Entre lo propio y lo poseso

En el abordaje de los problemas que manifiestan los adolescentes los padres juegan habitualmente un papel central. Casi siempre este papel se abre camino entre el deseo de los padres de perpetuar un rol central en la vida de sus hijos, y la necesidad de estos de diferenciarse y empezar a definirse como individuos ajenos a los grupos que les han visto nacer. Aunque ahora, cada vez más, los padres suelen tirar la toalla en cuanto se encuentran con dificultades importantes, delegando en no se sabe muy bien quién las vicisitudes por las que discurrirá la vida futura de sus descendientes.

De la adolescencia ya se sabe, por los avances neurocientíficos, que es una reestructuración completa del órgano central que rige el funcionamiento psíquico, con importantes consecuencias en todo el funcionamiento del organismo. Lo hace eliminando sinapsis que ya no resultan útiles, impulsando al individuo a la creación de otras nuevas a partir de las experiencias y vivencias que se van sucediendo, restringiendo hormonas y neurotransmisores propios solo del mundo infantil, y regando el cerebro de otras con unos efectos directos sobre los constructos psíquicos más importantes (percepción, sensibilidad, cognición, metaconsciencia, sensitividad al placer y dolor internos, razonamiento, toma de decisiones, y un largo etcétera). Está claro que esta crisis es de naturaleza biológica en su génesis, y cumple un objetivo evolutivo esencial de convertir en un periodo de tiempo determinado a un niño en un adulto, destino inexorable solo experimentado en la especie humana.

Es un clásico en la aproximación a estas problemáticas, el diferente rol que juegan la madre y el padre, que de fondo no se suelen poner de acuerdo en la manera de enfocar esta realidad, que ni siquiera es percibida de forma similar, aunque dediquen esfuerzos por disimular unas diferencias que pueden resquebrajar sus cimientos.

Así, el padre, los tan habituales comportamientos erráticos, contradictorios y disruptivos de sus hijos, lejos de relacionarlos con un importante cambio de estatus que los menores reivindican, suele entenderlos como un jaque permanente a la jerarquía familiar preestablecida, viviendo preocupado los episodios que se suceden como un cuestionamiento de la autoridad parental, y entrando a intervenir de forma directa y frontal.

En cambio la madre, ante esos mismos hechos, reacciona de forma diferente, y mucho más doliente y emocional, pues aunque tampoco entiende lo que le sucede al adolescente, adopta actitudes de mayor cercanía al problema, intentando hablar con quien no suele desearlo, tratando de que recapacite con quien aún está descubriendo sus capacidades, o apelando, de una u otra manera, al vínculo afectivo creado durante todo el tiempo que dura su relación.

Esto es un botón de muestra escogido, por lo común y conocido de los fenómenos descritos, para significar los dos estilos de relación que parecen imperar entre los hombres y las mujeres, porque se puede perfectamente extrapolar la forma de contemplar un hito comprometido de transcendencia personal a la globalidad de la manera en que son vividas las experiencias, sucesos y fenómenos afectivos en los que se manifiestan las tendencias “naturales” de ambas partes. Más allá de los aspectos familiares que se ponen en cuestión, lo auténticamente relevante, buscando diferencias de interés, estriba en que el sexo o el género de los dos principales implicados en esa dinámica, es el que influye para crear y guardar unos patrones preestablecidos que no pueden ser atribuidos a ninguna otra circunstancia particular, y por lo tanto, habría un parámetro específico que entresacar en cada uno de ellos.

Se pueden ir sacando algunas conclusiones iniciales sobre los principios emocionales básicos e inevitables, derivados del género. Esto tiene cierta importancia en el debate socialmente establecido en relación a los hombres y las mujeres, por la urgencia de ir entendiendo la auténtica raíz de los conflictos que se suscitan, que parten de la distinta forma de vivir e interpretar los sucesos.

Pese a los matices, grados y excepciones, a los hombres les impulsa, en su manera de relacionarse, una interpretación apriorística relativa a la propiedad en sus distintas concepciones. Es decir, que tienden a vislumbrar la relación con el otro en tanto en cuanto a la propiedad, en lo positivo y lo negativo, al estilo de que es lo que se obtiene a cambio, o que es lo que se me exige de lo propio. Es beneficio vs pérdida, y en tanto en cuanto la resultante amaga a positivo más proclive será a la relación, y a la inversa.

De esta forma de vivirlo se desprenden muchas cosas, y en general aquella en la cual hay más garantías o seguridad de lograr un aumento del “patrimonio”, ya sea tangible o intangible la fórmula de cambio. La consideración del otro adquiere por tanto características del grado de propiedad que poseo sobre él y sus cosas, y el curso de las relaciones mantenidas cursará en términos del incremento o disminución de este, revelándose como positivas las primeras y como negativas las segundas. A diferencia de otras formas de relación posibles, no hay excesivo interés ni en el propio vínculo mantenido, ni en las corrientes afectivas y emocionales que las nutren y sustentan, sino en la obtención del beneficio considerado en términos de propiedad.

