
Con frecuencia oímos la afirmación de que, en la contienda política, vence aquel que domina el relato. Todo indica que dicho relato ocupa un lugar prominente en el discurso político y que está por encima de la realidad. Lo que importa no son los hechos o la verdad, lo que importa es quién lo cuenta, cómo lo hace y qué versión de lo que pasa nos transmiten.
La adaptación de la realidad a nuestros intereses ha sido una constante en la historia. Todos hemos oído la frase de que la historia la cuentan los vencedores, no los vencidos, y sería muy ilustrativo contar con la versión de estos últimos para poder conocer mejor qué es lo que realmente pasó.
Ya el faraón egipcio Ramsés II (1303-1203 a.C.) se encargó de llenar los templos de inscripciones celebrando su gran victoria en la batalla de Qadesh (1274 a.C.), cuando la realidad es que cayó imprudentemente en una emboscada de los hititas y estuvo a punto de perecer durante la huida del ejército egipcio. Lo que fue una batalla que finalmente quedó en tablas (o puede que incluso puede que fuera una derrota, no se sabe a ciencia cierta) fue contada al pueblo y a la posteridad como una gran victoria. El problema es que, hasta estudios más recientes, el relato de lo que ocurrió fue el que Ramsés II hábilmente hizo creer a los egipcios.
Sin irnos tan lejos, ejemplo más reciente es la denominada leyenda negra española, que fue utilizada por varias naciones que estaban bajo el dominio español para, mezclando verdades y mentiras, conseguir una animadversión hacia el imperio español, existiendo reminiscencias de la misma hasta nuestros días. Otro caso paradigmático fue la campaña de prensa estadounidense de finales del S. XIX que facilitó y justificó ante la opinión pública la guerra hispano-norteamericana que conllevó para España la pérdida de Cuba y Filipinas.
La historia como disciplina ha sufrido siempre de grandes deformaciones. La posibilidad de poder contrastar fuentes y distintas versiones frecuentemente no existe (especialmente en hechos antiguos) lo que dificulta enormemente conocer lo que ocurrió en la realidad.
George Orwell, en su famosa novela “1984”, decía que «Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controlará el futuro».
No obstante el poder del relato no se limita a la historia antigua, sino que lo tenemos muy vigente en la actualidad y está presente en todas las esferas de la sociedad.
Las empresas, por ejemplo, muestran en su publicidad y en su interacción con el público, su cara más amable y aquella que entienden que sintoniza mejor con el sentir general y con lo que la gente percibe favorablemente. Si en este momento prima el cuidado del medio ambiente, el respeto a la igualdad de géneros, etc. nos encontraremos menciones a estos temas incluso por parte de empresas cuyos productos tienen poca relación con los mismos. Lo que tratan es de dar una imagen positiva, que conecte con las emociones y sentimientos de sus clientes actuales o potenciales.
El relato es ampliamente utilizado por nuestros políticos en nuestros días. En mi opinión de manera excesiva, de forma que lo que cuenta ya no son los datos, la realidad de lo que se transmite, sino que lo que se dice obtenga el respaldo de los votantes, independientemente de su veracidad. Lo importante ya no es lo que es, sino lo que se logra hacer creer. El vencedor en la contienda política es aquel que se hace con el control del relato.
En el momento actual de polarización política y de la comunicación instantánea (en el que juegan un papel importante las redes sociales), el relato político puede moldear la percepción de la gente de manera que lo emocional y la identidad grupal se anteponen a los hechos concretos.
Los medios de comunicación son transmisores del relato de los políticos y, con frecuencia, ellos mismos emplean un relato ideologizado para apoyar la tendencia propiciada por su cabecera.
Luis María, en su recientemente publicado libro “La fuerza del relato” nos dice, con mucha razón, que “Entender el funcionamiento de este artefacto…es fundamental para proteger el pensamiento crítico y el respeto por la verdad. Para no dejarnos arrastrar por la corriente hegemónica del momento, para escapar del adiestramiento intelectual quedo que amenaza a nuestras sociedades modernas”
Algunas de las técnicas utilizadas en el relato político son las siguientes:
Creación de una identidad colectiva: los “nuestros” frente a “ellos”, los de aquí frente a los que vienen de fuera, los de pueblo frente a la élite que pretende mantener sus privilegios. Esto conlleva la identificación de quiénes son nuestros aliados y nuestros enemigos (que pueden ser partidos, medios de comunicación, clase social, etc.)
