La crisis económica ha producido tal impacto en la sociedad que es completamente lógico que, en la búsqueda de causas y responsables, se hagan todo tipo de razonamientos, desde los más lúcidos a los más disparatados.
En este totum revolutum hay muchos que señalan a la globalización como la gran culpable. Para unos por haber amparado la excesiva libertad de movimientos del mundo financiero. Para otros por haber posibilitado que las empresas cierren sus fábricas para llevarse su producción a otros países con menores costes. Y para otros porque la vinculan con la inmigración, causa, según ellos, de todas nuestras penalidades.
El caso es que carecemos (que yo sepa) de un balance mínimamente riguroso de los costes y beneficios que ha supuesto para cada país la globalización. Y a falta de ello tendemos a opinar sobre este asunto demasiado influidos por apariencias, prejuicios y clichés de moda.
Quizás por eso empiezan a proliferar los líderes políticos que consideran necesario dar marcha atrás en la globalización. Trump es el caso más llamativo, pero no el único. En Europa tenemos varios. Pero, cuando uno escucha esos planteamientos, lo primero que se pregunta es si eso es realmente viable a estas alturas. Porque, si no lo fuera, ¿a qué estarían jugando esos líderes? ¿No será que están tan perdidos y desorientados como el resto de los ciudadanos?
Está generalmente asumido que el fenómeno de la globalización se inició por una serie de hechos y decisiones políticas. Entendido en parte como desregulación y supresión de los controles nacionales sobre la economía, este fenómeno recibió sus primeros impulsos con las políticas de Reagan y Thatcher, allá por los años 80. No cabe duda de que también le dio alas la caída del comunismo soviético, a finales de esa década. Y que, asimismo, fueron decisivas ciertas decisiones posteriores, como las que adoptó Clinton en la desregulación del sistema bancario.
Sin embargo, además de las decisiones políticas, este fenómeno viene muy determinado actualmente por dos tipos de factores: su impacto en la economía y su utilización de la tecnología de las comunicaciones.
Por tanto, cualquier pretensión de dar marcha atrás en la globalización tendría que ser capaz de actuar en ese sentido sobre estos factores.
Pensemos, por ejemplo, en las grandes multinacionales. Para hacerse una idea de su peso en la economía mundial me remito a un estudio que ha establecido un ranking de las 100 mayores entidades económicas del mundo, incluyendo países y compañías. El resultado es que el valor combinado de las 10 multinacionales más potentes, por facturación, es superior a la suma del PIB nacional de los 180 países más pequeños (incluidos Irlanda, Indonesia, Israel, Colombia, Grecia y Sudáfrica). Siendo el valor de las 100 mayores corporaciones cotizadas de 13,9 billones de euros, mientras que el de la economía de Estados Unidos es de 15,8 billones. 54 de estas compañías son de este país. A la luz de estos datos, ¿es posible situar de nuevo las actividades de estas empresas bajo el control regulatorio de los poderes públicos nacionales?
Para que fuera posible los países que dominan la economía mundial tendrían que ponerse de acuerdo en el modo de hacerlo. Pero eso parece política ficción. Entre otras cosas, porque la alternativa a la economía globalizada que tenemos sería, seguramente, que esos países pasaran a competir económicamente entre sí. Y es difícil imaginar a esos gobiernos apoyando a sus empresas en un cierto nivel para que mejoren su cuota en los mercados internacionales y, al mismo tiempo verles, a otro nivel, cooperando para impedir que sus propias empresas (además de las de los otros países) hicieran trampas en esa competencia.
Pero es que, además, para dar marcha atrás en la globalización esos gobiernos también tendrían que poner bajo su control las redes y tecnologías que hacen posible la libertad de intercambio de datos, transacciones y movimientos económicos que tenemos en la actualidad. Y, aun suponiendo que pudieran disponer de la capacidad técnica para hacerlo (y es mucho suponer), eso no solo pondría en contra a los millones de personas que están acostumbradas a esa clase de libertad sino también a las grandes empresas que las desarrollan y las explotan.