La primera gran consecuencia de este conjunto de vivencias serán las guerras y los pactos, como fórmulas para derivar los conflictos que se derivan del devenir de la relación, aunque en una sociedad “buenista” como la actual, los segundos predominen sobre los primeros. En los grupos masculinos dominará la jerarquía, como expresión de los diferentes grados o porcentajes de propiedad que cada miembro detenta del total o de la proyección futura de la actividad que el grupo realiza, similarmente a la estructura empresarial, dentro de un “clima” generalizado en el que predomine el mayor o menor estricto cumplimiento del rol asignado, en un pacto de aceptación de las bases a las cúpulas. En el extremo, es una forma de vivir en el que el otro es una circunstancia insalvable, por lo que no entiende la traición, cuando esta sucede, sino como un pacto roto.

Algunos ejemplos de las claves de traducción emocional de los fenómenos que se producen en la manera masculina de relacionarse, serán: despropio, propiamente, expropio, apropiación, propósito, copio, proponer, propuesta, impropio, o repropio. La jerga emocional de los negocios le va como anillo al dedo, a la hora de analizar los juegos relacionales masculinos.

Pese a los matices, grados y excepciones, las mujeres se sienten atraídas por el vínculo con los demás, mostrando un especial interés en la relación misma, entendiendo al otro como alguien “ajeno” con quien estar conectado y mantener un “fluido” relacional. Es decir, que la esencia de su vivencia tiene que ver con lo que sucede en la relación, en los términos afectivos y emocionales de los episodios sucesivos del “enlace”. Este estilo, será por tanto sensible a la intensidad, la cercanía y la distancia, la calidez o frialdad, etc., referenciándose y autoreferenciándose en todo momento al propio vínculo, donde los parámetros afectivo-emocionales servirán de guía para entender su posición y la del otro.

La primera gran conclusión que se puede desprender, estriba en que los aspectos en los que se mueven las vivencias derivadas de sus relaciones no son territoriales sino terrenales, no tienen que ver con un mapa de posiciones (de poder), sino con un ámbito y espacio en el que las conexiones se mueven en direcciones e intensidades deseadas o indeseables, siendo el principal objetivo el dominio y control del vínculo con el otro, en tanto en cuanto sí lo entiende como parte activa de la diada establecida. El interés se centrará en la posesión del vínculo, y su actividad y reactividad tendrá que ver con la eficacia de su manejo y su instrumentación.

La satisfacción o insatisfacción proceden de la interacción entre sus deseos y la culminación de estos, en un juego en el que el amor y el desamor van vivificando la sucesión de la intensidad de las emociones que se suscitan de forma tan imparable como, a veces, sutil e imperceptible; como las aguas subterráneas. Traducir los fenómenos que acaecen en estas formas de relación, obedecerán a claves representadas y manifestadas por: estar en posesión, poseído y desposeído, poseso, tenencia, goce, control y descontrol, dominio, entrega y arrojo.

Habiendo empezado por las diferentes reacciones parentales ante la adolescencia de sus hijos, se entiende pues que el padre reaccione como si algo suyo se le va, y la madre como si una relación se termina.

En el mundo en el que vivimos, caracterizado por la obsesión por los derechos y la igualdad en lo relativo a los hombres y las mujeres, producto de la atávica discriminación que han sufrido estas, es difícil de contemplar realidades que vienen definidas por las diferencias, mucho más evidentes en lo fisiológico y más sutiles, en el ámbito de la vivencia emocional, pero esenciales para comprender la doble naturaleza masculina-femenina que alberga la psicología humana. El auténtico cambio derivará del hecho de que se empiece a entender, aceptar y profundizar en todo lo que aporten las vivencias femeninas a la forma de entender la realidad interna, proceso que se prevé secular. Todo lo demás no dejarán de ser irrelevantes y confusos juegos de poder, que voluntaria o involuntariamente incrementan el grado de beligerancia mutuo, como desgraciadamente no dejamos de ver constantemente en los medios.

2 comentarios

2 Respuestas a “Entre lo propio y lo poseso”

  1. Loli dice:

    Si no lo he entendido mal, de tu comentario, Carlos, deduzco que el hombre entiende, como su cometido en el sentido positivo, su singular aportación, un aumento del “patri-monio”, entendido éste como un aumento de “valores”, a acumular y transmitir.

