Si hubieran nacido unos años después, muchos de los que ahora son médicos, veterinarios o ingenieros no habrían podido serlo, porque no habrían cumplido los requisitos que hoy se exigen.

Cada curso académico, se niega a miles de personas la oportunidad de cursar los estudios que, de poder hacerlo, elegirían. Todo ello en función de una nota de corte, por debajo de la cual no se consigue plaza.

Es un sistema parecido al que se emplea para otorgar o denegar una beca, una subvención, la plaza en un determinado colegio, la ayuda por dependencia y muchas otras cosas que dependen de lo público, del dinero del contribuyente: se manejan ciertas circunstancias, se convierten en números, se comparan y se toma una decisión.

Cuando los recursos son limitados y no llegan para todos, resulta difícil encontrar un sistema justo para repartirlos. Tan malo parece dejarlo al criterio personal de los que reparten como establecer un protocolo basado en las cantidades que no contempla las excepciones, ni lo que hay detrás de cada número.

Y esto es lo que sucede con la Selectividad, que se queda en la cifra y no tiene en cuenta otros matices como la vocación o la aptitud para un determinado oficio. Una profesión no solo consiste en aplicar correctamente ciertos saberes especializados; son más cosas. Por ejemplo, un médico no solo cura porque sabe de órganos, síntomas y medicamentos, sino también con su presencia, con lo que, consciente o inconscientemente, transmite a sus pacientes. Y ese don, esa cualidad, ¿cómo se mide con una nota?

Incluso en lo numérico, que parece objetivo, hay múltiples factores que hacen dudar de su eficacia o su equidad. Entre ellos, eso que llamamos suerte o azar; porque no es lo mismo que un examen lo corrija un corrector o que lo haga otro, ni es igual que lo haga al principio o al final de su tarea. Después de varias horas, su atención y sus criterios no pueden ser los mismos que cuando empezó; de manera que su valoración y el número que la acompaña tampoco lo serán. Es evidente que un examen en blanco no hay por donde cogerlo, pero estamos hablando de exámenes correctos y de décimas, que pueden determinar que se alcance o no la nota que se pide.

La Selectividad, al menos como está planteada ahora, es una práctica perversa, que plantea más problemas de los que supuestamente resuelve. Al ser un examen de Estado, condiciona enormemente la docencia; porque no solo se está juzgando si se han alcanzado aquellos contenidos que la ley establece como deseables, sino también si cada escuela en particular es capaz de proporcionarlos y si consigue más o menos aprobados que las otras.

Todo ello deja poco margen para dedicarse a cualquier otra cosa que no sea preparar este examen que, a medida que se aproxima, se convierte en obsesión y trauma de todos los que lo padecen, tanto los profesores y alumnos como sus familias. Se genera así una docencia utilitarista y competitiva, en la que la principal preocupación es sacar las mejores notas, sin cuestionar la validez o la verdad de lo que se está estudiando, sino únicamente cuál es la mejor manera de reproducirlo.

Hay que decir que esta práctica se mantiene, una vez pasada la Selectividad, a lo largo de todas las carreras. Hay que seguir superando exámenes y mejorando la nota media para, después, acceder al doctorado, conseguir una plaza de investigador, aprobar el MIR o cualquier otra prueba equivalente. Y suele suceder que, al final, después de tantos años, cuando uno decide abandonar lo académico, descubre que lo que ha aprendido no tiene mucho que ver con lo que realmente necesita para resolver las situaciones reales que le plantea su profesión.

Y lo paradójico de esta dinámica es que muchos de los que están sometidos a ella realmente no tendrían por qué estarlo. Para muchos estudios posteriores, hay más plazas ofertadas que alumnos que las quieran demandar; para otros, la Selectividad ni siquiera es necesaria. Es decir, se está sufriendo un estrés y se están descuidando otros saberes sin que haya nada que lo justifique.

Si tiene que haber algún tipo de selección, habría que encontrar otras fórmulas que estuvieran más centradas en la orientación y el apoyo de los que estudian y menos en la exclusión. Por ejemplo, si ciertas facultades no tienen suficientes plazas deberían ser ellas las que se ocuparan de la selección, bien mediante un examen de ingreso (igual que uno se examina una y otra vez cuando quiere ser bombero); o bien mediante un primer curso selectivo. Este sistema también dejaría a muchos fuera, pero al menos no tendrían la sensación de que ni siquiera se les ha dejado intentarlo.

Pero hay otras cosas que se podrían hacer. De la misma manera que uno puede sortear el obstáculo de la nota si tiene el suficiente dinero para pagar una universidad privada, también debería existir la posibilidad de acceder directamente a ciertos estudios, con independencia de las calificaciones, cuando se demostraran cualidades excepcionales que lo justificaran.

En esta misma línea, también deberían abrirnos las puertas los méritos adquiridos. La acumulación probada de hechos y saberes a lo largo de una trayectoria profesional, que otorgan al que los tiene una base mucho más sólida que la que pueda proporcionar la habilidad para resolver pruebas escritas.

La heterodoxia es necesaria para la innovación pero convive mal con la norma. Y es la norma la que establece las trabas y los controles para impedir que lo heterodoxo actúe. La Selectividad es un buen ejemplo y no deberíamos aceptarla, sin más, porque la consideremos un mal inevitable. Hay que encontrar y practicar maneras que, como poco, la hagan menos necesaria.

¿Seríamos capaces de exigirle a Tesla, Avicena o Mozart que aprobaran, con nota, el examen de Selectividad?

4 comentarios

4 Respuestas a “SELECTIVIDAD”

  1. don nadie dice:

    Pues yo soy ingeniero informatico obtenido en la facultad de informatica de la ucm y no tengo selectividad, asi que ya sabes que puedes sacarte la carrera que quieras sin selectividad.
    Ahora, eso si, preparate por que a mi de nota de FP me pedian 2 puntos mas que los que tenian que entrar con la nota de corte de selectividad.

