Cada vez que escribimos algo en el teclado del ordenador o de una tableta, incluso de un teléfono, estamos perdiendo un tiempo precioso por culpa de algo que, en su momento, se hizo mal aposta y que hemos heredado sin cuestionar: es uno de los ejemplos más claros de como una forma de hacer las cosas, que ahora resulta obsoleta  e ineficaz, puede perpetuarse con el tiempo.

La mayor parte de los teclados que se utilizan en la actualidad se corresponden con una distribución estandarizada de teclas: es el denominado “teclado QWERTY”, patentado por el editor de periódicos e inventor Christopher Latham Sholes en 1868. El motivo por el que las letras se encuentran en ese orden, aparentemente aleatorio, no es para ayudarte a escribir más rápido o para que te sea más cómodo hacerlo; más bien la intención es la opuesta. Se trata de que seas más lento.

Las primeras máquinas de escribir eran aparatos mecánicos que tenían una tendencia exasperante a trabarse, obligando al usuario a dejar de escribir para deshacer el embrollo. Cuanto más rápido se escribía más fácil era que la máquina fallase, por eso los fabricantes de estas primeras máquinas de escribir adoptaron un teclado en el que se trataba de separar lo más posible las letras más utilizadas en el idioma inglés, para tratar de ralentizar la frecuencia de pulsado de las teclas.

Las deficiencias tecnológicas que llevaron a la adopción del teclado QWERTY hace muchos años que han sido superadas, pero sin embargo es el esquema que se sigue usando en la mayor parte del mundo; los fabricantes lo han adoptado como estándar, y aunque se han diseñado teclados mucho más racionales, que facilitan que la escritura sea mucho más rápida, ninguno ha funcionado, no tanto por las reticencias de los fabricantes como por la de los propios usuarios: nos da pereza aprender a usarlos.

Y si nos cuesta abandonar una forma de hacer las cosas que ha sido diseñada mal adrede, ¿cómo no nos va a costar abandonar hábitos que consideramos absolutamente normales?

Voy a poner un ejemplo de hábito que en su momento podía tener su razón de ser, que puede tener su lógica en muchos trabajos o profesiones, pero que no tiene ningún sentido en la mayoría de los casos, y que con cada nuevo avance tecnológico cada vez lo tiene menos: el horario laboral.

El horario laboral nace con la Revolución Industrial. Antes, el que trabajaba lo hacía cuando tenía que hacerlo: el esclavo lo hacía todo el día y hasta la muerte, el artesano el tiempo necesario para terminar su obra, el labrador o el cabrero cuando así se lo exigían las cosechas o sus animales. Con las fábricas nace el horario laboral; primero de 15 horas, luego de 10 (en Inglaterra desde 1847, pero solo para mujeres y niños) y, más recientemente de lo que creemos (en 1919 en España), de 8 horas diarias.

Pero en realidad nadie trabaja ocho horas diarias en España, sino bastantes más; en este país, uno de los de menor productividad de Europa, es en el que la mayor parte de la gente pasa más horas en el trabajo.

Si te das un paseo por la City de Londres, o por el centro financiero de Berlín o de Zúrich, a las siete de la tarde de un día cualquiera no verás luces encendidas. Si una oficina en Madrid no está iluminada a esa hora se debe posiblemente a que la luz se ha fundido.

¿Se debe esto a que en España somos más trabajadores? No creo.  Aunque no estoy para nada de acuerdo con el tópico de que en los países del sur de Europa se sea más vago que en los del norte tampoco creo que lo contrario sea cierto; tanto en el norte como en el sur queremos hacer nuestro trabajo lo mejor posible pero, en la mayor parte de los casos, también queremos tener una vida fuera de las oficinas.

Lo que pasa es que la cultura del presentismo, como el teclado QWERTY, se ha impuesto en nuestra sociedad, y es un mal difícil de erradicar. Da igual que lo que estés haciendo tenga sentido o no lo tenga, que trates de hacer rápido tu trabajo o de ser más eficaz, porque lo importante es que estés allí, a ser posible hasta que se vaya tu jefe.

Hay trabajos en los que un horario rígido tiene sentido: un dependiente tiene que estar en su sitio mientras la tienda esté abierta y el señor que completa una parte de un proceso en una cadena de montaje tiene que tenerla terminada antes de que pase al siguiente puesto. Pero un horario rígido es absolutamente innecesario en la mayor parte de los trabajos propios de la sociedad de la información; ese modelo productivo  con el que todos los dirigentes políticos, da igual el signo, se llenan la boca diciendo  hacia dónde hay que dirigir la economía española.

Está comprobado que soluciones como los horarios flexibles y la jornada continua (preferida por nueve de cada diez trabajadores) disminuyen las bajas laborales, hacen más feliz a la gente y esa mayor felicidad se traduce en un incremento de la productividad.

Entre otras cosas, porque no todo el mundo tiene los mismos ritmos: un porcentaje importante de la población alcanza su máximo rendimiento al atardecer, o de madrugada, y sin embargo le estamos obligando a trabajar en las horas en las que es menos productivo.

Yendo un poco más allá, en la mayoría de los trabajos de la llamada “sociedad del conocimiento” el mero hecho de tener que pasar el tiempo en una oficina “física” es una estupidez. Son reminiscencias del pasado, de cuando los archivos y las máquinas de escribir estaban en la empresa. Para muchos de los trabajos del siglo XXI, existiendo Internet, la telefonía móvil y Skype, el mero hecho de tener que desplazarse para ir a trabajar es absolutamente irracional. El teletrabajo ahorra, entre otras cosas, al trabajador tiempo de desplazamiento y a la empresa el coste del alquiler de las oficinas donde sentar a esos trabajadores.

