El salario de un buen soldador puede llegar a doblar el de muchos titulados universitarios. Y lo mismo podría decirse de otros perfiles técnicos, como fresador con control numérico, electromecánico o técnico de mantenimiento. A pesar de ello, cuando concluyen sus estudios obligatorios muchos jóvenes optan por el Bachillerato y no por la Formación Profesional de Grado Medio; y el mismo patrón se repite cuando se trata de elegir entre la Formación Profesional de Grado Superior o la Universidad.
Esta decisión se toma en parte por desconocimiento pero, también, por la poca consideración social que tienen los oficios, cuando se comparan con otras actividades que, al parecer, precisan más de la cabeza y requieren menos del uso de las manos. Como si un buen mecánico no tuviera que pensar o un maestro no tuviera que mancharse. Y, puestos a comparar, sería difícil decidir, en algunas de las situaciones con las que se tienen que enfrentar, cuál de los dos pensamientos estaba siendo más complejo.
Incluso entre los estudios profesionales, se demandan más aquellos que forman en actividades de bata blanca que los que preparan para ocupaciones de mono azul. Y nos encontramos con la paradoja de que las empresas tienen más dificultad para encontrar instaladores industriales o expertos en fabricación mecánica que para seleccionar informáticos o personal sanitario.
Al parecer, en el sentir colectivo todavía queda un residuo de la mentalidad y los comportamientos del hidalgo, de ese noble empobrecido que consideraba indigno el trabajo manual y prefería la carrera de las armas, del clero o de la burocracia de palacio antes que dedicarse al comercio, la artesanía o cualquier actividad propia de moriscos, judíos o plebeyos.
También es una consecuencia de la ideología adquirida en la escuela, que siempre ha favorecido a las clases dominantes y en la que quedan todavía inercias de aquellos tiempos en los que llegar lo más lejos posible en la carrera académica suponía estar más alejado de las clases trabajadoras. Y cuando lo que se aprende en la escuela es más práctico que teórico se habla de profesión, en vez de hacerlo de oficio, queriendo indicar con ello que se dispone de algún tipo de formación teórica y de un título que lo acredita.
Y esta disociación entre lo intelectual y lo manual, que otorga prioridad a lo primero sobre lo segundo, todavía se refleja en las leyes educativas; en las que, a partir de cierta edad, las enseñanzas se separan en académicas y aplicadas. Se establece con ello una división artificial entre la enseñanza teórica y abstracta y la enseñanza práctica, dando a entender que el desarrollo de la inteligencia (una de ellas) es totalmente independiente de la actividad productiva y que el trabajo embrutece o, como poco, obstaculiza el desarrollo intelectual.
El caso es que, por los motivos que sean, la tasa de universitarios españoles es superior a la media de la Unión Europea, pero el número de titulados en Formación Profesional apenas alcanza la mitad. Como consecuencia, casi un tercio de los españoles con trabajo lo están desempeñando en empleos para los que están sobrecualificados, es decir, que están por debajo de sus posibilidades académicas. A esto hay que añadir que tres de los cinco millones de parados apenas cuentan con el título de Graduado en Educación Secundaria Obligatoria o con algún tipo de certificado profesional básico.
Todas estas cifras y otras similares suelen manejarse en todos los discursos electoralistas que versan sobre educación, así como en las propuestas de leyes que se derivan de ellos, en los que la formación profesional ocupa un lugar central. Sin embargo, tanto los discursos como las leyes se contradicen con los hechos que después los acompañan, y todo se queda en palabras y letra muerta sobre un papel.
Por ejemplo, después de intentar convencer a los alumnos y sus familias sobre las bondades y beneficios de la FP, resulta que 40000 alumnos se quedan sin plaza cada año para cursar un Ciclo Medio de Formación Profesional. Bien porque en el lugar donde viven no se ofertan las enseñanzas que demandan, bien porque el número de plazas ofertadas es menor que las requeridas; lo que determina, por ejemplo, que quien quería formarse como Técnico en Soldadura y Calderería se tenga que conformar con ser admitido en un Ciclo Formativo de Pastelería y Panadería.
Como es habitual en el discurso político, se manejan verdades a medias o mentiras descaradas y se hacen promesas que se sabe a ciencia cierta que no se van a cumplir. Forma parte del mismo mensaje en el que aparecen el bilingüismo o el uso de las TIC. Unas consignas inmediatas y populistas que dejan de aplicarse cuando han cumplido su función: convencer a la opinión pública y recolectar los correspondientes votos.