Preponderancia de las emociones en el discurso: la indignación (“esto no puede seguir así”), el orgullo (por ejemplo el eslogan de Trump de “hagamos América grande de nuevo”), la esperanza (recordemos a Felipe González en 1982 con la promesa de cambio) y, sobre todo, el miedo (a perder derechos adquiridos, al extranjero…). El relato es especialmente eficaz cuando se dirige a una población vulnerable, ya sea como consecuencia de una catástrofe (como ejemplo, la epidemia del COVID) o que se considera descontenta o agraviada (por ejemplo, una crisis económica).
En este aspecto es importante el uso de eslóganes, símbolos e himnos que ayuden a reforzar la vinculación emocional con el mensaje (acordémonos de canciones como “libertad sin ira” durante la transición española o el “Yes, we can” de Barak Obama).
Reinterpretación de la realidad: se altera la realidad para adaptarla a los intereses en juego, así una crisis económica se vende como consecuencia de la mala gestión de los gobiernos anteriores y un caso de corrupción como una persecución política. Recordemos que, salvo raras excepciones, en la noche electoral todos los partidos muestran sus resultados como positivos.
Capacidad de adaptación a las circunstancias: el relato puede pasar por ejemplo de triunfalista a uno de resistencia ante las adversidades en función de la evolución de las circunstancias.
Mensajes directos, emocionales y concretos: En la sociedad actual de la inmediatez, en la que un exceso de estímulos nos impide tener tiempo para la reflexión, las comunicaciones deben ser telegráficas y que nos aboquen a tomar partido de forma inmediata haciéndonos creer que estamos en el lado correcto de la historia. Se trata de simplificar los mensajes, de evitar los matices o las dudas.
Podemos concluir que el objetivo del relato es dar sentido a lo que acontece, movilizar apoyos, justificar acciones y desacreditar a los adversarios.
Los ciudadanos somos víctimas del relato pero tenemos también una responsabilidad en buscar la objetividad y no dejarnos llevar por lo que nos cuentan de forma tendenciosa.
¿En base a qué votamos en unas elecciones? ¿Conocen los votantes los programas de los partidos, lo que se supone que va a ser la acción del gobierno en los próximos años? La realidad es que no (en su inmensa mayoría). Se vota a sentimiento, por las percepciones que uno tiene de las distintas opciones. Por ello el elemento emocional del relato es esencial, y los asesores de los políticos lo saben. Los programas…ya se sabe, a veces se cumplen y otras no; siempre se podrá argumentar que nos hemos encontrado con una situación mucho peor que la que nos decían o que las circunstancias han cambiado, o que los necesarios apoyos parlamentarios impiden llevar a cabo todo el programa.
La realidad es que en las elecciones se confrontan más los relatos políticos que los programas.
Lo que es sorprendente, y hasta gracioso si me apuras, es cuando uno mira desde cierta distancia, el relato de unos partidos y otros de un mismo acontecimiento y los compara, parece que hayan vivido realidades completamente distintas (y lo mismo aplica en el caso de los distintos medios de comunicación).
Una vez me dijeron que, para tener una buena compresión de un hecho histórico, había que leer al menos 7 versiones diferentes. No voy a pedir a mis lectores que todos los días lean 7 periódicos, pero sí que les recomiendo informarse de fuentes que sean realmente diferentes, incluso de aquellas con las que no simpaticemos ideológicamente. La verdad estará seguramente en algún sitio intermedio entre todas ellas.
Los «datos» son realidades consolidadas tanto por su aparente neutralidad como por su confirmación a través del tiempo.
Los «relatos» son las versiones personales, colectivas o interesadas que cada uno conoce (son honestos) o que cada cual pretende manipular ( son indecentes).
Quiero recordar la figura del poeta León Felipe y su poema sobre los «cuentos» o «relatos»: «La cuna del hombre, la mecen con cuentos….y los gritos de angustia del hombre, los tapan con cuentos…..». Desde la cuna hasta la tumba hemos recibido datos y relatos, dejando a nuestra libre elección el elegir unos u otros. Podíamos acertar o equivocarnos, eso está en nuestra libre capacidad de decidir, debatir o razonar.
Ahora caminamos hacia «`pensamientos únicos», «censuras de pensamiento», «culturas de cancelación social» (el ostracismo de otros tiempos) donde la crítica se ahoga, se prohibe o se sanciona con normas y leyes.
Tenemos constituciones «liberales» que establecen derechos civiles pero…. ¡qué paradoja! quienes juran protegerlas las vulneran con absoluta impunidad.
Hemos creado sistemas políticos ajenos a su realidad social porque, sencillamente, se nos ha hurtado la opinión, la crítica, la disidencia…..