    No sé si será divagar en exceso, pero me pregunto si no sería posible que, dentro aún de unos niveles parcelados y limitados de consciencia, no se esté confundiendo que el “potencial” de lo denominado “masculino”, pueda estar ligado a abrir vías o caminos de las situaciones en las que nos creemos inmersos en ese concepto que describimos como “situación presente”, de lo que toca vivir, de lo que, quizás, se expone en el comentario como un espacio determinado en un tiempo…¿territorio?…, y lo asuma como procesos que tienen que ver con la “posesión”, entendiendo como trabajo suya la transmisión de que esta forma de entender esa “vivencia”, y califique de “positivos” los valores que lleven al “cumplimiento” de esos objetivos “patrimoniales”.

    Del otro lado….o ángulo…o Esfera…, lo “femenino”, bloqueado y marcado por lo “patriarcal”, observa cómo su relación, su comunicación y percepción de los seres y del mundo, es distinta.

    La necesidad de profundizar en los vínculos, de buscar al “otro”, más allá de la circunstancia, mapa o tiempo…puede que esté llevando a lo “femenino” a confundir, intentar amalgamar lo imposible, y a impostar su presencia con ropajes cómplices de un funcionamiento que no es el suyo.

    Quizás, describiendo así un territorio donde el funcionamiento modal del sistema, muy cómodo y orgulloso con su “etiqueta” de modernidad y avance, no esté definiendo más que un espacio de confusiones declaradas como “bienes irrefutables” y encima hasta legisladas e impuestas.

    Me pregunto, asimismo y de forma seguramente en exceso simplista, si no sería, esa capacidad aprisionada y relegada de lo femenino, de conexión posibilidad de “fluido relacional”, la que, a lo mejor, pueda responder a posibilidades más profundas de fomentar la apertura y fluidez de canales sensoriales, sensitivos…emotivos ….más allá de los modos y los tiempos congelados…más ligados a cronologías y geografías que pertenezca a formas mucho más dinámicas y trascendentes de nosotros mismos.

    Me pregunto, repito, si “lo femenino”, no estaría más bien llamado a deshacer, tratar de “aclarar” y hacer fluir más y mejor, el impulso de “lo masculino” hacia su verdadero objetivo, más allá de la traducción mermada que de ello hacemos, que parece dirigirse a potenciar la “necesidad”, y perpetuar la consigna de que “los caminos se abren, pero solo para apoderarse de ellos”.

    Si fuera ese uno de los papeles que lo “femenino” debiera ejercer, y reconocerse antes, ¿ ayudaría, en alguna manera, a que ambas vivencias “la femenina y la masculina”, que interaccionan en nosotros, a que el ser humano reconociera el “tiempo presente” como la oportunidad de descubrir su inexistencia, y por lo tanto potenciar un paso más firme hacia la “verdad”…la “libertad”?.

    1. Carlos Peiró Ripoll dice:

      Sí Loli, en la coordenada del espacio-tiempo, parece que los hombres estamos más próximos al primero, y las mujeres al segundo. En el relato bíblico del Génesis, punto de partida teológico del patriarcado que actualmente seguimos viviendo, se dice que «Y los bendijo Dios y les dijo Dios: Fructificad y multiplicaos; y henchid la tierra y sojuzgadla; y tened dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos y sobre todas las bestias que se mueven sobre la tierra», es decir, que la vocación patriarcal es agrícola y depredadora, dominadora de la Naturaleza, y todo ello es esencialmente espacial y presentista. Lo contrario del mundo matriarcal precedente que, caracterizado por el animismo fusional con la naturaleza, el tiempo presente no tiene importancia, sino que se relaciona con la vida en términos de pasado y futuro.

      Según se cuenta en los Upanishad, energéticamente la diferencia entre hombres y mujeres es mínima pero muy significativa, tanto como para establecer dos modos, aunque ninguno de estos es «puro» en ningún ser, y por tanto, dice, todos estamos hechos de las dos energías, conviviendo y pocas veces convergiendo en cada uno. La creación bíblica de «dos seres» que deben interrelacionarse, parece indicar que la interacción de dichas energías debe ser más exógena que endógena, y que la vía de síntesis no es hermafrodita sino andrógina, como posteriormente refrendó la mitología esencial de nuestra civilización.

      Por tanto, nadie debe renegar de su propia naturaleza, como ahora falazmente se nos quiere hacer pensar desde la mayor de las ignorancias, y como mínimo el trabajo consiste en que el hombre deje de invadir un espacio desde la dominación expandida del presente, y haga posible que la otra forma de tiempo coexista con el; y la mujer, deje de querer emular al hombre referenciándose en él, y se permita la vivenciación del vínculo emocional con el otro, la mejor forma posible de relación entendiendo el tiempo en su sentido vertical, es decir, transcendente.

      Un saludo cordial y gracias por tu comentario.

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