Pero seguramente quienes se opondrían con más fuerza a una vuelta atrás en la globalización serían los grandes bancos y fondos de inversión, cuyo peso e influencia en las economías de sus respectivos países es indudable.
Este asunto adquiere una complejidad mucho mayor cuando lo analizamos desde la perspectiva de la Europa del euro. Porque aquí se mezclan y confunden los efectos de la globalización y los de la construcción de la Unión Europea. Entre la globalización y el euro, los países europeos apenas disponen ya de instrumentos con los que actuar en el ámbito de su economía. El vaciamiento de competencias y la pérdida de soberanía en este ámbito es un hecho.
Con lo cual, cualquier intento de los políticos europeos antiglobalización por revertir la situación y volver al pasado implicaría, en gran medida, la salida de sus respectivos países de la UE. Las implicaciones para esos países serían difíciles de imaginar. Viendo la desorientación del gobierno británico, un año después del Brexit, nos podemos hacer una idea.
En estas circunstancias, cuesta creer que los partidos europeos, a derecha e izquierda, tengan clara la fórmula para reconducir la globalización de manera que resultase aceptable a los ojos de sus electorados.
Entre otras razones porque son conscientes de que, sólo desde los estados nación, ya no es posible que los poderes públicos puedan imponer su voluntad a los grandes bancos y fondos de inversión que controlan el grueso de las finanzas mundiales. También lo tendrían difícil con las grandes empresas multinacionales. Así que basan su esperanza en la creación de esos poderes públicos a escala mundial. Y, si a nivel mundial no se ve por el momento posible, al menos intentarlo a escala europea mediante la construcción de la UE política.
Pero esto plantea una enorme contradicción: si la creación de una UE política (con su gobierno y sus competencias ejecutivas) se presenta como la vía más eficaz para reunir el músculo político necesario para hacer frente a las grandes compañías multinacionales, y a los poderes financieros; la construcción de esa misma UE política se haría a costa de llevar a cabo un nuevo vaciamiento de competencias sustanciales a los gobiernos nacionales.
En ese caso, ¿qué competencias les quedaría para seguir llamándose gobernantes? ¿Cuánto tiempo tardarían los ciudadanos en darse cuenta de que la mayoría de las promesas electorales que les hicieran los partidos no podrían cumplirlas porque el poder para ello estaría en manos de ese gobierno europeo? ¿Cuánto tiempo de vida le quedarían a esos partidos? ¿Y podrían convertirse las democracias nacionales en una democracia europea sin desaparecer en ese tránsito? Quizás sea por todo esto por lo que la UE política no acaba de construirse.
Es más que dudoso que, en este panorama, los partidos europeos sepan realmente qué hacer y por dónde tirar. Si añadimos a esto los otros grandes desafíos como, por ejemplo, el de la inmigración, la caída de la natalidad, la robotización y los enormes cambios que se vislumbran en todos los ámbitos con los avances tecnológicos, el desconcierto de los políticos es de tal magnitud que prefieren silenciarlos.
En estas condiciones es lógico que, en el río revuelto, surjan populismos decididos a pescar algo. Y quizás algo pesquen a corto plazo, pero desde luego no es probable que dispongan de soluciones reales. A medio y largo plazo sus opciones serán tan vanas como las de los políticos tradicionales.
En realidad, todo apunta a que estamos ante un cambio de tal envergadura que lo que nos falta, para empezar, es un diagnóstico claro de lo que está pasando y hacía dónde nos llevan los acontecimientos. Y tras ello identificar los cambios que están en nuestra mano para convertir los desafíos en oportunidades.
En este punto resulta oportuno oír lo que decía hace poco el pensador polaco Zygmunt Bauman, recientemente fallecido:
“Los problemas que afrontamos hoy en día no admiten varitas mágicas, atajos ni curas instantáneas; piden nada menos que otra revolución cultural. Por eso también exigen pensamiento y preparación a largo plazo: unas artes que por desgracia prácticamente han caído en el olvido y apenas se ponen ya en práctica en estas vidas ajetreadas que vivimos sometidos a la tiranía del momento. Necesitamos recordar y aprender de nuevo esas artes. Y a fin de hacerlo, necesitamos sangre fría, nervios de acero y mucho valor; y por encima de todo necesitamos una visión realmente y plenamente a largo plazo, y mucha paciencia.”