Hablamos de «estados de Derecho» (todos lo son puesto que se atienen a normas) creyendo en ello, pero la cuestión no es la existencia de tales normas para la convivencia, la cuestión es si son de interés general o responden a intereses particulares…..por ejemplo:
» a efectos de salud pública se prohiben las emisiones de gases en la atmósfera producidas por automóviles de combustión tradicional en unas áreas urbanas determinadas». Pues bien, dicha norma se olvida de lo más elemental: los gases en la atmósfera no se constriñen a espacios precisos sino que se mueven en el aire. No hay razones de «salud pública» (ese es el trampantojo), ni siquiera sobre la demonización de un determinado gas (el CO2) sino al contrario por sus efectos sobre las plantas….. En todo ello hay más intereses particulares (contrarios a lo que debe ser norma general suficientemente justificada) que «datos» reales sobre la cuestión (salvo que pretendan justificar el «relato» correspondiente de los intereses). Todo es manipulable como lo han reconocido prestigiosos científicos del panel de de la IPCC donde las presiones políticas se imponen a la Ciencia («Crimen de Estado» de José Ramón Ferrandiz). En resumen, quien paga, manda…..
Un saludo.
Es un buen momento para felicitar al blog por servir durante largos años de hogar a la expresión libre de la opinión de modo que, con toda la humildad que se quiera, los lectores dispongan de una amplia gama de opciones. Sigo echando de menos la valiosa contribución de las lectoras pero no desespero.
Acabamos de saber, gracias a Trump, que la fundación USAid ha repartido cientos de millones de dólares durante años a unos 5.000 medios y a 9.000 periodistas.
No se cuántos de ellos eran o son españoles pero seguro que bastantes y que podemos perfectamente identificarlos para su descrédito.
El relato que se da de un hecho real o ficticio tiene dos vertientes. individual y colectiva.
El individual generalmente pretende convertirse en colectivo buscando adhesiones y el colectivo, que no es la suma de relatos individuales por el contrario trata de imponerse sobre otras versiones del mismo hecho, y esta imposición se relaciona con la cultura de cada individuo y la flexibilidad para observar y analizar mas versiones del mismo acontecimiento.
Por ej. en la actual ley de memoria histórica se pretende presentar a Franco como un ser nefasto y perjudicial para la evolución del país.
Suponiendo que lo hubiera sido, cambiaría la concepción si analizáramos también la época que le precedió como el final de la segunda república o el desarrollo económico que se produjo desde los años 60 al 75.
En épocas pasadas, con una población analfabeta mayoritariamente, era fácil imponer un solo relato; en la edad media durante la peste negra se extendieron una serie de supersticiones y atavismos que ahora serían inimaginables.
Lo que es difícil de entender es que cuajen relatos sobre cultura woke, ultraderechas, luchas de clase, en individuos con un mínimo de criterio, acceso a la información y que el que mas o el que menos haya terminado lo que antes se llamaba bachillerato.
Un abrazo
«Cada uno cuenta la feria según le va», dice un dicho. Y el vencedor se hace con el control del relato, por supuesto.
Vencedores suelen ser casi siempre esos seres con perfil de «líderes». Resolutivos, encantadores, desafiantes y atrevidos. Como niños grandes sin límites, que juegan a mandar, a seducir, a fascinar. En conquista permanente. Hitler, Stalin, Fidel Castro, faraones egipcios, emperadores romanos … (por no nombrar lideres más actuales que sean más o menos del gusto del lector-a), -¿cuál sería su relato?-, sin duda: -«lo vamos a pasar muy bien, pero que nadie se equivoque, aquí mando yo, y por lo tanto, esta es la versión de los hechos, compláceme, porque yo busco sometimiento, y los demás sois meras herramientas para conseguir lo que quiero…»-
Y su tribu, acatará ese discurso y su relato, por la cuenta que les tiene. Mera supervivencia.
También ha habido a lo largo de la historia, líderes en polaridad positiva. Gandhi, Nelson Mandela. Se me vienen a la cabeza dos empresarios españoles, actuales, que en mi humilde opinión, han generado en los últimos tiempos, riqueza y puestos de trabajo: Juan Roig, dueño de Mercadona y Amancio Ortega de Zara.
¿Tienen el Ego controlado, orientado a hacer el Bien, en actitud de servicio? ¿Se conducen como guías, defensores, protectores, lúcidos, cuidadores,,,? ¿Cuál es su «relato», su versión de la historia o de los negocios?
Porque el relato de estos dos empresarios españoles, por ejemplo, por hablar de líderes vivos, cercanos, locales, es positivo para unos y estamos hartos de ver en la prensa que son criticados y cancelados por ciertos partidos políticos.
¿Cuál es la verdad sin dejarnos influenciar?¿con qué versión del relato nos quedamos?