A veces, cuando se habla de esa crisis de valores que está en boca de todos, se me ocurre pensar que para situar bien la cuestión se debería observar más lo que sucede de cintura para abajo, porque otras discusiones intelectuales adquieren unas dimensiones tan tremendas que dan más miedo que el fin del mundo que pronosticaron los Mayas.

Y mirar por esos derroteros mencionados tiene la ventaja de que permite entrever los recorridos por los que pudieran transitar las próximas generaciones respecto a dos cosas fundamentales: la pareja y la familia, ambas dos relacionadas con un aspecto esencial en el ser humano como es la sexualidad, que a su vez dan lugar a las estructuras básicas de lo social.

Dicho de otro modo, como se conciba la sexualidad es como acaba siendo resultante la sociedad. Así el patriarcado, una de cuyas principales obsesiones es y ha sido la propiedad privada, parte de las ideas básicas del legado, la estirpe y el derecho a la herencia de su linaje sanguíneo, y por lo tanto de formas garantistas de la consanguinidad. En el Occidente católico se tradujo en una “monogamia única” como forma y los romanos la convirtieron en ese imperio llamado familia; y aunque en otros lugares, desde aquí más remotos, la poligamia fue la regla generalizada, mejor dicho una “monogamia múltiple”, nunca se perdió el principio del legado, el linaje y la herencia. Lo matriarcal, reducido, relegado y sometido, solo logró dos cosas cuasi universales en esta guerra ancestral, el matrimonio y la prostitución.

Pero la pareja y la familia, contemplados desde la manera que tienen de percibirla los miembros más nuevos de nuestra sociedad y tomados como síntomas de la realidad, son “instituciones sociales” en clara decadencia, si por ello entendemos el desprestigio y el desuso. Si se dice, con razón, que la familia es el pilar real de la sociedad, esto significa que nuestra sociedad tiene su estructura de base con un cierto nivel de erosión, y con indicios de futuros no muy halagüeños. Se refleja en las reacciones de los jóvenes en contra de establecer con la pareja una relación definitiva, formalizada y, mucho menos, intemporal e incondicional. Y se constata en que los núcleos familiares más clásicos y tradicionales van descendiendo paulatinamente en número, pero sobre todo en su “intensidad” familiar, entendida como el seguimiento a ultranza de los principios que la vieron nacer, la práctica y ejercicio de las funciones que les corresponden y la fe y creencia en que es el mejor o único camino a seguir.

Al observar reflexivamente los conjuntos familiares hay una multiplicidad de variables que confluyen y hacen más complejo su análisis, y el desarrollo de unas conclusiones globales y completas requiere de mucho más espacio del que se dispone en un artículo. Sirva decir para corroborar esta sensación de agrietamiento mencionada, que el servicio social que más ha crecido en medios y recursos por la avalancha de demandas recibidas desde diferentes instancias y por la consecuente alarma de las administraciones, entre ellos los juzgados de familia y los penales por delitos y faltas menores, ha sido la atención a los grupos familiares, lo que revela una creciente disfunción familiar que seguramente antes existía pero que no llegaba a emerger, pasando la familia de ser entendida como una fortaleza social, a ser el objeto de la atención especializada. Merece ser desarrollado aparte, pero valga mencionar que hay dos cosas imprescindibles para que la familia institucionalmente pueda funcionar, una son los vínculos incondicionales y la otra son los pactos de silencio y los secretos, y en ninguno de ambos requisitos veo a los jóvenes con ánimo de quererlos cumplir.

Por otro lado, los formatos en los que de forma progresiva se van conformando las familias empiezan a ser diferentes y no tan asentados en los valores de consanguinidad, como lo evidencia tanto el número de familias que se “reconstituyen” como las que deciden adoptar. Los problemas derivados de la aplicación de la “plantilla” de familia tradicional sobre estas nuevas realidades familiares solo los conocen bien quienes se dedican a ello.

Ni mucho menos quiere decir esto que las nuevas formas que se establecen en ambas instancias sociales estén libres de defectos, deformaciones e incluso disfunciones, no solo en su manera de actuar sino en su base misma. Parte de este recelo al compromiso se puede atribuir a actitudes egoístas, pues formar una familia también tiene mucho de sacrificio y renuncia de privilegios personales, pero otra parte no refleja eso, sino otra forma de entender ese compromiso. Tampoco es justo destacar críticamente de manera exclusiva los aspectos negativos y fallos de las nuevas formas que van emergiendo, porque cualquier cambio lleva consigo una buena dosis de desconcierto y de crisis, de dejación de funciones y hasta de abandono.

