde el principio de la última crisis el índice de Gini es, en casi todo el mundo, creciente.

Así, en España, según Eurostat (2014) este coeficiente no ha hecho más que empeorar desde 2006. El país ha incrementado su desigualdad, medida por el coeficiente de Gini armonizado de la renta disponible de hogares equivalentes de la UE, pasando desde 0,313 en 2006 a 0,350 en 2012, siendo de esperar que el dato sea aun peor para periodos más recientes.

Pero es que esta tendencia hacia el aumento de la desigualdad no es solo en España: por poner un ejemplo, el 1% de los ciudadanos en EEUU acaparó el 95% del incremento de la riqueza desde 2008, y la tendencia es similar en países en principio más igualitarios, como Suecia y Noruega. Uno de los mantras del liberalismo económico: “cuanto más ricos sean los ricos menos pobres serán los pobres” parece que no tiene mucho de cierto. Los ricos son cada vez más obscenamente ricos y los pobres cada vez lo son más.

Y una desigualdad creciente reduce, a medio plazo, el crecimiento económico y a largo plazo aumenta la inestabilidad social y política, mientras que, como indica este estudio del FMI, parece claro que una mayor igualdad ayuda al crecimiento, que es lo que de verdad necesita ahora nuestra economía.

La forma de conseguir una distribución más equitativa de la riqueza, de reducir esas diferencias entre los más ricos y los más pobres, pasa sin duda por unos sistemas de redistribución más justos, porque está claro que mayores transferencias sociales, mejores sistemas de sanidad, educación y pensiones, y un sistema de impuestos más equitativo pueden ayudar a reducir la desigualdad.

Keynes es para muchos neoliberales el enemigo por antonomasia, pero lo que parecen olvidar estos señores es que, en cuanto a sus convicciones, el economista inglés hacia parecer a gente como Friedman comunistas de la vieja guardia. Si Keynes “inventó” el Estado del Bienestar fue porque, como persona inteligente que era, y de clase acomodada, miraba a su alrededor, veía como vivía la mayor parte de la gente en Inglaterra, lo comparaba con como vivía el, y no podía explicarse por qué no estallaba, en ese mismo momento, allí mismo, una revolución.

El Estado del Bienestar, en Europa, nace para paliar la desigualdad y parar al Comunismo. Ya no hay comunismo que parar, pero los señores de Davos saben que otros peligros les acechan, espero que tomen nota y se cansen de ganar 53-0.

Porque la gente acepta muy mal las ofensas. Palabra de Maquiavelo.

Un comentario

Una respuesta para “ECONOMÍA DE LA DESIGUALDAD”

  1. Colapso2015 dice:

    http://www.oecd.org/els/soc/OECD2014-Social-Expenditure-Update-Nov2014-8pages.pdf
    Ver :“Lowest/highest quintile is defined as 20% of the population living the lowest/highest equivalised disposable income”

    En España esto que hay redistribuye de la clase baja a media y media alta. Si bien como es obvio se recauda más de los segundos, y terceros como diría un demagogo neo-liberal.

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