El primer borrador del Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), hecho público en septiembre del 2012, comenzaba como sigue:

La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país. El nivel educativo de un país determina su capacidad de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel educativo de los ciudadanos supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en el mercado global.

Este párrafo fue tan comentado y rechazado que se intentó suavizar en el segundo borrador del Anteproyecto, dejando de encabezar el documento y quedando como sigue:

La educación es el motor que promueve el bienestar de un país; el nivel educativo de los ciudadanos determina su capacidad de competir con éxito en el ámbito el panorama internacional y de afrontar los desafíos que se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos en el ámbito educativo supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una apuesta por el crecimiento económico y por un futuro mejor. 

Comparando ambas redacciones, casi ha sido peor el remedio que la enfermedad. Para empezar, se elimina “La educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel de prosperidad de un país” y se sustituye por “La educación es el motor que promueve el bienestar de un país”, pero no se indica en ningún momento en qué consiste ese bienestar. A continuación, se quita eso de “competir con éxito en la arena internacional” y se sustituye por un texto mal redactado “competir con éxito en el ámbito el panorama internacional”; todo ello para tener que seguir compitiendo, sea en la arena o en el panorama. Para terminar, ahora no se apuesta por “conseguir ventajas competitivas en el mercado global” sino por “un futuro mejor”, aunque uno y otro objetivo acompañan al crecimiento económico y  parten de la premisa de que “mejorar el nivel educativo de los ciudadanos supone abrirles las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación”.

En resumen, se ha pretendido disimular una cierta ideología, para que no ofenda, empleando ambigüedades, como “bienestar” o un “futuro mejor” que tienen uno u otro significado según quien las recibe y cuál es el contexto en el que se emplean. Vano intento, porque el trasfondo de la ley es básicamente mercantilista y sus propuestas de mejora están impregnadas de términos y metodologías propios de una visión estrecha de la economía: la que propone una de las definiciones incluidas en el Diccionario de la Real Academia:

Ciencia que estudia los métodos más eficaces para satisfacer las necesidades humanas materiales, mediante el empleo de bienes escasos.

En esta línea, aunque en el borrador no se habla explícitamente de productividad sí se habla de eficiencia. Es decir, se habla de comparar los recursos empleados  con los resultados obtenidos de manera que cuantos menos recursos se hayan empleado y más logros se hayan conseguido tanto más eficiente se habrá sido. Y el aumento de eficiencia se vincula con un aumento de autonomía de los centros, acompañado de la correspondiente rendición de cuentas; es decir, se deja cierta libertad  y se proporcionan recursos para proponer y desarrollar nuevos proyectos educativos pero estos proyectos deben proporcionar resultados que justifiquen la confianza y la inversión que se han concedido.

En principio parece razonable y necesario. El problema está en que no todos los recursos son cuantificables, como tampoco lo son los resultados. Salvo que asumamos que los recursos son aquellos que se compran o se pagan (edificios, salarios de los profesores, redes informáticas, etc.) y entendamos por resultados las calificaciones y títulos que obtienen los estudiantes. Desde este punto de vista, cuanto más títulos se expendan y más altas sean las notas que se saquen,  gastando el mismo dinero, tanto más eficiente será el sistema. Me da la impresión que la futura ley de educación no va mucho más allá de este planteamiento.

Pero hay muchos otros matices y no todos se pueden contabilizar, solo se pueden percibir sus efectos. Por ejemplo, además de incrementar el porcentaje de aprobados y el número de técnicos cualificados, también son resultados educativos la disminución de conflictos y episodios de violencia, el aumento de la sensibilidad y las manifestaciones artísticas, la flexibilidad y la creatividad ante los cambios, la responsabilidad y el compromiso con los que nos rodean, la satisfacción que cada uno tiene con lo que hace, la implicación de los padres en la educación de sus hijos  y un largo etcétera de comportamientos y de actitudes que van más allá de la sordidez de la subsistencia.

Si esto se tuviera presente, la validez de un proyecto y una metodología no se medirían exclusivamente por el porcentaje de aprobados o la posición alcanzada en un ranking que se construye comparando las puntuaciones que obtienen los colegios en una prueba escrita. Pero me temo que no va a ser así.

En cuanto a la autonomía de los centros, ¿en qué va a consistir? ¿En dejar cierta libertad para elegir el camino sin modificar el punto de destino? ¿En permitir que cada centro reparta como guste un pequeño porcentaje del tiempo lectivo, para que unos colegios dediquen una o dos horas más de las habituales a las enseñanzas artísticas y otros las destinen a las matemáticas? ¿O va a llegar tan lejos como para apostar por proyectos en los que se rompan, parcial o totalmente, la agrupación por edades, los horarios rígidos y la parcelación en asignaturas de los contenidos?