A las nuevas generaciones les parece cada vez más claro que esa proclama tan activa como no verbalizada de antaño de “Una pareja, Una familia y Un apellido” les resulta muy poco apetecible, aunque nos hayamos inventado el término “pareja de hecho” para disimularlo.

Cuando les preguntas, les escuchas y les ves adoptar decisiones, destaca por encima de todo el valor más absoluto de la vida, y no es que les espante la monogamia por sí misma, en cambio, la monotonía, el tono monocorde y basarlo todo en un simple monosílabo frente a un altar, por muy sagrado que este sea, lo desconfían y aborrecen. Expresan inconsciente pero voluntariamente un recelo y un rechazo a entender la vida en formato de monodosis y de proyectos vitales cerrados, encapsulados y únicos. Habrá bastante de cobardía en ello o de llevar mal los compromisos, pero sin duda advierte de un cambio de mentalidad significativo y paradigmático. Y esa especie de cansancio irritado que traslucen pudiera tener que ver con obligarles a mamar de los monotemas, la monoideología, la monoimagen y el monopensamiento. Demasiado simio para poder digerirlo de golpe, parecen querer expresar sin saberlo.

Y al hablar de futuro estas cuestiones son más opacas que las estadísticas, las ideologías o los políticos, en cambio parecen ser más reveladoras de lo que espera a la humanidad. No dejan de ser representativas las políticas sociales inducidas en las que a la gente en general se le han imbuido las ideas de una casa, un terreno, una identidad, como formas tanto de asentarlas en su territorio como de hacer negocio con esas necesidades implícitas; cuando, como vemos, la tónica en general va en una línea diametralmente opuesta, hacia la transitoriedad, la de apertura de fronteras y la de tabiques translúcidos.

En un sentido puramente psicosocial, y dejando un momento de lado las cuestiones políticas y éticas, los movimientos colectivos que se van sucediendo en nuestro entorno, guardan relaciones que pueden ser insospechadas para un agudo observador de la realidad, pero no creo que haya tanta distancia existencial entre la gente que originariamente se agolpa en las calles para protestar por un sistema de vida tan preconcebido como el que hemos construido, con esos otros jóvenes que casi todos los fines de semana se juntan para emborracharse juntos en las plazas y parques de nuestras ciudades. Unos parecen estallar de hastío, los otros parecen implotar ante las puertas cerradas a cal y canto, pero les une un clamor de vida de la que seguramente ni son conscientes.

De la misma forma, esta especie de obsesión colectiva en la que se ha convertido la sexualidad en nuestra sociedad moderna, además de desbocada y desesperada, deja entrever una necesidad cada vez más patente de ruptura de moldes y estructuras, como una especie de toma de conciencia conjunta del carácter claustrofóbico de las relaciones fijadas hilo tempore, de las instituciones concebidas para la eternidad y del hormigón con el que se forjan nuestras estructuras sociales, que siempre condenan de partida a la asunción y el sometimiento.

Un futuro en el que predomina un sentido más abierto en las relaciones, un estilo más activo en las formas de vida, un pulso más vivo en las maneras de sentir y de vivir, una transparencia mayor en los tejidos por lo menos microsociales, una ansia muchas veces desbocada de velocidad, amplitud de perspectivas y miradas y un afán por hacer estallar las ataduras y ligaduras que puedan dificultar respirar otros aires y de otra forma.

Y la verdad, no sé yo quien va a llevar esto peor, porque si el patriarca no va a poder garantizarse la descendencia, y tendrá que hacerse cargo de vástagos que no considera propios, que será entonces del derecho de herencia. Verás la que nos espera.

14 comentarios

14 Respuestas a “MONOGAMIA”

  1. Manu Oquendo dice:

    Hola, Carlos, buenas noches.

    La perspectiva que expones es bastante ortodoxa en buena parte de la cosmología hoy vigente en occidente.
    Pero, visto lo visto, reconocerás que en términos sociales le queda el canto de un duro aunque solo sea porque los modelos que no se reproducen perecen rápidamente y son fagocitados por aquellos que sí lo hacen.

