Desaprender

Hace unos días estuve en una residencia de ancianos, limpia y luminosa, con un amplio patio interior que tenía un porche, a modo de claustro como el de los monasterios. Salvo que, en vez de una sucesión de pinturas describiendo la vida de un santo, se mostraba una colección de fotocopias coloreadas agrupadas bajo el título “El verano”. Entre ellas, había una en la que podía verse un niño sonriente con un cubo y una pala, otra en la que aparecía una enorme pelota de playa, otra más con un barquito y así sucesivamente. Al parecer, se trataba de una exposición de los trabajos artísticos de los abuelos. Los mismos que hacen los niños de tres y cuatro años. Es de suponer que, próximamente, habrá otra exposición sobre “La navidad”.

Los extremos se tocan y el círculo se cierra. Después de una larga vida de esperanzas y trabajos volvemos a colorear las fichas que nos ofrecen unas señoritas. Precisamente en este momento en el que tenemos la oportunidad de deseducarnos, de desaprender.

En la antigua China, el pensamiento y la educación giraban en torno a dos planteamientos, aparentemente opuestos pero complementarios: el confucianismo y el taoísmo. El primero centrado en el conocimiento práctico y la acción social y el segundo basado en la contemplación y la búsqueda del propio camino. Los niños y jóvenes se educaban en el complejo sistema de reglas y rituales del confucianismo, mientras que las personas de mayor edad intentaban recobrar la espontaneidad que había sido destruida por las convenciones sociales. El ser humano plenamente realizado era aquel capaz de armonizar los dos planos, de ocuparse de los asuntos terrenales y seguir el orden natural del universo.

En la sociedad actual, no se contempla ni se ofrece esta segunda posibilidad. En vez de ayudarnos a encontrar nuestro propio camino, se nos encauza por una ruta determinada con pocas posibilidades de salida. Decía un amigo mío que una rutina es una ruta muy pequeña, un sendero estrecho que no lleva muy lejos. Y en eso suele consistir la educación, en el aprendizaje de rutinas. Y las rutinas no consisten solamente en conductas repetidas y ritualizadas, sino también en repeticiones de pensamiento.

La imitación y la repetición son más antiguas que la misma pedagogía, que cualquier intento metódico de transmitir un conocimiento, y resultan eficaces para algunos aprendizajes. Pero su uso sistemático y exclusivo nos convierte en impostores; es decir, en personas con algo impostado o impuesto. Al ser instruidos de este modo adquirimos hábitos que no son propios, que condicionan nuestra naturaleza, inducen convicciones y valores, distorsionan nuestra sensibilidad e inciden en nuestra biología y nuestra genética; es decir, en todo aquello que nos hace únicos.

Decir que la escuela mata la creatividad es casi un tópico, especialmente después de la gran difusión de los vídeos de Ken Robinson sobre el tema, pero lo cierto es que en el mundo de lo académico no suele buscarse el cambio, sino que se dificulta o no se tolera. No se fomenta la búsqueda de respuestas nuevas, sino que se tiende a reproducir las soluciones que parecieron válidas en otro tiempo. Y con esta actitud de aferrarnos al pasado no estamos facilitando las innovaciones que nos demandará el futuro.

Se concibe el aprendizaje como una acumulación de informaciones, cuantas más mejor, que van ensamblándose con las anteriores. Pero así no puede surgir nada distinto de lo conocido, solo se refuerza o se retoca lo que ya se tiene. El verdadero aprendizaje supone una transformación. Para que afloren nuevas formas de hacer y de pensar, es preciso destruir y construir continuamente. Se necesita estar dispuesto a desprenderse de lo que no sirve aunque no estemos totalmente seguros de lo nuevo. Se requiere quedarse con la mente en blanco o con el culo al aire, convivir con situaciones precarias y con vacíos; porque unas y otros son necesarios para crear.

