El potencial revolucionario de los jubilados

Pese a lo caricaturesco que resulta, el estereotipo que se ha grabado en la sociedad sobre los jubilados es la de esa gente que ha trabajado durante muchos años y que, una vez se jubilan, lo único que les interesa del mundo es que les paguen su pensión, que les aseguren una buena atención sanitaria y que les dejen en paz.

Pero, obviamente, la realidad es mucho más sutil y compleja.

Para empezar, conviene recordar que vivimos en una sociedad donde la gente mayor cada vez es más numerosa y, por tanto, más influyente. Según el INE, los mayores de 65 años hoy ya pasan de 9 millones y constituyen un 20% de la población; pero dentro de 25 años serán 16 millones y el 30% del total.

Lo cual significa que, mientras el acceso al gobierno siga dependiendo del número de votos, los programas políticos van a depender cada vez más de lo que sienta como prioritario ese sector de la población.

Pensar que un colectivo con ese poder electoral se va a sentir satisfecho solo con que le aseguren la pensión y la atención sanitaria es pecar de miopes. Quizás, entre los más mayores, los que superan los 80 años, por decir algo, la mayoría no tengan ganas de complicarse la vida y se conformen con lo que les den. Pero, los que tienen entre 65 y 80 años, que en estos momentos suman más de 6 millones y en su mayoría están en condiciones físicas e intelectuales bastante aceptables, pueden aspirar a más cosas. Solo hace falta que se lo planteen.

habrá muchos que vean la jubilación como la oportunidad de vivir una segunda vida, libre de ataduras laborales y pudiendo dedicarse a aquello que realmente eleve el sentido de su quehacer cotidiano, durante los 20 o 30 años que les queden.

Puede que muchos, cuando les llegue su jubilación, solo deseen una vida tranquila y distraída. Ociosa, en definitiva. Otros quizás sueñen, o no tengan más remedio, que ocupar gran parte de su tiempo en cuidar a sus nietos o a otros familiares. Seguro que la casuística es muy variada.

Pero, en todo caso, habrá muchos que vean la jubilación como la oportunidad de vivir una segunda vida, libre de ataduras laborales y pudiendo dedicarse a aquello que realmente eleve el sentido de su quehacer cotidiano, durante los 20 o 30 años que les queden.

Esa oportunidad habrá quienes la enfoquen hacia lo que ellos sientan que más les enriquece como personas. Y los habrá quienes busquen ese enriquecimiento personal en dedicar parte de su tiempo a ayudar a terceros que lo necesiten, trabajando como voluntarios en organizaciones dedicadas a ello.

Pensando en estos últimos, ¿hay actividades que, siendo verdaderamente útiles a terceros, al mismo tiempo sean gratificantes a quienes las promueven? Muchas. En el ámbito de la educación, de la cultura, de la atención a personas dependientes o simplemente con dificultades, de la inserción o adaptación al mundo laboral, hasta en el ámbito de la política. No hay más que moverse un poco y las ONG necesitadas de voluntarios son innumerables. Incluso cabe la opción de crear organizaciones ad hoc para cubrir espacios que estén poco o nada atendidos.

Las instituciones y poderes públicos se apoyan en muchas de estas asociaciones u ONG porque les vienen muy bien para resolver problemas sociales que, sin ellas, no podrían. Pero, más allá de eso, no hacen nada por estimular la expansión y el crecimiento de estas organizaciones. Si hubiera un interés real por hacerlo, veríamos campañas de comunicación institucionales animando a colaborar con organizaciones de este tipo.

El problema, claro está, es que no bastaría con unas campañas de comunicación al uso. Porque, para que fuesen realmente efectivas, tendrían que estar enfocadas a despertar en la ciudadanía un sentido de responsabilidad cívica y de solidaridad que les hiciera tomar conciencia de que ayudar a quienes de una u otra manera lo necesitan es el modo más directo de construir un mundo mejor, más humano y menos egoísta. Se tendría que tratar, en realidad, de campañas de comunicación que sembraran, que educaran en el público otra visión de nuestro papel y de nuestras prioridades en la vida. Sería, en definitiva, un tipo de campaña que cuestionaría en cierto modo el modelo de sociedad en el que nos hemos instalado.

¿Os imagináis que, por ejemplo, un tercio de los jubilados que están en buenas condiciones físicas e intelectuales decidieran colaborar voluntariamente en actividades de este tipo? ¡Estaríamos hablando de 2 millones de personas!

¿Y por qué los poderes públicos, los gobernantes políticos, habrían de estar interesados en llevar a cabo una iniciativa como esta? ¿Les conviene acaso?

¿Os imagináis que, por ejemplo, un tercio de los jubilados que están en buenas condiciones físicas e intelectuales decidieran colaborar voluntariamente en actividades de este tipo? ¡Estaríamos hablando de 2 millones de personas! Sí, 2 millones de personas comprometidas en actividades socialmente necesarias que las instituciones públicas no son capaces de resolver. Muchas de esas personas, si no todas, se darían perfecta cuenta de que solo con proponérselo y organizarse entre ellas podrían resolver problemas sociales importantes al margen de las estructuras públicas.