El principio del fin fue el dominio de la economia especulativa financiera, que se basa en retorcer los numeros de forma que sean capaces de decir lo que alguien quiera.
La desvinculacion del dinero de bienes tangibles en los que apoyarse, la vinculacion del dinero a meras expectativas y entelequias es lo que esta trayendo la ruina a Occidente.
Me disculparan la falta de apoyo documental a la frase anterior, es una intuicion que lamentablemente no puedo probar. La historia dira.
El problema de los politicos, como bien se señala en el parrafo del pensador polaco, mas que la desorientacion es que su brujula son las siguientes elecciones y no les «da tiempo» a Pensar ni mucho menos a Pensar a largo plazo.
Hola Paz, respecto a su primer párrafo no se preocupe en buscar evidencia en apoyo a su idea porque no la encontrará. Tanto los sistemas monetarios (o más precisamente sistemas de pagos) como la contabilidad (técnica necesaria para haber alcanzado un gran nivel de riqueza) están sujetos a la manipulación de quienes los usan –esto es, lo mismo que sucede con cualquier creación humana. Sí, a veces la manipulación alcanza niveles insoportables y parece que nuestra creación ha sido algo horrible, pero ni siquiera en el caso de las armas se puede sacar esa conclusión por la sencilla razón de que esas armas también sirven para disuadir y defender (la hipocresía de los pacifistas es una manipulación asquerosa de la historia de la humanidad).
Respecto a su segundo párrafo, la cita del «pensador» me parece una cereza horrible a un pastel hueco. Los miopes están acostumbrados a que se les diga que no ven las cosas lejanas pero si usted observa verá que todos estamos acostumbrados a no ver –o si prefiere a manipular– lo que podría pasar en el largo plazo (en el análisis económico esta manipulación se hace vía la tasa de descuento, algo esencial para entender por ejemplo el debate sobre las consecuencias del «calentamiento global»).
Paz, quizás estas especulaciones sobre el largo plazo asusten a muchos:
https://www.the-tls.co.uk/articles/public/trump-dynasty-luttwak/?utm_content=buffer270f1&utm_medium=social&utm_source=facebook.com&utm_campaign=buffer
En todo caso, me recuerdan las especulaciones que se hicieron en Chile en agosto de 1980 cuando Pinochet anunció un referéndum sobre su proyecto de Constitución. El proyecto en realidad incluía dos constituciones: una para los primeros 16 años (marzo 1981-1997) y otra para la eternidad. El debate se centró en la primera (dejaba en suspenso partes importantes de la segunda para asegurar que Pinochet gobernara hasta marzo 1997), pero nada de lo que ocurrió después fue siquiera mencionado en esas especulaciones (incluyendo el asesinato del senador Jaime Guzmán en abril 1991, cuando Alwyn ya era presidente; siempre he sospechado que Guzmán fue autor de la segunda constitución para que Pinochet aceptara la primera).
Estamos muy poco, o nada, acostumbrados, a reconocer, por parte de la clase política, una situación de “confusión”, de que ,en verdad, no se sabe muy bien, por dónde llevar a cabo su labor.
Eso, unido a una deshabituación mantenida, por parte de nosotros, los ciudadanos, a cualquier reflexión respecto al modelo social y económico en el que nos desenvolvemos, alimenta un campo de ignorancia donde la realidad se desarrolla a expensas de unas sociedades que no somos capaces de querer crecer.
Y se agradece al autor del artículo abordar esta situación de manera directa y sin tapujos.
Hace poco salía en la prensa la noticia de que, aquí en Madrid, donde muchos de los centros municipales ondean pancartas institucionales haciendo un “caluroso llamamiento de bienvenida a los refugiados”, cerca de unas cuarenta familias sirias han estado vagando por nuestros parques, sin que nadie, parece, haya reparado en ellas, en sus necesidades, y hasta parece que ni en su presencia.
Eso puede dar una idea de la distancia tan grande que parece existir entre la realidad, y lo que los ciudadanos de este modelo social, percibimos de ella.