Pero no se puede crear sin conocer, partiendo de la nada. Y esta es una de las funciones reconocidas de la educación: proporcionar una base sobre la que impulsarse; es decir, mostrar cómo lo han hecho otros; presentar los conocimientos, los modelos y los marcos de referencia que han condicionado el devenir de la humanidad a lo largo del tiempo. Todo ello sin olvidar que los saberes no son definitivos, que en cada época cada civilización ha pretendido ser eterna y siempre se ha considerado la mejor y la más avanzada que todas las que la hubieran precedido.

Aquí es donde reside el reto: en enseñar y educar de tal manera que luego sea posible desaprender. Y esto solo es posible si el que educa, a su vez, está desaprendiendo.

16 comentarios

16 Respuestas a “Desaprender”

  1. Victoria dice:

    Magnífico, Enrique.

  2. José María Bravo dice:

    Lo que me parece más interesante del articulo de Enrique Sanchez es que roza lo poético. A lo largo de la historia de la Filosofía ha habido un dilema entre la razón y la imaginación. Descartes fue racionalista pero decía que amaba la poesía. Sartre desdeñaba la imaginación porque parecía distorsionar la realidad. Entre esas dos vertientes de acercamiento al conocimiento se pasea, en su articulo, Sanchez y parece, para mi evidente, gana la poética, gana la imaginación.

    El Mayo del 68 se inicio con ese eslogan, «la imaginación al poder». Quizás, era contradictorio por aquello del poder. Era apena un atisbo, un animo, una ilusión. Todo se esfumo porque, volviendo a Enrique Sanchez, no se hizo la labor de desaprender.

    Educar para desaprender, es quizás el camino que nos falta en la vida, en la vida social, en la vida política. No podemos seguir sujetandonos a la razón por miedo a caer en el «abismo» de la imaginación, en el paso que nos lleva a la transformación. El conocer esta en la Estetica, en el vaciamiento del juicio para ponernos en el disparadero de la percepción e intuir. Sin miedo, imaginar. Quizás, aprender a soñar.

  3. Ana dice:

    ¡ Qué duro y qué real el comienzo del articulo! Con los ancianos dejándose tratar como escolares, cerrando el fatal circulo. No dudo que la vida tiene siempre sitios por donde filtrarse,( a pesar de los impedimentos que socialmente todavía nos ponemos),pero esa imagen de como nos abocan a terminar nuestro paso por esta tierra. me impacta, me sobrecoge y me pone enferma… Estamos muy lejos de la escuela del desaprender, es más, creo que ya no habría necesidad de escuelas si muchos nos apuntáramos a aprender a desaprender. De momento,a mi me parecen pocos los que se interesan por la vía de Lao-tse

    1. Alicia dice:

      Y no es malo que el viejo pinte como un niño si es el propio viejo quien elige, decide porque sí que — en vez de acudir al ambulatorio (ese lugar que se llama centro de salud y donde lo atiende a uno un señor que gracias a las nuevas tecnologías expende boletos que se llaman recetas en letra muy clarita) a competir, mientras espera turno, con otros viejos porfiando quién tiene más artrosis o más colesterol o la tensión más alta— se va a quedar en casa y, solo y a su aire y pertrechado de lapiceros de colores o acuarelas o lo que sea, va a pasarse la tarde pintando lo que le salga de las narices.
      Eso es estupendo. Elegir y dejarse llevar por su curiosidad, por sus deseos de hacer algo (algo que a lo mejor no ha tenido la oportunidad de permitirse nunca) no dirigido por “otros” que “saben” qué es lo que está “bien hecho”, bien dibujado, bien pintado, bien modelado, bien bailado, bien cantado o, en el caso concreto de los viejos “bien matado el tiempo” porque, angelitos, tienen que entretenerse con algo. Y, luego, una “señorita” o jovenzuelo le dedica una sonrisa meliflua, le da unos golpecitos paternales en el hombro, y lo felicita con un “muy bien, Filiberto, te ha quedado muy bonito”. Y el viejo se siente tan orgulloso.
      ¿Por qué han consentido los viejos en aprender a dejarse humillar de ese modo?
      ¿Por qué han consentido los jóvenes en aprender a humillarlos de ese modo?