La recuperación de las reválidas y la distribución temprana de los alumnos en distintos itinerarios educativos, a medida que van fracasando en el itinerario central, parece que proporcionan algunas pistas sobre lo que se entiende por autonomía: el requisito necesario para justificar la futura competición entre los centros, concentrando los recursos en los centros con alumnos más brillantes (los llamados centros de excelencia) y permitiendo que los demás se vacíen. Lo cual no significa que la situación actual sea buena y se tenga que mantener. Tampoco parece la mejor estrategia invertir enormes sumas de dinero para conseguir que todos y cada uno, quieran o no, puedan o no puedan, cumplan con los requisitos académicos que establece el propio sistema.

7 comentarios

7 Respuestas a “EFICIENCIA Y RENDICIÓN DE CUENTAS”

  1. Buen análisis, Enrique, y gracias por tu comentario en http://blog.agirregabiria.net/2013/01/cuestionario-sobre-la-lomce.html, donde te respondo con más detalle.

    Saludos cordiales,

  2. Susana Pacheco dice:

    Enrique, sin pensarmelo demasiado quisiera hacerte algunas observaciones. Lo que escribes es interesante, cuestiona el sistema educativo y nos deja huérfanos del sentido -a mi modo de ver- profundo del proceso y papel que juegan educadores y educandos a lo largo de un periodo largo de su vida. Pero sí quiero dehacer el tópico de que este modo de proceder, cuantitativo, rentabilista y utilitario no es patrimonio de los que «disimulan una cierta ideología». Esta es la ideología que impera en todos los grupos políticos, es un mal de nuestro tiempo, o a mi así me parece. Desde hace mucho tiempo en el ámbito de lo laboral en el que me muevo he pretendido introducir una visión de los hechos sin juzgarlos, sólo para la comprensión de algunos fenómenos. Y sigue sin ser entendido.. este modo de proceder se ha quedado en un ámbito restringido, minoritario y no por ello me ha hecho desistir del empeño, pero, de verdad creo, que el modelo al que se cuestiona está compartida por todos los estamentos directivos del mismo. Hace tiempo comprendí por qué todos los «ismos» son perversiones, porque son modelos absolutistas o que pretender dar respuestas a todos los problemas e interrogantes. Un saludo afectuoso

  3. rosa dice:

    Creo que educar en «competir» en vez de «compartir»…es el problema!!!

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Hola Rosa, gracias por tu comentario, al que quiero aportar un matiz, porque suele confundirse lo compartido con lo colectivo y lo colectivo con lo que es bueno para todos. De ahí a la obligatoriedad hay solo un paso:

      El aprendizaje es una experiencia personal que se facilita compartiéndola con los demás y necesita de ellos, pero no exime de la propia responsabilidad, de aquello que cada uno tiene que hacer porque no puede hacerlo otro.

      1. rosa dice:

        Creo que queda mejor asi:

        «competir con» vs. «compartir para»

        ahora que tambien depende de lo que compartas!!!

        Saludos!

  4. Sin duda el anteproyecto de ley es claro: rendimiento de cuentas es igual a número de aprobados. De hecho es patente en todo el documento que sólo interesan los «outputs» (empleo el neologismo del ministro en una comparecencia) frente a las condiciones del sistema educativa, del centro escolar, de las familias, del entorno, etc. etc.
    La cultura de la evaluación que se presenta es una cultura del control, de la homogeneidad y de la segregación. A lo largo del anteproyecto estas cuestiones se van desgranando poco a poco hasta completar una panorama bastante desolador. Frente al intento de los 60 y 70 de presentar las evaluaciones de los proyectos y de las instituciones como una garantía de su funcionamiento, se erige ahora una evaluación entendida como mero control. Ya entonces se marcaba la frontera entre la evaluación entendida como posibilidad de mejora, y la accountability, como rendimiento de cuentas, en su sentido más economista. Esta parece ser la opción que ha tomado el ministro. Parece que 40 años de historia sirven para poco ante la mente obtusa, oscurantista y sesgada de nuestros gobernantes actuales. Triste panorama nos espera. La farsa de la autonomía es un elemento más, tal cual como lo describes en el texto.
    Comparto totalmente tu análisis.

    1. Enrique Sánchez Ludeña dice:

      Uno de los peligros que tiene el anteproyecto es que utiliza algunos hechos (elevado fracaso escolar, disminución de los niveles académicos, peores resultados en las pruebas internacionales que otros países del entorno, etc) sin situarlos en su contexto, así como algunas posibles soluciones (necesidad de la autonomía de centros, de mejora de la formación profesional, de control y racionalización del gasto…) pero orientadas a unos intereses muy concretos.

      Es nuestra responsabilidad informar sobre ello y potenciar una reflexión seria sobre la educación en todos los ámbitos a nuestro alcance. Porque la situación actual, todavía sin LOMCE, tampoco es buena: escuela nominalmente inclusiva pero con prácticas y didácticas que inducen a la selección, falta de respuestas coherentes a la diversidad del alumnado, currículos academicistas y tantos otros temas que intento desarrollar en este blog.

      Gracias por tu comentario.

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