Y uno de los temas recurrentes es el de la Formación Profesional Dual, presentada como panacea que permite arreglar los problemas laborales de cualquier país, y que consiste en combinar el estudio en las aulas con el trabajo remunerado en las empresas. Es el sistema de formación mayoritario en Alemania, en donde los empresarios publican ofertas de formación en sus empresas y eligen los estudiantes que consideran más adecuados después de un proceso de selección. Durante el periodo de formación los estudiantes reciben un salario y las empresas están obligadas a cubrir las cuotas de seguridad social, desempleo y jubilación de sus aprendices. Al finalizar el periodo de aprendizaje, es bastante habitual que estos aprendices sean contratados por las empresas que los formaron. Parece una estrategia mucho más lógica e inteligente que seleccionar entre personal supuestamente formado en una institución externa, pero desconocido. Aunque esta formación le suponga un gasto importante a la empresa, que no lo considera como tal sino como una inversión.
Para que este modelo fuera posible en nuestro país, lo primero que se necesitaría es que hubiera empresas suficientes para acoger a todos los alumnos que lo demandaran, dando por supuesto que dichas empresas estuvieran dispuestas a formarlos y a pagar por hacerlo, considerando que esto suponía un beneficio para ellas y no una molestia.
Pero el tejido industrial de este país es escaso y proliferan más las pequeñas empresas, los trabajadores autónomos y los negocios familiares. Apenas un 1% de las empresas españolas tienen más de 50 empleados. Pocas de ellas tienen la posibilidad de ampliar su plantilla o están en condiciones de asumir el coste que les supondría la formación de cada alumno. Incluso con el sistema actual, en el que la formación teórica se completa con un periodo de formación práctica en centros de trabajo, donde los alumnos no cobran, hay bastantes dificultades para encontrar empresas en las que realizar las prácticas.
Aunque, en la futura implantación de la LOMCE, hay una contradicción mayor: por un lado se pretende hacer una reforma educativa de bajo coste y por otro se quiere impulsar a la Formación Profesional. Y esto supone dinero, ya que una plaza escolar de Formación Profesional es considerablemente más cara que una plaza de bachillerato y supone un gasto por alumno que varía entre 8000 y 9500 euros anuales, dependiendo de la titulación de que se trate, mientras que el coste de un alumno de bachillerato se sitúa en torno a los 5500 euros.
Posiblemente se pretende que, además de las Comunidades Autónomas, sean las empresas y los propios aprendices los que soporten el gasto. Y ya hay indicios que lo sugieren. Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid se han firmado algunos convenios de colaboración con empresas para formar alumnos en la modalidad dual; aunque el salario que reciben es más reducido que el de los aprendices alemanes y la Administración bonifica las cotizaciones empresariales. Pero, al mismo tiempo, y manejando el argumento de la futura implantación del modelo dual, se van a retirar los conciertos educativos con centros privados, de gran tradición y prestigio en las enseñanzas profesionales, que ofertaban Ciclos Formativos de Grado Superior. Estos ciclos, cuya demanda no se cubría con la oferta pública, ¿quién los va a asumir?
Resumiendo: la futura ley de educación ni siquiera es coherente con su principal objetivo declarado, que consiste en «mejorar el nivel educativo de los ciudadanos para abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por un futuro mejor». Tampoco ofrece una respuesta satisfactoria para conseguir que los futuros reponedores, mensajeros, camareros, telefonistas, empleados del hogar, y tantos otros puestos de trabajo que sostienen un país, reciban una formación lo suficientemente sólida y flexible que mantenga la tensión y les permita continuar con su aprendizaje cuando lo precisen o lo estimen oportuno. Y, sobre todo, que consiga que la experiencia escolar no les haga percibirse a si mismos como los apartados del sistema. Pero este es otro tema, que se tratará en un próximo artículo.
Artículo interesantísimo. Creo que para que un país prospere es importante la diversidad, y eso es algo que la sociedad tiene que entender y asumir.Tan influenciados como estamos por las modas y por las necesidades que se nos crean, nos pensamos libres de elegir cuando en realidad somos marionetas. Es muy fácil de observar cuando preguntas a los niños en edad escolar lo que quieren ser de mayores. Las variaciones que van experimentando las respuestas apuntan a esa influencia de la que hablo. Llega un momento en que es tal que sólo se contemplan dos parámetros: el prestigio y el dinero. Sin embargo, vivimos unos momentos en que ya nadie sabe lo que podrá reportar dinero o prestigio en el futuro de un mundo tan cambiante. Por eso los padres, que tanto influyen en la decisión de sus hijos, están empezando a pensar de otra manera.