  4. L dice:

    Me gusta mucho leer siempre tus artículos sobre la educación, me encantan. A mí también me educaron con el sistema de la repetición, de esa rutina de hacer todos los días lo mismo, todos los días iguales, y ya como dices, el pensamiento también se vuelve igual, repetitivo y sin espacios para pensar otra cosa o sentir otra cosa que no sea lo esperado.
    Comparto este documental sobre la educación, me parece interesante verlo.

    http://www.youtube.com/watch?v=-1Y9OqSJKCc

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Gracias por tu comentario. Ese documental que compartes («La educación prohibida») es muy loable por su intención y por la forma en que se ha hecho, pero tiene muchas cosas que objetar en una segunda lectura. Para empezar, en ningún momento cuestiona la existencia de la escuela, solo pone en evidencia muchos de los defectos de la escuela tradicional. No propone una alternativa global, que cambie lo que ahora tenemos por otro modelo, sino que describe algunas experiencias parciales, varias de ellas obsoletas o solo válidas para determinadas edades y entornos sociales. Describe escuelas a las que, lamentablemente, solo pueden asistir alumnos que ya llegan educados, puesto que proceden de familias de clase media alta (profesionales, artistas, intelectuales, etc.). No obstante, merece la pena verlo; aparecen en él muchas personas y testimonios de gente que pone mucho en su trabajo.
      En fin, el análisis en detalle de esta película podría ser motivo de un artículo.

  5. suleiman dice:

    La escuela es un sistema, un modelo, una institución y una correa de transmisión del poder social.

    Si como se dice en el artículo y en otros, la cuestión es desaprender lo que hay que hacer es desmontarla, no se puede reclamar otro modelo, otro sistema y otra institución, que no dejará de estar al servicio de otro poder, más pronto que tarde.

    Se trata de romper los monopolios de la enseñanza, el sentido de que educar es una cuestión del interés de la generación mayor sobre los que están llegando, enterrando la necesidad de estos y su vocación de libertad.

    A partir de esa base, hay un montón de opciones que hace tiempo, desde que nació la enseñanza, que se barajan, y grandes vías que posibilitan el desarrollo del niño hacia el hombre, y que con los avances científicos van alcanzando de forma imparable esos destinos.

    El modelo siempre quiere lo mismo, que se hable de él, le da igual que sea bien o mal.

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Gracias por el comentario, que comparto en líneas generales, aunque hay cosas que es preciso enseñar a los que llegan sin que ello suponga «enterrar sus necesidades y su vocación de libertad», por ejemplo, a no meter los dedos en los enchufes, romperle la colección de sellos al abuelo, cómo usar los libros y cosas por el estilo. También hay que matizar qué es eso de la libertad. En un artículo de este blog se habla sobre ello.
      Respecto al párrafo «A partir de esa base, hay un montón de opciones que hace tiempo, desde que nació la enseñanza, que se barajan, y grandes vías que posibilitan el desarrollo del niño hacia el hombre, y que con los avances científicos van alcanzando de forma imparable esos destinos», sería muy amable de tu parte que citaras o explicaras someramente algunas de las opciones, grandes vías y avances científicos que propones como alternativa.

  6. Micaela Casero dice:

    Me aturden las palabras.

    Me llegan de muy lejos.

    Mis amigos han muerto, mis recuerdos se confunden y me confunden.

    Los buenos doctores me aclaran que estoy en otro siglo, en otro milenio: muchas cosas que aprendí, no son verdad, no son reales. Tampoco lo fueron antes.

    ¿Qué puedo hacer?

    Los que me conocieron, no existen, los que me ayudaban a soñar con mi pasado, no están. Los que ahora me hablan, me dicen cosas que no entiendo, me enseñan instrumentos que no manejo.
    Ni siquiera el dinero es el que era.