Pero, no solo habría que pensar en los jubilados. Éstos, por su especial estatus de disponibilidad de tiempo, por haber acumulado una gran experiencia en trabajar eficazmente y por querer sentirse útiles a la sociedad, serían el público objetivo más obvio para una campaña de comunicación de este tipo. Pero, inmediatamente, se plantearía por qué limitarla a ese colectivo y no extenderla a otros. En realidad, a cualquier persona, con independencia de su edad, que pudiera dedicar una parte de su tiempo en colaborar desinteresadamente en actividades de voluntariado social. Si se planteara en serio podíamos hablar quizás de varios millones de personas.

Varios millones de ciudadanos movilizados y comprometidos en actividades que les hicieran ver las muchas parcelas de la vida social que pueden solucionarse al margen del aparato del Estado, desarrollarían una sociedad civil con clara conciencia de su poder y, sobre todo, de su independencia de los poderes públicos. De ahí, a generar un activismo ciudadano más exigente con las instituciones, no habría mucho trecho.

Solo por eso, se entiende que a los responsables políticos no les atraiga lo más mínimo promover iniciativas de ese tipo. Donde haya un rebaño de mansas ovejas, pastoreado por un Estado con fama de protector, que se olvide nadie de experimentos de activación ciudadana en grandes cifras. Podría llegar a ser una especie de amenaza subversiva del orden establecido.

En cuanto los jubilados se vayan desprendiendo del complejo de ser una carga social (…) y empezara a extenderse entre ellos la conciencia del nivel de utilidad social al que pueden llegar si se lo proponen, el potencial de transformación de la conciencia cívica en el conjunto de la sociedad podría ser realmente revolucionario.

Sin contar con apoyo institucional, ¿podría llegar a cuajar con fuerza una iniciativa de ese tipo en el seno del colectivo de los jubilados con ganas de marcha? Sociológica y psicológicamente sería el colectivo más capacitado para dar un paso de este tipo. Naturalmente, empezaría a gestarse en ámbitos reducidos, para después irse propagando a medida que se fuera armando conceptualmente la utilidad social y el alcance político de la extensión de una iniciativa de estas características.

En cuanto los jubilados se vayan desprendiendo del complejo de ser una carga social, de ser ciudadanos “pasivos”, de ser inútiles, en definitiva, y empezara a extenderse entre ellos la conciencia del nivel de utilidad social al que pueden llegar si se lo proponen, el potencial de transformación de la conciencia cívica en el conjunto de la sociedad podría ser realmente revolucionario.

2 comentarios

2 Respuestas a “El potencial revolucionario de los jubilados”

  1. O'farrill dice:

    Hace unos pocos días, el camarero que me atendía y con el que intercambié algunas opiniones, me decía: «Menos mal que ustedes, los mayores son rebeldes, porque de los jóvenes como yo poco se puede esperar».
    Y tenía toda la razón. Sólo se le escapaba que a los «mayores» se les ha calificado como «carga social» que no aporta beneficio al Estado. Por ello son prescindibles. Es más, por su experiencia, conocimientos y preparación son capaces de detectar las muchas mentiras en que se basa la política actual (también la anterior) y no tragan cuentos infantiloides sobre las más peregrinas teorías políticas.
    Otro día, un señor muy parecido a la imagen del artículo «La cara oscura de las pensiones» me decía: «Sabe usted…yo soy analfabeto y de pueblo, pero me doy cuenta de las trolas que nos cuentan… Antes se suponía que los listos estaban en las ciudades y los tontos en los pueblos, pues ahora es al revés…»
    La mente crítica ha sido laminada. La rebeldía amenazada. La posthumanidad es una realidad….
    ¡Qué peligrosos serían los mayores con actividad social……! Lo digo porque nunca me han aceptado como voluntario. Sabemos demasiado y, sobre todo, no tenemos miedo.
    Un saludo.

  2. Rafa dice:

    Observando la foto que dá pie al artículo, por un momento he imaginado que en vez de jubilados, fueran jubiladas las que estuvieran jugando a las cartas, y me resulta inconcebicle.

    Las mujeres desde temprana edad suele llevar vidas con multiples actividades, han sido responsables del hogar, del cuidado y educación de sus hijos si los hubiera y en muchos casos de una actividad laboral en la que han tenido que poner mas intensidad que los hombres para realizarla.

    En definitiva estas funciones proyectadas en el tiempo son consecuencia de que las Ongs estén plagadas de mujeres de esta edad, de que la formación en cualquier nivel de estudio la integren un altísimo % de mujeres, que se citen con amigas para realizar practicas deportivas o intercambiar opiniones.

    Parece que las mujeres ya han desarrollado ese potencial revolucionario del que los hombres podríamos copiar en bastantes casos.

    Podemos resaltar en beneficio de los jubilados, que algunos voluntariados estan tambien casi copados por jóvenes que se apuntan como experiencia o para obtener algún ingreso dado el altísimo nivel de desempleo juvenil en nuestro país.

    No obstante estoy de acuerdo con el contenido del artículo y efectivamente deberíamos despertar entendiendo la vida como un continuo para que cuando llegue nuestra jubilación, nos sintamos y seamos útiles socialmente, la única prerrogativa es que deberíamos empezar antes.

    Un abrazo

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