Porque ya no es solo que, a veces, somos incapaces de reconocer lo que está sucediendo a nuestro alrededor, si no viene representado, a través de imágenes informadas, por lo que comunican medios de comunicación, la mayoría sometidos a presiones e intereses de grupos del propio modelo, sino que, hasta lo que estamos viendo, y viviendo, somos incapaces de insertarlo en un contexto y dentro de una reflexión, que, queramos o no, nos incumbe y del que somos protagonistas.
No somos capaces de, por ejemplo, darnos cuenta de que, seguimos haciendo planificaciones de futuro basadas en los modelos de funcionamiento a los que los políticos no se atreven a reconocerle fecha de caducidad, y que sin embargo, se sabe no se podrán llevar a cabo, siquiera con las pirámides de edad que contempla la dinámica demográfica admitida en nuestras sociedades.
Dinámicas que no tienen en cuenta, como hemos sido de incapaces de observar nosotros, el ciudadano de a pie, que otros grupos de población se mueven ya dentro de nuestras fronteras, y llegan,…. y además, y si las políticas ligadas a la natalidad no varían, y no parece que eso ocurra, porque nosotros ligamos el nacimiento de nuevos seres humanos a que sirvan a nuestros bienestar, sea lo que fuere que entendamos por “estar bien”, nuestras sociedades, en un plazo más bien corto, estarán compuestas elementos humanos y culturales de muy diversa procedencia.
Creemos que cuidamos y defendemos nuestros derechos conquistados, pero parece que nos hemos enquistado, y de la misma manera que no somos capaces, ahora, de hacer una reflexión seria respecto a cómo y a quién hemos puesto obstáculos y aranceles en su propio desarrollo, para acumular nuestros “derechos”, tampoco estamos siendo capaces, o ni siquiera queremos, desarrollar el necesario hábito de pensar y reflexionar en serio sobre lo que estamos viviendo, el porqué de esa tremenda sensación de frustración ante, por ejemplo, la constatación de que, lo que pensábamos era una especie de ley natural, en nuestro modelo social, sobre que los descendientes siempre vivirían mejor que sus antecesores, en una especie de evolución exponencial, sin fin, y sin tener en cuenta al resto del mundo, es….falso.
Los políticos pueden que estén en una situación de confusión y despiste a ese respecto, y que, finalmente, centren la planificación de sus actuaciones a ese número cuatro de años de ejercicio.
El problema es que, la ciudadanía “soberana”, estamos, aún más lejos, de ver y oír otra cosa que no sea que todo va a ir “bien” y en las mismas sendas a las que nos hemos “habituado”.
Desde esos parámetros, parece que son “otros”, los que nos están marcando y diseñando en sus propios e interesados caminos.
Lo curioso es que, aunque siempre tendemos a pensar en “conspiraciones a grandes escalas”, minuciosa y maquiavélicamente construidas, da la impresión, a la vista de los resultados de las políticas intervencionistas de los países “desarrollados”, en el mapa del resto de pueblos, de que, la “inteligencia”, precisamente, no algo que abunde en la “alta política”, y que ese “despiste generalizado” de dirigentes, es algo mucho más “global”, de lo que cabría suponer.
La «politica» deberia ser precisamente la cualidad de prever, analizar y preparar en su caso el futuro de las sociedades. Nada parecido a lo que tenemos: el corto plazo suficiente para asegurarse una situación personal a la sombra de quienes mandan en realidad. Esos no están «desorientados» sino que han preparado desde hace tiempo su programa de vida y el de los demás.
La política es un simple producto social y, por ello, surge del contexto social de cada momento. Un contexto que otros preparan cuidadosamente para hacernos depender de ellos y sus decisiones. Y ahí estamos, sin ningún criterio propio por falta de Cultura, viviendo las vidas diseñadas por otros, tratando de persuadirnos de nuestra «preparación» y alto nivel social cuando, en realidad, nos limitamos a ser simples fotocopias unos de otros, desde la indumentaria a la alimentación, desde la educación a las actividades profesionales, desde el lenguaje a los modelos de información y comunicación…. La uniformidad es la norma: todos monitorizados y bajo control, tras ser convenientemente «ornamentados» con los mismos tatuajes.