    Me he vaciado por dentro y por fuera. Estoy hueco: ¿quién soy?, ¿a quién, a qué pertenezco?
    De lo que aprendí, nada sirve.

    Tengo miedo. No sé vivir sin mis viejas referencias.

    Cuando pregunto, el eco me responde.

    ¿Adónde, a quién puedo dirigirme?
    Tengo que aprenderme de nuevo, necesito un mundo referencial, un discurso que conozca.

    En la noche más oscura, del día más largo, del silencio más opresivo y terrorífico …, se oyó a sí mismo gritando sus anhelos de aprenderse. Al conformarse consigo mismo, se abrazó y se hizo luz, sin el lastre de aprender para siempre, sin temor a vaciarse, en un camino inventado eternamente …, duro, solitario, con un sabor a absurdo que agrieta la boca y la obliga a buscar fuentes de agua fresca y dulce.

    Acabó cumpliendo sus 82 en paz.

  7. Joselu dice:

    Estaría de acuerdo en líneas generales contigo en la reflexión de que la escuela mata la creatividad. Yo fui un profesor extraordinariamente creativo en un tiempo, pero la realidad me ha ido arrumbando en un profesor tradicional que sabe que las innovaciones son casi imposibles en la escuela en la que yo trabajo. Me explico. Todo lo que escribes describe un recipiendario alumno de clase media alta, con un amplio bagaje cultural, con disponibilidad para ir al cine, al teatro, viajar, leer… y un ambiente cultural propicio para la creatividad porque dispone de unos recursos que puede deconstruir y volver a ensamblar. Lo que yo me encuentro cada día, Enrique, son alumnos de clase media baja que no saben articular dos sintagmas seguidos con sentido y llenos de faltas de ortografía, un léxico de una pobreza fundamental que no llega a doscientas palabras y tiro largo, que carecen de cualquier facilidad para la expresión oral y escrita, que carecen de cualquier base cultural en que sembrar los conocimientos, que muchas veces hay que realizar tareas de alfabetización y explicar en cuarto de ESO lo que significa grande y pequeño y cuál es el color azul. No pueden comprar libros por razones económicas y tampoco lo harían si pudieran porque tienen otras prioridades (el móvil por ejemplo) Nunca han ido al teatro, odian los libros y la cultura no significa nada para ellos relevante. Son en muchos casos refractarios al conocimiento, son indisciplinados y problemáticos y su realidad es complicadísima a nivel familiar y social. ¿Te referías a este tipo de alumnado cuando reflexionabas sobre Ken Robinson y el nuevo paradigma o pensabas en el alumnado que conociste en la escuela Agora?

    Yo no puedo hablar sino del alumnado que conozco yo que no es especialmente receptor de novedades porque les falta una base cultural y no se puede destruir y construir donde no hay fundamentos. Abundan estos muchachos en ideas tópicas, elementales, y hasta la tecnología les termina resultando cargante si es con un objetivo académico.

    He reflexionado mucho sobre Ken Robinson y su nuevo paradigma aplicado a mi realidad educativa. He escrito sobre ello KEN ROBINSON O LA APOTEOSIS DE LA NADA. Ya me gustaría pensar que lo que dice este teórico pudiera tener alguna aplicación en entornos sociales extremos, desfavorecidos, donde las rutinas en cierta manera es un logro importante, porque todo tiende al desorden, a la entropía y a la suciedad física. Eso no impide que yo no ame mi profesión, tenga a mis alumnos como lo más importante y los estime, pero me temo que es que no.

    En China, al iniciarse la etapa taoísta muchos ancianos iban a los fumaderos de opio para pensar, crear y reflexionar. Siempre me pareció genial esta aplicación en la tercera edad.

    Un cordial saludo, y gracias por tu presencia y tus reflexiones.