Pero el horario flexible o el teletrabajo están lejos de ser una realidad en España, entre otras cosas porque somos una sociedad infantil en que las empresas aún tratan a sus empleados como niños a los que hay que vigilar en lugar de como colaboradores a los que hay que cuidar.

Yvon Chouinard, legendario escalador, alpinista e inventor, fundó en 1973 la compañía Patagonia, que hoy es una empresa textil líder a nivel mundial. Desde el principio esta fue su filosofía:

“Queríamos que cuando las olas subieran y la nieve descendiera, los empleados estuvieran donde deben estar: afuera. Como yo nunca había querido ser empresario, ahora necesitaba unas cuantas razones para serlo. Había una cosa que no quería cambiar, incluso aunque nos pusiéramos serios: el trabajo debía ser algo de lo que poder disfrutar a diario. Todos deseábamos poder venir a trabajar dispuestos a la acción y con ganas de subir las escaleras de dos en dos. Necesitábamos estar rodeados de amigos que pudieran vestirse como quisieran o ir descalzos. Necesitábamos también horarios flexibles para poder ir a hacer surf cuando las olas fueran buenas, o esquiar la nieve en polvo después de una gran nevada, o quedarnos en casa si había que cuidar a un niño enfermo. Necesitábamos borrar los límites entre trabajo, juego y familia.”

Patagonia lleva cuarenta años dando beneficios.

4 comentarios

4 Respuestas a “Horarios que nos condenan”

  1. Loli dice:

    Si ya es penoso observar como los horarios laborales no tienen en cuenta ni ritmos biológicos, ni peculiaridades, ni circunstancias personales, aunque ello repercuta negativamente en la «productividad»perseguida, más lo es que esos horarios «industriales» se lleven a colectivos «institucionalizados», ya sea de forma pública o privada.

    Me refiero a toda esa población cuya necesidades son atendidas y asumidas por un modelo «sociosanitario» de cuidados, protocolarizado y velado por el Estado.

    Colectivos que abarcan desde menores desprotegidos, en riesgo…hasta ancianos «dependientes» o en vías de serlo, pasando por todas aquellas personas con grados diversos de discapacidad, sin famliliares que se puedan hacer cargo de ellos..o con familias a las que cada vez más se las convence de que sus seres queridos tienen que ser atendidos por «profesionales»…ya que todos los miembros, con capacidad de poder trabajar de una familia, debe ponerse ha hacerlo o a buscar empleo…si quieren, por ejemplo..vivir bajo un techo.

    Comprobar como esa atención «sociosanitaria» (y alguna vez sería interesante desglosar la palabra y ver en qué consiste de verdad) se ejerce, cumpliendo y haciendo cumplir horarios prefijados, buscar y forzar objetivos (viables o no) a cumplir…también por el propio «asistido», que es víctima de su propio «cuidador»..es patético y terrible.

    Si, por ejemplo, en el caso de las escuelas, los docentes ya tienen poca idea del funcionamiento biológico de los niños en las diferentes edades, y encima también ellos están mediatizados y encorsetados por horarios «industriales», los ancianos y resto de colectivos «tutelados», son absolutamente ignorados en sus peculiaridades biológicas y emocionales.

    Y sí que se conocen muchas cosas al respecto, pero son complejas, y para que una institución funcione como una fábrica, esas peculiaridades biológicas: distinta percepción espacio-temporal, gestión de las memorias también distinta…funcionamiento diferente del neurovegetativo..que aunque tengan un componente de desgaste, también se está comprobando que dan lugar a otro tipo de funcionamiento cronológico y biológico en el que no se profundiza…y directamente se etiqueta como «deterioro cognitivo» o dentro de algún tipo de «demencia», hasta que al final así acaba siendo.

    Se fuerza a los «atendidos» (sobre todo eso se ve en los ancianos ) a quebrar sus ritmos y los procesos de emergencia de sus memorias más remotas, porque no son compatibles con el funcionamiento y los objetivos requeridos por la institución en la que están viviendo.

    De verdad, es lamentable y terrible el encorsetamiento horario que plantea Raúl en su comentario, y a poco que se rasque un poco, se sacarían cada vez más consecuencias dañinas en las que normalmente no nos paramos a pensar porque las consideramos naturales, y propias de una socidedad moderna y en evolución…y creo que nada más lejos de la realidad…

  2. Angel dice:

    «Hay trabajos en los que un horario rígido tiene sentido: un dependiente tiene que estar en su sitio mientras la tienda esté abierta….» creo que incluso un horario tan rígido como el de un dependiente no tiene sentido.

    Es decir, que estén algunas tiendas abiertas hasta las 21h no creo que tenga mucho sentido, pero tiene su explicación en que mucha gente sale de trabajar a las 19 o 20h y eso es debido a lo que comenta el artículo sobre lo de irse mas tarde que el jefe, etc…

    Además hay algunos horarios de dependiente que son muy bestias con un monton de horas, jornada partida, etc…

    Gran artículo. muchas gracias.

  3. Godo dice:

    Y los horarios escolares y sus correspondientes vacaciones? ambos incompatibles con los horarios de sus, normalmente, padres trabajadores.

    Tal y como está organizado el sistema creo que en general todos pierden.

  4. duende dice:

    Me parece un articulo muy interesante y creo que tambien habria que definir un nuevo modelo de formación para que los rrhh en España aprendan a utilizar su tiempo profesional de forma rentable, hoy por hoy nos encontramos con que se pide la libertad de horario pero poca gente se responsabiliza de sus proyectos en un ambito de libertad total.

    Abrazo.

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