Un saludo.
Hola O’farrill, se equivoca en cuanto a preocuparse por lo que la política «debería ser». La política es lo que es: una competencia por acceder y gozar del poder coercitivo legítimo del estado-nación. De igual manera que tantas otras actividades humanas se reducen a una competencia por un premio. La única duda que puede plantearse es si la política es competencia por ese poder pero con el propósito último de servir al «pueblo» o por lo menos a una parte importante y anónima. Pero una y otra vez la historia ha probado que ese no es su propósito último y que por el contrario el premio –es decir, el poder– es el propósito último de quienes deciden participar en la competencia.
Y precisamente porque muchos quieren participar en esa competencia que es la política su segundo párrafo está profundamente equivocado. Cuanto más intensa la competencia por un premio, mayor la diversidad de candidatos. A pesar de que muchos economistas (y otros repetidores) siguen insistiendo en la aplicación del teorema de Hotelling al análisis de la política –lo que implica que todos los políticos se mueven al centro de una distribución normal de la única dimensión relevante (de extrema izquierda a extrema derecha)– me parece claro que esa competencia (y en general las competencias de interés social) se da en varias dimensiones (más exactamente sobre un número indeterminado pero alto de dimensiones) y por lo tanto el grado de diferenciación «ideológica» que uno puede observar en los candidatos siempre es alto.
Sí, yo no diría que la política es un factor importante en la aparente «uniformidad» que usted dice observar en la «sociedad». Resalto ambos términos por su tremenda ambigüedad.
Le recomiendo leer https://en.wikipedia.org/wiki/Hotelling%27s_law
EB: como siempre, muy agradecido a sus precisiones y opiniones. Lo mejor es que, para evitar la «uniformidad», algunas de ellas son distintas y eso es bueno para el debate. ¿Qué pasaría si todos nos limitásemos al pensamiento único?Un saludo.
buenas tardes Don Manuel
El que parte y reparte se queda con la mejor parte.
Estos h.d.p. que nos dicen que nos representan la sabían, vaya si lo sabían y saben perfectamente lo que nos vendrá.
Lo sabían cuando acabaron con el patrón oro en Breton Woods hace casi 50 años, y lo sabían perfectamente cuando cayó el muro y comenzó la estampida de capitales hacia fuera de del otro lado del muro.
Dicha estampida sólo se había contenido hasta entonces porque la transferencia de tecnología y know how hacia zonas del mundo desde las que no se podía controlar que acabaran en manos del oso rojo era tabú.
Y lo sabían. Vaya si lo sabían.
Después sólo se dedicaron a anestesiar con deuda infinita (sólo posible sin un patron oro) a toda esta pandilla de cretinos que somos los vugares mortales para hacernos creer que se podía vivir sin exportar porque, en un perpetuo déficit comercial, en un mundo globalizado donde los que manden no sean democracias y las democracias lo sean cada vez menos.
Me gustaría saber cuanta parte del comercio mundial se hacía entre democracias que aceptaban unas reglas del juego comunes, en 1970 y cuanta en el 2015. Pero no me extrañaría que hubiera pasado del 75% al 40%.
Por cierto para hacer un Ipad, o un cohe decente, o un microprocesador.. hacen falta muchísmos robots, todo el proceso está robotozado, si no no hay calidad posible.
Así que gran parte del coste del proceso es la amortización de esa maquinaria. La mano de obra pesa poco. Es decir que lo mismo se podrían hacer en China, que en India, que en Nantes o Teruel.
Así que si se se fabrican en paises exóticos no es sólo por la mano de obra, hay mas.
Respecto los políticos, sería estupendo que de tan desorinetados que van se cayeran a un pozo y no salieranmas de ahí. Pero no creo que sea un sueño muy real.
