La Autarquía que viene Imagen de Kohji Asakawa en Pixabay

Estas páginas exponen dos de los principales problemas de Europa y de España. Llevan décadas con nosotros, apenas se habla de ellos y no son solubles a corto plazo. Sin embargo es imperativo abordarlos si queremos entender el abrumador declive de la UE.

De modo muy resumido se trata de dos cuestiones clave: Nuestra dependencia geopolítica y una de sus consecuencias, la pérdida de nivel tecnológico. Cuestiones ambas que son la secuela inevitable de una pregunta previa: ¿Es viable una UE de ciudadanos y naciones libres? Ciertamente no es este el rumbo que estamos siguiendo.

A comienzos de 2025 entrábamos en el cuarto año de la guerra de Ucrania, el presidente Trump arrancaba su segunda legislatura amenazando al mundo con aranceles. Alemania, hundida por las sanciones europeas a Rusia, languidecía al verse obligada a renunciar a su secular mercado ruso y a una energía a precios razonables. Sin opciones, su industria se trasladaba discretamente a los EEUU o sopesaba la posibilidad de hacerlo. Alemania no podía mantener su competitividad y se veía en la paranoica tesitura de comprar energía cara a los EEUU, de mantener las centrales de carbón a toda máquina al tiempo que liquidaba sus propias centrales nucleares. Un conjunto de circunstancias difíciles de explicar desde un proceso decisorio racional.

El resto de Europa, bajo una Comisión vocacionalmente soviética, continuaba su largo declive bajo una fiscalidad destructiva y unas políticas centralizadoras. La idea de que toda fiscalidad es un coste macroeconómico que debe compensarse con mejoras de productividad no tenía espacio en las acomodadas mentes de unos políticos que en verdad no representaban los intereses de sus ciudadanías.

A su vez Úrsula Von der Leyen se preparaba para explicar que, asombrosamente, tendríamos que pagar nosotros la reconstrucción de Ucrania mientras Trump y Putin pactaban por su cuenta el fin de de la guerra. Europa, ausente de las decisiones imperiales, se movilizaba para una guerra innecesaria evidenciando su incapacidad para liberar las energías de sus casi quinientos millones de habitantes cada vez menos libres, más dirigidos y más supervisados. La obsesión de control centralizado iba desde los tapones de los envases hasta los desarrollos de Inteligencia Artificial pasando por usurpar las decisiones de defensa de sus naciones.

La ciudadanía, muy mal informada, no era consciente de estar al borde de un precipicio que ocultaban la prensa y el excesivamente prudente Informe Draghi.

Tras la legislatura “woke” del tandem Biden-Harris, arranca el mandato de Trump con la promesa de reconstruir una América grande. Con sus formas estentóreas, Trump reiteraba algo que ya venía sucediendo desde la presidencia de Biden: el traslado de empresas desde la UE, incentivado por la Casa Blanca que destruyendo el Nord Stream –autoría ya confirmada- nos había bloqueado la floreciente expansión comercial e industrial a Rusia. Nuestra única vía hacia una mayor autonomía geoestratégica estaba bloqueada por nuestro “principal aliado”.

Europa, gobernada por élites elegidas por la Metrópoli, no era capaz de defenderse ni, tan siquiera, de pensar de modo autónomo. Una lamentable concreción del improperio de Victoria Nuland en aquel Maidan financiado por fondos del USAID. Vivíamos así en el olvido terapéutico de la voladura del Nord Stream pero ya éramos vagamente conscientes de que nuestro declive sería en soledad.
Así las cosas, la primera gran prioridad es reconocer nuestra suicida dependencia de los EEUU. La necesidad vital de que los intereses geoestratégicos norteamericanos dejen de ser la brújula que orienta y subordina los nuestros.

Es igualmente crucial sacar a la luz pública el otro grave problema: nuestro largo declive tecnológico fruto, también, de la ya citada dependencia desde la postguerra.

En efecto. Unas semanas antes del comienzo de las restricciones mundiales a causa del Covid, un organismo de la ONU, la Oficina Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI), publicó su por entonces último informe que, lógicamente, tampoco recibió la atención de la prensa. Cinco años después sigue oculto tras un ominoso y pertinaz silencio.

Aquel informe mostraba que China ya duplicaba a los EEUU en producción tecnológica (solicitudes de patentes y registros de propiedad industrial) con un 40% de la actividad global. Japón, con un 10%, la mitad que Estados Unidos (19%), ocupaba el tercer lugar y Corea del Sur, con un 6.7%, el cuarto. La Unión Europea, que aún incluía al Reino Unido, era la quinta “potencia” con un 5.6%. Lo realmente chocante era que la UE tenía y tiene diez veces la población de Corea.

