
En sólo cien días de presidencia, Trump ha provocado un gigantesco terremoto económico, difícilmente predecible cuando el nuevo presidente salió electo.
Nadie podía ignorar que a Trump le gustaban los aranceles (alardeaba continuamente de ello), pero la economía, sobre todo la estadounidense, ha digerido mal los mensajes erráticos del presidente y la desproporción de los aranceles unilaterales impuestos en el llamado Liberation Day.
Desde la toma de posesión de Trump la Bolsa norteamericana ha caído de forma parecida a como lo hizo en las grandes crisis de 2008 y del COVID.
La diferencia evidente es que, en este caso, el daño ha sido autoinfligido por la política económica del presidente.
En la economía real, PIB de EE. UU. del primer trimestre de 2025 ha registrado un descenso del 0,3% debido a un enorme incremento de las importaciones que se han adelantado a la subida de aranceles; si bien los datos de empleo en abril de 2025 han sido sólidos.
Pero volvamos al título del post ¿tiene algún sentido una política económica que parece estar dañando singularmente a los EE. UU.?
El secretario de Estado del Tesoro (equivalente a nuestro Ministro de Hacienda), Scott Bessent, escribió un artículo en el Wall Street Journal titulado “los tres pasos de Trump para el crecimiento económico”.
En este artículo plantea que, mientras Wall Street ha crecido desde 1980 un 5.500%, muchas familias trabajadoras se habían quedado atrás; confrontando Wall Street con Main Street, como expresión referida a la economía real. Según Bessent, las políticas de Trump estarían orientadas a lograr un crecimiento en paralelo de Wall y Main Street, recuperando a aquellas familias perjudicadas por la globalización.
El diagnóstico es que desde la liberalización del comercio y la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio, en 2001, casi 4 millones de americanos habrían perdido su trabajo, el 60% de ellos por la deslocalización de la producción en China. Además, el fuerte incremento de los precios de la vivienda, educación y seguro médico habría provocado una disminución de la renta disponible de muchos americanos; con lo que, a juicio del gobierno Trump, la globalización habría creado dos clases de americanos.
De este modo, Trump se presentaría como el defensor (frente a Wall Street) de una clase trabajadora norteamericana fuertemente impactada por la globalización.
Bessent, además, justifica los aranceles en las necesidades de la seguridad nacional, dado que ahora EE. UU. depende de terceros países (singularmente de China) para el suministro de elementos críticos para su economía. Y esto es algo que evidentemente preocupa en un escenario de un previsible conflicto con China.
Los tres pasos de la política económica diseñada por el equipo de Trump serían, en primer lugar, “renegociar el comercio global” a través de la herramienta de los aranceles, que permitirían obtener reducciones de barreras comerciales con otros países. En segundo lugar, una disminución de los impuestos a las clases bajas y medias y a las empresas, de manera que se estimule el crecimiento económico. Y, tercero, una ambiciosa agenda desreguladora, que permita reducir el gasto público, revitalizar la economía e impulsar la creatividad, a través de la supresión de trabas burocráticas (algo así como lo propuesto para la UE por el informe Draghi).
Aunque así explicado la letra pueda sonar bien, la música difícilmente podía haber sido más horrenda. Y los fallos son directamente imputables al presidente. No tiene ningún sentido el maltrato, menosprecio e incluso insulto a todo el resto del mundo y, singularmente, a los tradicionales socios comerciales de los EE. UU. Trump se ha comportado como un auténtico bully de patio de colegio; cuando probablemente tenía razones para considerar a los EE. UU. como perjudicado en ciertos ámbitos comerciales y podía haber tratado de abrir negociaciones para resolverlo de una forma más convencional y diplomática.
Además, el presidente se ha mostrado absolutamente errático en su mensaje, aparentando improvisación y total ausencia de plan. Los mercados le han reprochado que un día amaneciera con insoportables amenazas tarifarias y al día siguiente aparentara voluntad de negociación (con renovado entusiasmo cuando la crisis por él provocada afectó directamente a la deuda de los EE. UU.).