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Estoy de acuerdo contigo Joselu, algunos alumnos, por el hecho de nacer donde nacen, ya llegan educados a la escuela. Ya digo en el artículo que «no se puede crear sin conocer, partiendo de la nada». Y los puntos de partida son muy diferentes; pero lo que considero esencial es la actitud al impartir los saberes, no mostrándolos como algo cerrado y definitivo sino como algo en construcción.
      Respecto a mi querido Colegio Agora, debo decir que, efectivamente, su alumnado pertenecía a la clase media alta (ahora es un colegio concertado), pero no todo, ya que algunos padres hacían un esfuerzo considerable por pagar las cuotas. Eran otros tiempos, anteriores al desencanto actual. Sin embargo, debo decir que fue el primer colegio, que yo conozca, que puso en práctica lo que entonces se llamaba «la integración», incorporando junto con el alumnado considerado «normal» todo tipo de alumnos con necesidades educativas especiales (síndromes de Down, sordos, espina bífida y otras dificultades de difícil diagnóstico). Todo ello mucho antes de la llegada de la LOGSE. Con ello quiero que sepas que no me resulta ajena la dificultad de atender a niveles muy diferentes dentro del aula.
      También conozco el alumnado al que te refieres, porque buena parte de mi familia y mis amigos son maestros y porque mi trabajo requiere que visite muchos colegios, institutos y centros de formación profesional. Entre todos ellos, muchas veces me queda la sensación de que los alumnos y los profesores pertenecientes a los Programas de Cualificación Profesional, estaban especialmente implicados en lo que hacían y no necesitaban; es otra forma de concebir la enseñanza, confiando y tratando de apoyar a los expulsados (voluntaria o involuntariamente) del sistema.
      En el entorno de trabajo que describes, hay que escuchar más a Freire que a Ken Robinson, que no deja de ser un pedagogo de la clase alta, que describe con mucho acierto muchos de los defectos de la escuela pero que los contempla desde las alturas. No obstante sus reflexiones también son necesarias, igual que lo fueron las de Alexander Neill en su momento. Leeré con detenimiento tu artículo sobre Ken Robinson. Gracias por tu comentario.

    2. Victor dice:

      La realidad que describes Joselu la conozco bien, porque he trabajado largo tiempo con los colectivos que describes de alumnos y de sus familias. Suscribo una por una tus reflexiones e impresiones, especialmente la descorazonadora sensación de que una y otra vez te topas con la misma realidad, las mismas carencias elementales, el mismo entorno irremediable e inabordable, y esa impotencia que se te va impregnando día a día, y contra la que poco o nada se puede hacer.

      En cambio, en lo que no estoy de acuerdo en nada contigo son en tus conclusiones. Que Ken Robinson haya desarrollado una teoría que pone en evidencia como las escuelas matan la creatividad, en un marco social global, y, además que lo haya hecho con la genialidad con la que lo presenta, creo que es un esfuerzo muy meritorio.

      Y además es que pasan dos cosas que mezclamos y enturbian la labor del profesor. Una es considerar que todo es aplicable a todos en todo momento, cuando sin tanta presunción, se deben proponer objetivos de alto rango alcanzables a los tipos de población con la que se trabaja, porque muchas veces favorecer pequeños cambios sientan los peldaños para grandes pasos, y aunque solo parezcan testimoniales es fácil contemplar en determinados plazos que no lo son. Y el otro es considerar a los ideales en vez de como referencias de los que alimentarse, creer que pueden ser alcanzados solo por el hecho de creer en ellos y ponerlos en práctica. A mi los ideales me han servido y me sirven mucho, y hago permanentes esfuerzos por intentar compaginarlos con realidades negativas y hostiles, sobretodo porque quiero evitar sentirme un mesiánico en mi profesión.

      Me alegro de poder compartir estas reflexiones con vosotros, y me gustaría poder seguir haciéndolo por este u otros medios. Un cordial saludo.

  8. Le felicito por este certero artículo. Todos los que nos dedicamos al mundo educativo debemos tener esta capacidad, totalmente de acuerdo. Gracias.

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