  2. Micaela Casero dice:

    Quiero centrar mi comentario en eso que se llama «vocación».

    ¿Qué es? Yo, la definiría como la llamada interior que te impele a hacer algo en tu vida, sorteando, igual da, qué obstáculos.

    Algunos elegidos, reciben la llamada muy pronto, otros nunca y la mayoría creen que la han recibido y cuando llega la crisis existencial, más o menos hacia la mitad de la vida, descubren que se habían equivocado de plano y es mejor tomar el camino que se consideró secundario.

    La vocación se necesita siempre para realizar una profesión, sin ella es difícil encontrar sentido al largo camino vital, sembrado de momentos ciegos, frustantes, maravillosos…, pero, en algunas profesiones ese «valor añadido» (cito al propio Enrique) se necesita más que en otras, por el simple hecho de que queman más.

    La vocación es un lujo, reservado a los que tienen más o menos el pan asegurado y el techo, no digo que aquél que la persiga no tenga que pasar privaciones y hacer grandes sacrificios, pero una persona que viva en Africa y no tenga agua potable, lo de qué hacer con su vida se convierte en algo superfluo, la vida misma es una vocación por la supervivencia.

    Dejando a un lado las reflexiones anteriores, que podrían ser solo pura demagogia, para muchos, quiero saltar al sentido de la vida.

    Pongamos, por caso, que tenemos 70 años y nos surge la pregunta ¿mi vida ha servido para algo? Creo que al lado de encontrar una respuesta coherente a esta pregunta, lo de la selectividad se convierte en un obstáculo salvable, manejable, cambiable, soslayable.
    Claro que tendría que desaparecer, el criterio numérico es solo una forma cómoda para solucionar algo más complicado. Sirve para organizar a la masa que provoca atasco a los 18 años: ¿cómo se resuelve el cuello de la botella? Hacemos un examen selectivo y organizamos el ganado de nuevo.
    Si te crees el sistema, serás tan imbécil como, para pensar que por sacar un 8 en selectividad, eres mejor que tu vecino que solo consiguió un 6. Si te crees lo que las notas dicen que vales, nunca encontrarás tu «verdadera vocación».

    Con vocación ya cuesta tirar del carro, romper el carro, volverlo a construir, cambiar el burro, poner aparejos nuevos, crear más carros que vayan por caminos diversificados… Con vocación, ya cuesta no sentir el deseo de tirar la toalla millones de veces.

    Sin vocación, estás condenado a vivir en la tristeza, condenado a ser solo un vecino de tí mismo. Todos los individuos tienen algo dentro que les hace únicos y que solo ellos pueden hacer, hay que buscar, hay que escuchar, hay que tomar distancia de la alienación a la que nos condena el actual sistema educativo, hablarte, equivocarte, criticarte, cambiar, no tener miedo.

    Una última reflexión, no porque el tema esté acabado, sino porque no tengo más tiempo hoy, ¿tienen nuestros políticos y banqueros vocación?
    Muchos de ellos hablan de «vocación de cambio». Cuando escucho esto, se me saltan las lágrimas, no sé si de la risa o de pura tristeza. «Vocación de cambio» es «vocación de renuncia a las seguridades falsas y materialistas, flexibilidad, amor por la incertidumbre, utilizar la crisis para actuar sin miedo, cortar ligaduras, cambiar, saltar al vacío…», tal vez este salto nos dirija al cielo, o tal vez no, pero estoy firmemente convencida de que un camino nuevo, construido desde la vocación, es la única meta posible si queremos salvar nuestra alma, actualmente condenada.

  3. Santiago Salvador dice:

    Estoy de acuerdo, Enrique, sistemas de selección como la Selectividad, son injustos. ¿Por qué han variado tan poco a lo largo de tantas décadas? Lo mismo podríamos objetar y preguntarnos sobre las oposiciones para profesores.
    Parece que las capacidades intelectuales y habilidades sociales son difíciles de medir, llevarían tiempo hacerlo con más precisión. Así que se opta por el camino más corto: la capacidad de escribir unas cuantas hojas durante unas cuantas horas, sobre unos temas o problemas que te proponen. Así es como seguimos midiendo las capacidades no medibles de los seres humanos. Y los seres humanos que han sido cribados de este modo, continúan utilizando unas cribas semejantes para las futuras generaciones.
    En una época en la que que los jóvenes están contemplando, cómo algunos (auto)cribados, acaban siendo premiados con superindemnizaciones, tras haber hecho perder decenas de miles de millones de euros a empresas bancarias que manejan dineros públicos…

  4. Carlos Peiró Ripoll dice:

    El examen de Selectividad es la escena final de una obra, que se representa todos los días en la educación de los menores. El clímax definitivo que trata de dar sentido a todo lo sucedido previamente, y su presencia es lo que justifica que la educación se entienda como una aceptación y acatamiento del modelo. Aquellos que nacieron para otra forma de entender la vida quedan excluidos.

    La vocación, al hilo del comentario de Micalea, es de los patrones más confusos que se pueden dar en una edad en la que lo importante es la aventura y no la definición. Pocos son los que logran identificar lo que extrañamente pretende transmitir el término, que no es otro que el descubrimiento del destino al que estás sujeto por encima de tus deseos y designios. Y muchos son aquellos que caen en las redes de la confusión, dirigiendo sus pasos hacia derroteros profesionales que perpetúan sin más lo establecido. Cuando se dan cuenta suele ser tarde, los grilletes ya le han atenazado las manos, la mordaza su voz, y las responsabilidades sus neuronas.

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