No tengas piedad por los políticos, como no la tendrías por quien abandona a sus mascotas o a sus padres cuando llega el verano.
un cordial saludo
Decía Margaret Theacher que creía en la lucha de clases, para ganarla. Y la ganaron, de momento. A partir de ahí se rompieron los equilibrios y los perdedores no sabemos como recomponerlos. La mutua aceptación a renunciar a los objetivos últimos, el compromiso de la razonable distribución del beneficio, el valor añadido que generaban los bajos costes de las materias primas, del incremento de la productividad, nos hizo soñar en un progreso gradual pero infinito, que se ha venido abajo en cuanto los ganadores, sabedores de su fuerza, decidieron romper el tablero de las reglas de juego y ahora la confusión no está instalada por igual en todos sitios, sólo la tienen quienes dicen representar a los perdedores, que siente vértigo de reconocer que roto el tablero del pacto sólo se recompondrá con la dialéctica de la fuerza.Los ilusos que creían que estaban superadas etapas de confrontación nos han hecho mucho daño, eran los únicos que lo deseaban, al otro lado se preparaba el asalto, pieza a pieza desmontaran el modelo que propició el pacto entre capital y trabajo, hasta que eso se les vuelva en contra. Como decía Serrat, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Y cansa, por muy de moda que esté, el lugar recurrente de hablar de los «políticos», identificándolos con carácter general como seres torpes y malvados por naturaleza, empeñados en hacernos la puñeta, cuando con sus sombras y sus luces no son más que reflejo de los pueblos que los eligen.
Hola José Mª, por muchas que sean las similitudes entre los pocos que optan por ser profesionales de la política y el resto de la población, sí hay diferencias que no pueden ignorarse. Algunos dirán que las diferencias sólo reflejan los distintos entornos de los políticos y el resto de la población, pero con el tiempo se ha ido produciendo una autoselección y hoy quienes optan por ser políticos a cualquier nivel saben bien qué talentos se requieren para triunfar –de igual manera que cualquiera de nosotros los reconocemos en las profesiones que hemos estado ejerciendo por largo tiempo. Pero el hecho que uno sepa qué se requiere, no significa que uno necesariamente vaya a triunfar porque el talento se da en grados muy variables y además se requieren otras cosas para triunfar.
En todo caso, hay algo fundamental que sí sabemos. Cuanto mayor es el premio de una competencia, mayor es el número de competidores y mayor el costo que cada competidor está dispuesto a asumir para lograrlo (esto último agravado cuando el costo se puede transferir a terceros, algo propio de la política).
Usted confunde apostadores e ilusos. Los primeros actúan y se juegan su bienestar personal, los segundos sólo hablan. Respecto a un supuesto pacto entre capital y trabajo y a que MT creyó en la lucha de clases, discrepo profundamente. Cualquier acuerdo entre empresas y sindicatos siempre fue parcial y temporario y nunca definió a la economía de ningún estado-nación. MT (una mujer que vivió apostando a su triunfo personal) sí creyó en la política como competencia y compitió para ganar –ninguna sorpresa porque es lo que hacen todos los políticos.
Por último, aunque no me sorprende su afirmación sobre el recurso a la fuerza, me parece que refleja una profunda ignorancia de lo que ha estado pasando en los últimos 70 años. Y me refiero tanto a los países que han sufrido «brotes» de violencia como a los que no sufrido esos «brotes», en particular a aquellos que no sufrieron «brotes» a pesar de un alto nivel de conflicto.
Estimado EB ,es cierto, reconozco mi profunda ignorancia, de los últimos 70 años y en todo en general, solo se que no se nada. Sin embargo estoy convencido, igual por ignorancia, que el modelo de sociedad que ahora está en crisis, el Estado de Bienestar, que convirtió a Europa Occidental en el faro de las aspiraciones de los pueblos que no disfrutaban del mismo oasis de prosperidad sin graves tensiones sociales, se debió a un gran pacto entre capital y trabajo, y no empresa a empresa, sino a través de sus representantes políticos, conservadores liberales o democratacristianos y socialdemócratas, porque ambos eran conscientes de su fuerza. Pues hablo de fuerza, que no de violencia, no han de ir necesariamente vinculadas.Es más, quizás por ignorancia, creo que del actual desequilibrio de fuerzas terminará por generar esos «brotes» de violencia como forma de resolver las desigualdades crecientes.