En menos de treinta años Occidente había pasado, del liderazgo indiscutible, a la pérdida del mismo y a una situación europea tremenda por terminal.

No hace falta ser un genio para ver que el bloque económico europeo, con los mayores costes fiscales del mundo, no puede subsistir sin un claro liderazgo tecnológico en nuestros productos que compense costes y precios estratosféricos. No solo no puede subsistir sino que deberíamos ser conscientes de que la actual situación es insostenible y condena al fracaso la principal función del estado: la creación de progreso.

La actual superioridad tecnológica china se ha logrado en los últimos cuarenta años durante los cuales se alzó como la gran potencia fabril del globo. Algo lógico porque la necesidad de encontrar soluciones científicas y técnicas ingeniosas no surge en el vacío y solo se produce gracias a las dificultades y desafíos propios de un entorno como el fabril que exige soluciones reales a cada instante.

Esta cuestión no ha pasado desapercibida para los gobiernos de los EEUU y tratan de remediarla del único modo posible: su reindustrialización a ultranza de tal modo que puedan recuperar su hoy perdida primacía tecnológica. Una apuesta difícil e incierta en cualquier caso pero imperativa para los gobiernos de Washington. Lo cual les honra.

En este proceso la UE se halla en una pésima situación por las trampas en las que fuimos cayendo desde que Bush padre pronunció aquella fatídica frase “We prevailed”, que, traducido, quería decir: “hemos ganado, y Rusia va a tener que aguantar la ruptura de nuestra promesa de no extender la OTAN hacia el Este”.

Hoy, perdida la guerra de Ucrania por el bloque Occidental, estamos ante un escenario en el cual el “hegemon” anterior ya sabe que está en un mundo multipolar y se repliega para recuperar sus fortalezas. En ese justo instante los europeos nos encontramos, como reza el dicho popular, colgados de la brocha con una fiscalidad desaforada y unos costes de energía que en su mayor parte son impuestos punitivos que nos imposibilitan ser competitivos. Todo ello infligido por nuestros gobiernos con unas políticas fiscales suicidas.

Mientras tanto los EEUU se han lanzado a recuperar su antigua potencia industrial como base para tratar de recuperar la superioridad tecnológica.

Sin embargo la triste realidad es que no vemos que nuestra cúpula actúe en el sentido que las circunstancias exigen.

¿Seremos las viejas naciones europeas capaces de recuperar la iniciativa sin depender de una UE que es causa de la situación y se muestra incapaz de crear las condiciones de entorno que permitan la eclosión de los millones de iniciativas necesarias para el progreso? Lo racional es dudar de ello.
Pero la inacción no es una alternativa. Como tampoco lo es la pervivencia del modelo que nos ha traído a esta situación.

Sobran regulación y control, falta libertad y cada vez es más evidente que ninguna de estas taras mortales se resolverá desde Bruselas. Evidentemente, la UE no gobierna para nuestro progreso en el concierto global, solo garantiza que las naciones –y las personas– pierden autonomía, al tiempo que cargan con el coste fiscal más alto del mundo y un declive tecnológico que ya nos sitúa a la cola del progreso. Nuestra inviabilidad está servida lo cual abre una puerta racional a la ruptura de lo que hoy son dos errores históricos: La actual UE y el Euro.