    En cierto modo me alegra la coincidencia de tu artículo porque este atardecer me puse a releer las confesiones de San Agustín durante unos quince minutos. Lo hago poco a poco y pesando cada palabra porque fueron escritas hace ya cerca de 1700 años y continúan plenas de frescura y vigencia.

    De hecho lo que apuntas en tu texto ya lo reprochaba San Agustín a sus maestros, a su padre y, si me apuras, a su madre Santa Mónica. Mujer proclive y receptiva al débito conyugal monógamo. Una feliz «partidaria» en toda regla. Comme il faut.

    Esto es lo que cuenta al santo en el Libro I, ya cumplidos los 16 años y en plena euforia carnal.
    “Volebat enim illa, et secreto memini ut monuerit cum sollicitudine ingenti, ne fornicarer maximeque ne adulterarem cuiusquam uxorem. Qui mihi monitus muliebres videbantur, quibus obtemperare erubescerem”.

    La verdad es que en latín suene mucho más lúbrico que en español o en cualquier otra de las derivadas provenzales y occitanas.

    Traducido, decía Santa Mónica a su hijo «Agustinico» –que no hacía ni puñetero caso– lo siguiente…
    “Quería ella—y recuerdo que me amonestó en secreto con grandísima solicitud—que no fornicase y, sobre todo, que no adulterase con la mujer de nadie. Pero estas reconvenciones me parecían mujeriles a las que me hubiera avergonzado obedecer”
    Tela. ¿No?

    Aquí estamos, diecisiete siglos más tarde y con la familia “de toda la vida” como la institución más valorada por los niños de hoy.
    Ellos que en más del 50% de los casos están destinados a perderla con traumas que bien conocerás por tu consulta o por las de tus colegas de profesión.
    Hay cosas que no cambian.

    Por ejemplo:
    1. La naturaleza humana y su búsqueda del Areté. Su crecimiento en el proceso. Es imposible este crecimiento personal si de las relaciones personales tenemos una percepción tan superficial y egocéntrica que todo comienza y termina en el yo en vez de en el nosotros.
    2. El intento del estado laicista (un estado doctrinario) por individualizar al ciudadano desvinculándolo de sus contextos naturales. Fukuyama atribuye a este factor de la pérdida de “confianza” social en nuestras instituciones naturales, la decadencia occidental y, por ejemplo, el ascenso chino. Una cultura la de Confucio extremadamente respetuosa con el entorno familiar milenario.

    En fin, que el estado laicista nos ha traído a este agujero y tenemos que encontrar salida pronto.

    Saludos

  2. Carlos dice:

    Estimado Manu, me alegro de que el artículo haya sido coincidente con la lectura que estabas practicando. Eso siempre facilita una mayor comprensión de lo publicado, y una mejor aportación a la reflexión.

    Al respecto de lo mucho que indicas en tu amplio comentario, quería hacer algunas apreciaciones. En el siglo IV d.C. la familia en cuanto a universalidad, a consistencia y a la fortaleza de su estructura social, no era demasiado parecida a la actual, y todavía se iba progresivamente abriendo camino a ambos lados del Mediterráneo, de la mano del ya decadente imperio romano de occidente.

    Efectivamente, tras tanto tiempo transcurrido en la familia (entidad) ha habido un importante recorrido que ha dejado un sustancial bagaje de logros y frustraciones. Y si quieres una alineación –que se no me pides–, actualmente aprecio a aquellas que entienden su estructura como aporte al desarrollo personal, especialmente el de los menores por la dependencia natural al sostén. A lo que añado que quien quiera seguir utilizándola desde el secreto para silenciar sus mezquindades, o la incondicionalidad para garantizar su poder, lo va a tener cada vez más crudo.

    El valor del cambio de Agustín de Tagaste es considerado por el catolicismo como de santidad, pero es muy similar a los que han experimentado otras grandes figuras, que en culturas diferentes las han denominado de otras formas, Siddharta en Cachemira, Lao Tsé en la provincia central de la china continental de Luoyang, o la de Bernabé el Tirso en la península ibérica. Todas ellas hacen mención, simplificándolo, a la vertiente sagrada de la sexualidad, el ascenso de una energía sexual primaria a la bóveda de la catedral. Al respecto recomiendo los ensayos de Moshe Idel “Cábala y Eros”, y los de Mircea Elíade “Erotismo místico en la India” y “Lo sagrado y lo profano”.