En fin, es posible que el equipo del presidente tenga cierta razón en el diagnóstico. Nadie puede discutir que la globalización (como cualquier cambio económico) ha dejado ganadores y perdedores en todos los países y es difícil no apoyar los esfuerzos para recuperar a los que se ha quedado atrás.
Pero Trump provoca un incendio cada vez que abre la boca y sus formas están dañando de manera difícilmente reparable al prestigio y la fiabilidad del país que ha liderado al mundo desde la Segunda Guerra Mundial y, singularmente, desde la caída del Muro de Berlín.
¿Qué proyecto tiene nuestra precaria UE? Ninguno aparte de sacar más dinero en impuestos «verdes» y arruinar cualquier proyecto sólido de nación en base a los recursos.
Como en el mundo del Derecho, no podemos quedarnos en «suposiciones» sino en hechos.
El primero de ellos es su apuesta por la resolución pacífica de los conflictos bélicos, que está siendo saboteada desde quienes ayer eran «pacifistas» y hoy conversos belicistas.
El segundo es tratar de sacar adelante un país dejado en quiebra por sus anteriores dirigentes (que se han autoindultado), por unas administraciones de incapaces que, como por aquí, sólo saben ejercer de figurones en los «partys» de la costa Este. El partido demócrata abiertamente belicista, es responsable de los muchos desmanes que ahora aparecen bajo las alfombras.
En tercer lugar -y esto hay que agradecerlo- ha despertado a Europa de la siesta distópica, demostrando que no somos nada sin ellos.
En cuarto lugar una economía carcomida por tantos «mamoncitos» del presupuesto público, no se resuelve en dos meses pero, como en Argentina, va dando resultados (USAID) de corrupción e incompetencia administrativa.
En quinto lugar creo que ha obligado al Banco Central Europeo a bajar los tipos de interés.
En sexto lugar busca un equilibrio real en el comercio mundial donde muchos se han dejado querer durante mucho tiempo. El hecho de que algunos aprovechen subir precios con la justificación de los aranceles, me recuerda cuando el COVID fue otra justificación parecida.
En séptimo lugar la recuperación industrial necesaria que se dejó en un alarde de ignorancia o maldad: Kissinger 1954 en Detroit: «De ahora en adelante la economía serán sólo tecnología y servicios» ¡Bravo! Comeremos ordenadores machacados y artefactos inútiles contaminantes cuando llegue la ocasión.
En octavo lugar, la desintoxicación de la Administración Pública USA y sus consecuencias para todos aquellos empleados que no supieron estar a la altura de su responsabilidad pública.
En noveno lugar, la eliminación de buena parte del ordenamiento (a la soviética) que coartaba libertades e imponía teorías distópicas irracionales.
En décimo lugar la devolución de la política a los ciudadanos (la soberanía nacional) por encima de los «sistemas» oligárquicos y elitistas. Eso no se lo perdonan.
En cuanto a sus modales, su aspecto, sus gestos y sus resultados, cada cual que saque sus propias conclusiones. Le han dado la mayoría.
Un saludo.
La trayectoria vital de Trump no es la de un ordenado hombre de negocios. Se parece más a un negociante que asume riesgos que unas veces salen bien y otras no. Otro rasgo de su biografía es que tuvo un programa de éxito en una cadena de TV en California durante 14 años. Como mínimo esto significa que estamos ante un gran actor, sin duda inteligente, y que no hace ascos a asumir riesgos. Como suele ser habitual en estos casos el saldo le ha resultado muy positivo.
En relación a la pregunta de Isaac traté de responderla hace unas semanas porque creo que el objetivo de Trump (y de sus asesores, no lo olvidemos) es Reconstruir la Industria de los EEUU. Algo que Biden ya venía haciendo con éxito y con un claro damnificado: La Unión Europea de Von der Leyen. Sobre la fuga de empresas europeas a los EEUU –cerrado estúpidamente por nosotros mismos el camino de la expansión a Rusia– se calla todo el mundo pero lleva tiempo pasando.