3 comentarios

3 Respuestas a “La Autarquía que viene”

  1. O'farrill dice:

    Pero….según la Sra. Von der Layen «Europa es el escudo de la democracia». ¿De verdad se lo cree?
    El rapto de Europa se produjo hace mucho tiempo, así como su violación consentida por unos europeos salidos de dos guerras mundiales, sometidos a quien se presentaba como «salvador»: EE.UU.
    Europa perdió poco a poco su identidad prestigiosa para convertirse en una correa de transmisión de intereses bastardos, revestidos muchas veces de «filantropía». Queríamos ser americanos, vivir como los americanos, tener juguetes americanos y servir a los americanos.
    Hay un estupendo libro del sociólogo Johan Galtung titulado «Fundamentalismo USA. Fundamentos teológico-políticos de la política exterior estadounidense», donde se explica el porqué del mesianismo impostado en que ha ejercido su hegemonía mundial.
    Detrás de las organizaciones filantrópicas de finales del siglo XIX, con los Carnegie, los Ford, los Rockefeller….había una misión: llevar el modelo USA a todo el mundo e imponerlo de una u otra forma, pacífica o bélica. (L’argent de l’influence».- Ludovic Tournée y otros), pero sacando siempre el pragmatismo de unos beneficios reales para su economía y su sociedad. Eramos simplemente consumidores, no productores. Estábamos a expensas de que nos dijeran con quien comerciar, con quien aliarnos, qué productos consumir y hasta qué moda utilizar.» Quien paga, manda» y esa ha sido la consigna de los muchos cómplices de la destrucción de Europa a mayor gloria de EE.UU.
    ¿Es posible recuperar Europa? Por supuesto. Para ello debe desmontarse todo el rompezabezas jurídico-político con que se ha pervertido la UE.
    Y eso no lo pueden hacer los que son o han sido culpables de la situación: «quien forma parte del problema, no puede ser su solución».
    Eso lleva consigo que la recuperación de las soberanías nacionales europeas sea un hecho. No es posible que unas simples directivas de un gobierno no elegido (designado por el «hegemón»), se lleven por delante los principios constitucionales de cada una de esas naciones con sus propias identidades. Menos aún que impongan la forma de vida y desarrollo de cada una de ellas. Menos aún que se lleve a cabo un proceso de poder absoluto (totalitarismo) en unas manos guiadas por intereses bastardos. Menos aún que nos obliguen a guerras que otros han promovido. Menos aún que se nos imponga una uniformidad de pensamiento, opinión y expresión en la línea oficial del «escudo de la democracia»….
    Para eso hacen falta nuevas visiones políticas que, hoy por hoy, sólo parecen estar representadas por partidos tildados de «ultraderecha» a los que se ponen cordones sanitarios, se cancelan resultados en las elecciones o se juega con ellos desde la prepotencia de la ocupación de poderes. Eso no es «escudo democrático» sino un renacimiento de lo que se suponía ya en la Historia: comunismos, fascismos o nazismos.
    Europa puede aún salvarse pero con otros liderazgos reales sometidos al único servicio de los intereses de las personas. Europa no puede ni debe erigirse en la continuación del mesianismo USA, sino mantener bien altos sus propios méritos (cuando los recupere).
    Mientras tanto todo el entramado político-administrativo, la hiperregulación descontrolada hacia el control de los ciudadanos en todas las facetas de su vida, las prohibiciones, las sanciones,las imposiciones deben terminar… ya estamos tardando.
    Un saludo.

  2. M. Oquendo dice:

    Hola, O’Farrill.
    Esa Europa acaba de anular el resultado de elecciones en Rumanía y7 ha prohibido al ganador volver a presentarse. Y ha amenazado con hacer lo mismo en otros lugares. Es decir, estamos al nivel de la basura moral dictatorial.

  3. O'farrill dice:

    Me sorprende la faslta de más comentarios a un magnífico diagnóstico de Ramón Estévez sobte la actual situación de lo que aún llamamos «Europa» y que, algunos, confunden con la UE.
    Recuerdo cuando se preparaba una constitución europea bajo el lema «La Europa de los ciudadanos» bajo la batuta de Giscard d’Estaing y su estruendoso fracaso. Operación que suponía un reto, ya que trascendía las soberanías diversas del espacio geopolítico europeo en situación muy diferente.
    Y vino la perversión del Mercado Común Europeo de carácter puramente comercial, para sustituirse por la UE. Un órgano metapolítico al servicio de intereses USA y de sus gobiernos «demócratas» travestidos en una impostada «izquierda exquisita, gobernada por una «comisión» claramente política, con teorías surrealistas y falsas que encandilaron bobaliconamente a gran parte de los europeos (mundo académico incluído).
    En fin, las realidades son esas por mucho que nos empeñemos todavía en esconder la cabeza.
    Tal como apunta Ramón Estévez, los resultados de la «gestión» política nos han dejado «colgados de la brocha». Los supuestos líderes europeos sin saber qué pueden proponer para la reconstrucción de esa Europa tras haber cedido a intereses ajenos y, desde luego, desmontando a toda prisa un tinglado que puede acabar en los tribunales (el presidente del Foro de Davos parece que está ya en capilla).
    Cuando se ha impuesto a la gente caprichos que debía pagar por «planetas verdes», «huellas de carbono», «luchas contra el clima», etc. las instituciones que no estén manchadas, deben actuar y devolver la racionalidad (y el dinero perdido) a quienes confiaron en tantas mentiras.
    Un saludo.

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