    De mi experiencia en el trato humano relativo a lo que mencionas, deduzco dos cosas, que ir detrás de la excelencia es un camino equivocado pero no exento de valía, y que la perfección es una quimera que solo conocen bien los locos. Por ello el camino iniciado por nuestra sociedad, una vez sobrepuestos del yugo de la doctrina, no deja de parecerme que adolece de un exceso de fascinación por la razón, la hegeliana, y denota el vacío de un subjetivismo épico que veo cada vez más necesario.

    En cuanto al laicismo, mi impresión positiva es solo la de la virtud de un Estado que no se entremezcle con las cosas del espíritu, pues cuando se han juntado la que se ha armado ha sido bien gorda siempre. Y lo que creo que mencionas como “doctrina laicista”, a mi se me presenta como abierto anticlericalismo, que es bien distinto, pues ambas antagonizan porque disputan el mismo espacio, el dominio externo de la conciencia individual, y pretenden fines similares.

    Por último, me temo que no soy tan optimista respecto a los plazos en los cuáles las sociedades cambian, pues más que modelos –estos sí que lo hacen– son sistemas, es decir conjuntos coordinados de fuerzas y acciones varios que dan lugar a una forma determinada, y por tanto, además de tender a su perpetuación en lo que al sustento del poder suponen, ha de ser bastante intensa y compartida la fuerza que pugna por su modificación. Otra cosa sería si el cambio fuera individual.

    Ya solo mencionar el placer de compartir un foro como este, para intercambiar los puntos de vista sobre cuestiones tan centrales como las que se comentan, y, por favor a ver si ¡Apagan ya la televisión!

    Un cordial saludo

  3. Rafa dice:

    Unos padres adoptan formal e informalmente a un hijo, deciden ocuparse en cuerpo y alma con respeto a él, siguen de cerca su desarrollo, le apoyan ayudan y dán confianza, procuran cubrir sus necesidades fisiológicas etc, etc, importaría en alguna medida que estos fueran o no sus padres biológicos?, cual es el hecho diferencial?, el amor.

    Una señora o señor casados, tienen un vecino o vecina, y ella o él cuando está malo el vecino, se intranquiliza, intenta apoyarle cuando tiene algún problema, si se cruzan miradas o se rozan se despierta una luz, pero no se acuestan entre ellos. Cuando el matrimonio practica sexo están pensando en la hipoteca, en los hijos, en los problemas que tienen, o en el partido del domingo, entonces con quien está haciendo el amor ese señor o señora?, con su conyuge o con el vecino?, ¿cual es el hecho diferencial?, el amor.

    ¿que es la familia romana, una institución que dá solución o la facilita, a los problemas actuales, en un tipo de relación cada vez más compleja?, o una institución que perpetúa un estado de cosas que en el mundo han sido referencias para anclarnos en nuestras actitudes (yo como individuo pertenezco a tal familia, soy de tal pueblo, de tal provincia y de tal nación)

    Quizá los jovenes estan empezando a hartarse de tanto disimulo, y en las pocas ocasiones en que se comprometen, lo hacen de verdad, están comenzando a romper instituciones que ya ceden por las costuras de tan usadas.

    1. Remedios dice:

      El hecho diferencial entre unos padres que adoptan y otros que tiene hijos biológicos, no es el amor, porque seguro que ambos aman a sus hijos. Será la sangre, porque unos la transmiten biológicamente, y los otros no. Lo bonito del caso es que se empieza a tener más en cuenta el vínculo que la sangre.

      Pero lo del vecino y/o la vecina que te acuerdas mientras haces el amor con tu pareja, sí que no es amor universal, ¿no será, a lo mejor, disociación vecinal?

      El sexo no se practica, como el deporte o ir de compras, se vive. Y si mi marido está pensando en otras cosas, o en otra persona, está haciendo el indio, y se está perdiendo lo más maravilloso de todo.