Los paganos somos nosotros sin la menor duda. Con la incompetente e incapaz cooperación de la primera sirvienta: la Sra. Von der Leyen.
Me van a permitir que me explaye porque la cuestión es muy seria para nosotros que somos las víctimas.
Los europeos nos encontramos con una fiscalidad desaforada y unos costes de energía que en su mayor parte son impuestos extractivos que entorpecen nuestra competitividad. El proverbial “disparo en el propio pie”.
Nuestro contenido fiscal dentro de cada PVP es superior al 65%. (el sumatorio de todos los impuestos que paga el consumidor al comprar el producto). Como un 25% más que en los EEUU o Japón.
Mientras tanto los EEUU se han lanzado a restablecer su antigua potencia industrial para intentar recuperar la superioridad tecnológica perdida contra China, Japón y Corea. Una apuesta francamente difícil pero imprescindible para ellos. Por cierto, la UE genera menos tecnología innovadora que Corea que solo tiene 51 millones de habitantes.
No vemos que nuestra cúpula actúe para proteger nuestra base industrial que se está largando a la chita callando.
Sabrán ustedes que, un ejemplo de tantos, los BMW nos llegan hoy de los EEUU donde se fabrican. Ferrovial no fue un verso suelto sino un caso de dichos “tantos”. Totamente lógico. En la UE solo se quedan los que no pueden irse o los Oligopolios Conniventes con los gobiernos.
¿Podremos las viejas naciones europeas recuperar la iniciativa dentro de una UE que es objetiva y estructuralmente incapaz de crear las condiciones de entorno para la eclosión de los millones de iniciativas privadas necesarias para el progreso?
Lo racional es dudar de ello porque lo que iba a ser un espacio basado en el principio de Subsidiaridad se ha instalado hoy en el Centralismo Despótico que encarna Von der Leyen a plena satisfacción.
La pervivencia del modelo que nos ha traído a esta situación no es una alternativa. Está condenado al fracaso. Para beneficio de otros.
Sobran regulación y control, falta libertad y cada vez es más evidente que ninguno de estos problemas se resolverá desde Bruselas. Todo lo contrario y la prueba del carácter psicopático de sus estrategias es el enfermizo proyecto de un Euro Digital.
Con lo cual la decisión de UK y otros países europeos de no entrar en dicho corralito aparece hoy como un brillante y prudente acto de gobierno por su parte.
Hay por tanto sobradas razones para temer que la UE no gobierna para nuestro progreso en el concierto global, solo garantiza que las naciones –y las personas– pierden autonomía, al tiempo que cargan con el Coste Fiscal más alto del orbe y un Declive Tecnológico que ya nos sitúa a la cola de mundo desarrollado.
Es ilustrativo–y deprimente– recordar los grandes esfuerzos “estratégicos” de la UE en las últimas décadas:
1. Implantación de las Ideologías de Género. Desde los jardines de infancia y en todos los ámbitos.
2. Imposición del CO2 y, cómo no, de su impuesto asociado como instrumento fraudulento de destrucción industrial y dominio social. Un impuesto multiplicado por 20 desde 2012.
3. Implantación de políticas “ambientales” destructivas cuando no causa directa de catástrofes como la reciente de Valencia o nuestro apagón reciente.
4. Políticas de inmigración que deliberadamente atentan contra la propia cultura y valores. Algo ya evidente en las numerosas y silenciadas “no go zones” de gran parte de Europa.
No en vano en los foros estratégicos al otro lado del Atlántico se nos conocía ( desde los años noventa) como “Eurabia”.
Nuestra deriva suicida está servida lo cual abre una puerta racional a la ruptura de lo que hoy, en opinión de muchos, son dos errores históricos:
1. La actual UE como estructura de gobierno –destructora de la propia diversidad y autonomía– y
2. un Euro que “diluye” y camufla los efectos de las políticas gubernamentales al nivel país y UE.
Su reversión es probablemente la vía más sensata para recuperar una verdadera “sostenibilidad capaz de crear progreso”.
Parece una opción revolucionaria, pero es enteramente lógica, ortodoxa y pragmática.
Saludos