Me gusta la palabra oficio. La he escuchado últimamente como sustituta para hablar de la futura formación profesional. Pero me asalta la inquietud de que, como hemos hecho con tantas otras, la vaciemos de su significado. Era una bella durmiente. Si no es para bien, es mejor dejar que siga durmiendo.
Siempre me ha llamado la atención el porqué de que determinadas profesiones — no voy a nombrar ninguna, la lista sería extensa, pero todas (o casi todas) aquellas profesiones u oficios vinculadas al trabajo manual — conlleven la ausencia de so que en términos tan generales se denomina cultura.
Todos nos mostramos comprensivos, a todos se nos llena la boca con tópicos como que todas las profesiones son igual de respetables, y todos estamos de acuerdo en que son profesiones, todas esas, imprescindibles para el funcionamiento de cualquier tipo de sociedad. Pero, confesémoslo o no, son profesiones que no querríamos ni para nosotros mismos, ni para nuestros hijos.
No es cuestión, tengo la sensación, de que el rechazo derive del hecho de que no estén bien pagadas, que muchas lo están muy bien, sino por esa especie de lastre que arrastran de que quienes se dedican a ellas son personas bastante… se me ocurre “primitivas”.
Y no entiendo porqué tiene que ser así — no el que se tenga de ellas esa idea, que para ser sincera yo sí la tengo, sino por qué han de ser personas tan ajenas, o lejanas, a casi todo tipo de sentimiento estético — cuando, en buena lógica, no tendría por qué haber ningún tipo de incompatibilidad entre “qué se hace” — el típico “qué es tu padre” que se preguntan los niños, sobreentendiéndose siempre que significa “en qué trabaja”, cuando se podría responder con perfecto desparpajo que andaluz, o diabético, o aficionado a coleccionar sellos — y “cómo se es”.
Pero, no. Parece incorporada al común de las mentalidades la idea de que para desempeñar según qué trabajos no “merece la pena” gastar el tiempo ni el seso en adquirir un saber estar, un saber sentir, un saber hablar, un interesarse por el mundo, por el arte, por la filosofía, por tantas cosas como conforman el pensamiento.
¿No es eso un error? ¿No sería más hermosa una sociedad en la que no se apreciase ninguna diferencia — más allá de, y obviando, todas las diferencias que puedan darse entre un ser humano y otro aun dentro de las condiciones más similares — entre el intelectual, o el artista, o el científico o el filósofo, y el obrero… una vez, claro, que se cambia el mono azul que lo delata por otro tipo de vestimenta?
En una sociedad más lógica no necesitaría ni cambiarse el mono azul, ya que no tendría la menor importancia ni estaría delatando nada, ni estaría dando el cante de que quien lo lleva es (por lo general, y como hay que cuidar tanto la forma de expresarse para no estar siendo incorrecto/a) bastante rudo.
Vamos, que no lo entiendo; que no me entra en la cabeza por qué una formación profesional ha de desentenderse de formar en tantos otros aspectos poco “prácticos”, tal vez, pero tan esenciales a la hora de hacer la vida y el trato y la convivencia de los unos con los otros un poco más encantadores, quiero decir “con más encanto”.
Me quedo, además de con lo didáctica de la exposición, con el arañazo que deja en nuestros tópicos. Alicia reconoce lo que podemos reconocer muchos: que tenemos una mirada equivocada sobre los oficios, y que asociamos a las élites con los libros, y a los oficios con una especie de inferioridad, incluso aunque estén manifiestamente mejor pagados.
Si además de no conseguir eliminar ese equívoco no somos capaces de mantener el sistema de formación de oficios, como apunta el artículo, estamos perdiendo una extraordinaria capacidad de ir construyendo la pequeña empresa y el autónomo sobre nuestro ya triste tejido productivo.
Gracias por el artículo. Muchos estirados como yo lo necesitamos.