  4. gema dice:

    La familia, lazos sanguíneos o enlazados por sentimientos?, la familia: perpetuación de los valores establecidos?, la familia..cada vez mas violentada- de hij@s a padres- por causa económica, la familia: degradaciones y abusos casi por costumbre, la familia..a saber, desde luego o hay lazos sentimentales fuertes de por medio o para mí…no existe tal, aunque haya un librito que lo certifique.

  5. Manu Oquendo dice:

    No tengo mucho tiempo ahora pero tras leer las referencias al afecto familiar de Gema y Remedios quisiera dejar algunos apuntes rápidos.

    El primero es desvincular amor y sexo. ¿Por qué lo hemos vinculado? ¿A quién interesa esta semántica?

    Esto es un grave problema de nuestra cultura actual cada vez más ramplona, más cutre y carente.
    Esto se refleja en la semántica y en los conceptos.

    Hemos pasado de hasta ocho palabras específicas poara referirnos con precisión al amor (agape, caritas, philia, dilectio, eros, libido, stergo, nomos) a una sola y referida al sexo. Y esta transformación semántica sucede en los ultimos cuarenta o cincuenta años. No antes porque en mi infancia era muy diferente y mejor cualitativamente.

    El segundo es que la familia, para ser fuerte y resistir las muchas piedras del camino, requiere un proyecto vital común y una visión trascendente del ser humano-.

    Si este proyecto vital y esas convicciones morales no están presentes no hay «amor» en su acepción actual que la sostenga.

    ¿Por qué lo iba a hacer si son tantas las oportunidades de «mejorar» o de huir de los «problemas»? ¿Por qué?

    Saludos

  6. Carmen dice:

    ¡Felicidades! Me ha encantado el artículo

  7. Organizado dice:

    Estoy de acuerdo con la mayoría de lo que expones en este artículo. La familia no es lo que era ni de lejos. Cuando yo era niño, la familia parecía algo indestructible, algo sólido, monolítico.

    Hoy veo a mis hijos y no me los imagino teniendo una familia estable. La sociedad en la que están creciendo va por otros derroteros. La religión no es lo que era, la educación tampoco.

    Si a eso le añadimos la emancipación de la mujer, el hecho de que las personas vivirán más de 80 años y lo mezclamos todo con un poco de crisis económica, entonces creo que no tendremos monogamia, sino todo lo contrario.

  8. Paz dice:

    Una cosita:
    ‘hilo tempore’ no es correcto, sería ‘in illo tempore’, es decir, en aquel tiempo.

  9. Israel dice:

    Como diría Barney Stinson «Yo sólo tengo una norma»: no comentar artículos de psicólogos… Pero ante lo del «hilo tempore»… no puedo por menos. ¡Hay que ver lo que ha producido la LOGSE….!

    1. Carlos Peiró Ripoll dice:

      Al hilo de lo que decía Geyneth Pilllow «yo no suelo comentar las cosillas de los judíos». Pero ante lo que dice Israel no es consecuencia de la LOGSE, sino de lo de Villar Palasí y sucede lo que se indica en http://www.otraspoliticas.com/educacion/bilinguismo.

      Lao Tzu: «El que busca perfección en la imperfección de los demás solo recalca sus limitaciones».

  10. Gema dice:

    Ozú con Lao Tzu: que frase tan perfecta!!—

  11. Israel dice:

    Muchas gracias por lo de «judío» . Y, como yo también soy de Villar Palasí, entiendo aun menos que un licenciado meta la pata con el latín como usted.

    1. Carlos Peiró Ripoll dice:

      Ya que usted menciona lo de «no comentar artículos de psicólogos», como forma sarcástica de denostar y discriminar a los de mi profesión de un plumazo, no me dirá que está usted legitimado para afearme cualquier otra diferencia que mencione. Y dicho de paso la cultura judía es una de las que más admiración me suscita.

      Cuando se aprobó la mención que hace Paz en el artículo al utilizar el término «in illo tempore», me pareció adecuado pues de ello dejamos constancia. Pero si usted después se sube al carro para hacer un poco de sorna sin aportar nada más, ya no me parece tan bien, y aprobarlo solo es para que este cruce se produzca y se saquen algunas lecciones de empatía, como vivir en la propia piel aquello que se está intentando provocar en el otro.

      Espero que los debates de este blog vayan por derroteros más fructíferos, y menos primarios, elementales e infantiles.

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