Y algo sobre las teorías de la competencia leí cuando estudiaba de ello en el IESE o en el IDE-CESEM, o cuando me ha tocado desempeñar responsabilidades de Dirección de RR.HH. Pero también en eso me confieso ignorante, solo puedo hablar desde la práxis de mi corta y nada refulgente carrera política y/o sindical, o del largo periplo profesional en distintos roles y niveles de gestión de una de nuestras más valoradas multinacionales, donde de eso había bastante.
Pero de ambas cosas me he distanciado, y desde esa distancia formulo mis reflexiones, libre de ataduras intelectuales y preocupado porque se reproduzcan ciclos de la Historia que creíamos superados por nuestras sociedades.
Porque más allá de discursos, teorías y diarrea de datos, veo a mi alrededor muchas de las situaciones que me tocó vivir entre finales de los sesenta y principio de los ochenta.
Y terminando, ningún interés tengo en polemizar, y como me reconozco ignorante, nada de lo que digo pretendo que tenga valor «ex cátedra», la etapa de enseñante también ha quedado lejana.
Ayer se recordó un nuevo aniversario de la muerte de Evita. Para los argentinos que éramos pibes cuando ella murió pero que por circunstancias familiares «vivíamos» la política, su corta vida fue una atracción por el amor y el odio que despertaba (su «La Razón de mi Vida» fue lectura obligatoria en la escuela cuando yo tenía 12 años). No se hablaba de Estado de Bienestar pero sí de Justicia Social (yo tenía acceso a un barco de turismo de ese nombre) y ya era claro que los partidos políticos, empujados por la competencia con el peronismo, recurrirían a promesas de beneficios sociales –con y sin fondos fiscales– para acceder al poder. En Argentina no hubo acuerdo social sobre esos beneficios, no lo hubo en el primer gobierno de Perón y no lo hubo en el último de Cristina; sólo hubo un uso estratégico de promesas y cumplimientos para acceder y gozar el poder. La historia argentina luego se repetiría en otros países. No es una estrategia originada en Argentina porque a lo largo de la historia todos los gobiernos y las organizaciones mafiosas han tenido que «dar algo» a la masa de sumisos a cambio de monopolizar el poder coactivo (generalmente legítimo en el caso de los gobiernos, pero no siempre). No importa cómo se disfracen las personas y las cosas, la competencia por el poder coactivo no está sujeta a normas sociales pero si requiere alguna «legitimidad» y de alguna manera hay que construirla y comprarla.
Sí, la crisis económica puso en duda la capacidad de los gobiernos de las democracias constitucionales para seguir cumpliendo sus promesas y por eso no extraña que aparezcan movimientos nuevos que prometen cumplirlas y más aún mejorarlas. Ah, la historia argentina tan llena de esos episodios que los extranjeros no quieren entender pero que muy bien les habría servido si hubieran prestado atención 50 y 60 años atrás. Sí, yo le hablo de mi experiencia de 60 años en los campos donde esas batallas se dieron y donde los fracasos y los éxitos de los gobiernos eran temas rutinarios. Y aunque algunos grupos de interés –organizaciones empresariales o sindicatos de obreros y funcionarios públicos– han sobrevivido por décadas, su supervivencia se explica como cómplices leales de movimientos políticos y gobiernos.
La situación hoy es distinta a lo ocurrido luego de la reconstrucción post-SGM y en tiempos de la guerra fría. Que los conflictos y la violencia (la fuerza siempre implica por lo menos una amenaza creíble de recurrir a la violencia) hoy nos parezcan un problema grave no quiere decir que los contextos sean similares a otras experiencias históricas y ojalá que quienes tomen decisiones que sí pueden precipitar «brotes» de violencia no se guíen por lo que creen haber aprendido de esas otras experiencias. Cada decisión debe hacerse sobre un presente que nunca es igual a un pasado (por similitudes que haya) y en relación a un futuro que necesariamente será distinto de cualquier pasado y que por supuesto no conocemos.
No se trata de enseñar. Se trata de aprender.
Para que no quepa duda, esta es la única Justicia Social que he conocido en mi vida
http://www.lacapitalmdp.com/contenidos/fotosfamilia/fotos/8483