¡Ay, madre del amor hermoso! Desde luego, según el artículo, el panorama de reformas educativas pinta mal…
Por supuesto, tal como planteais en comentarios anteriores, la conciencia que se tiene o la valoración que se hace sobre los oficios como si estos determiraran o acotaran las posibilidades de la persona, debe adquirir más matices.Por otro lado, yo creo que los oficios tienen un campo de desarrollo cultural amplio e interesante, y que esta sociedad confunde la cultura con la acumulación de datos, de modo que un filósofo que no haga más que darle vueltas a su funcionamiento racional y psicológico no tiene por qué ser más culto que aquel que siembra el campo y conoce sus misterios, sabe leer en las nubes o en el viento si la cosecha será buena o mala. Los oficios nos relacionan con lo físico, lo bioquímico y los ciclos de la naturaleza en la que vivimos y de la que formamos parte. Así el que borda hace geometría, el que pinta y mezcla sus pigmentos hace alquimia así como el electricista trata con metales y sus propiedades y no alcanza a saber al fin por qué al darle al interruptor se enciende una bombilla, no olvidemos que ese hecho es aún un misterio para la ciencia. Todo lo que se haga buscando cierto nivel de profundidad es cultura, está siendo cultivo y por ello cultiva al individuo. Para que algo cambie es necesario que aparezcan discursos que dejen de asociar la felicidad del hombre y su desarrollo a obtener y gastar dinero cuanto más mejor para que el vecino hable siempre de él, bien o mal, pero que hable. Esta sociedad no fomenta el prestigio, fomenta el poder de unos sobre otros, por lo tanto fomenta los complejos de igual modo.
Óle óle y óle Leocadia!! ¿donde hay que firmá?!!!
Cuando se indica en el artículo que un soldador (por ej.) puede llegar a ganar el doble que un titulado universitario no se indica que ótro titulado universitario puede llegar a ganar más de 10 veces lo que ese soldador que «gana tanto».
Con ello quiero indicar que el modelo de éxito que existe o que predomina es el asociado al éxito económico. Además, si vas trajeado, más éxito. Siendo así las cosas (que lo son, creo) es difícil que los jóvenes se decanten por la formación profesional. En buena lógica van a intentar, en primer lugar, alcanzar el éxito o aproximarse a él y eso, tal y como he indicado, implica realizar estudios universitarios.
Más ejemplos. Decimos: Fulano es un médico excelente (es más, vamos más lejos aún, a todos los médicos les otorgamos, gratuitamente, el título de doctor), pero no escuchamos que García sea un fontanero excelente. Cuando presumimos de nuestros hijos decimos, mi hijo es ingeniero o abogado, pero no solemos decir, para presumir, que nuestro hijo es fresador o tornero…
Y a mi no me parece que deba sorprendernos el que un fresador pueda ganar el doble que un titulado universitario. ¿Por qué no? Es más yo me preguntaría por qué existen las brutales diferencias salariales que existen. Si no calculamos bien los cimientos (ingeniero o arquitecto) la casa se cae. Si no hacemos bien el hormigón (albañil) la casa también se cae. No sé tal vez habría que cambiar nuestras escalas de valores y comenzar por admitir que todos somos igual de necesarios y que eso debe reflejarse de una forma más equitativa en la valoración social y en las retribuciones.
Esta mentalidad son las consecuencias de lo que se ha fomentado durante años en este nefasto pais.
Viniendo de una dictadura fascista en la cual se fomentaban estas ideas incluso en los colegios, con los clasicos y estupidos dichos como «el que vale, vale, y el que no a FP», y donde los fascistoides y los buenas familias ansiaban el estar por encima del otro, y transmitiendo esta creencia a sus hijos, incluso obligandoles a estudiar medicina o empresariales, cuando el joven estudiante a lo mejor era un amante de la mecanica y los motores, o de la cocina.
Tambien las victimas de aquella epoca, los obreros, creian que su pobreza y desprestigio era culpa de su oficio, cuando la culpa era realmente de un sistema opresor de elites y banca. Por lo tanto los pobres tambien ansiaban que sus hijos fueran a la universidad como sea, creyendo que les iba a librar de la pobreza. Que yo sepa a los obreros que se iban de españa a otros paises, les cambiaba totalmente la vida; un albañil en alemania no se comia los mocos!!
Antes de intentar cambiar la calidad educativa o laboral, tambien habria que plantearse cambiar la mentalidad y los puntos de vista de la sociedad española, que esta podrida y huele a rancio. Con nuestro historial socio-cultural, en este pais tenemos a pequeños rockefellers y señores feudales con sus aspirantes a caballeros.
Por la FP y la universidad, una educacion mejor y publica, y un empleo seguro de calidad.
Salud y republica.
PD: absteneros de insultos, señores peperos.