Mecenas Imagen de seoungsuk ham en Pixabay

Según dice Wikipedia, «Mecenas» es la persona poderosa que brinda su apoyo material, o protege mediante su influencia, a artistas, literatos y científicos para que estos puedan realizar su obra.

Este apoyo no es desinteresado, porque proporciona placer, satisfacción personal, influencia, prestigio social y otros beneficios, tangibles e intangibles, por el estilo. Desde tiempos ancestrales ha sido una ostentación de poder, político, eclesiástico, financiero o del tipo que sea. En tiempos del Renacimiento, las ciudades, el papado, las monarquías, las casas nobiliarias, los altos cargos eclesiásticos y los mercaderes enriquecidos competían en la protección de los artistas más relevantes de su época, hasta el punto que casi llegaban a ser los propietarios tanto de su obra como de sus personas. Es paradigmática la pugna entre Florencia y Roma por el trabajo de Miguel Ángel.

Incluso ahora, después de varias revoluciones -francesas, rusas o industriales- este vínculo del arte con la demostración de poder todavía se mantiene. Los mecenas son otros, los Estados, los empresarios, los Thyssen, los Rockefeller, pero la esencia es la misma. Sin embargo, además de alimentar la vanidad, el mecenazgo también es un acto de responsabilidad.

El arte, algo que aparentemente no contribuye a la supervivencia, ha estado presente desde los tiempos más remotos de la humanidad. Entre todo aquello que cada humano puede llegar a ser (asesino, santo, poeta, miserable o depredador) parece que ser artista forma parte de su condición. Le distingue del animal, le hace crecer y evolucionar.

Y tan artista es aquel que esculpe, pinta, compone o se expone sobre un escenario como el que está presente cuando sucede o se encuentra con la obra cien años después. El arte, cuando conmueve, cuando lo es, nos acerca a las estrellas y los vacíos siderales, a ese mundo desconocido del que venimos.

Ya hemos hablado en otros artículos de la diferencia entre arte y entretenimiento, de cómo el poder recela de lo primero y fomenta lo segundo.

El otro día me entero, ignorante de mí, de que no es posible distribuir una película que se ha hecho con la colaboración voluntaria y gratuita y la aportación económica de decenas de personas que creían en el proyecto. No es legal según parece. Para que la película reciba los correspondientes certificados y beneplácitos de la Administración es necesario someterse a un proceso administrativo que incluye el correspondiente paso por la Hacienda Pública, la presentación de presupuestos, facturas y contratos, y demás disposiciones y trámites que se recogen en la Ley 55/2007, de 28 de diciembre, del Cine. En resumen, no se concibe que un proyecto artístico de envergadura se pueda llevar a cabo sin que el Estado intervenga, sin una subvención.

Imaginemos el siguiente supuesto. Un colectivo amante del arte decide poner en marcha una asociación cultural con sus propios recursos, sin recibir ningún tipo de ayuda de la Administración. No tiene ningún afán de lucro, sino simplemente sostenerse y cubrir gastos con las aportaciones económicas que reciba de sus socios y benefactores y aquellas que pudiera recibir cobrando por sus actividades (espectáculos, exposiciones, conferencias, publicaciones). Lo justo para pagar el alquiler, los gastos de electricidad y los servicios necesarios para su funcionamiento. Imaginemos también que alguien quiere regalar su trabajo; es decir, que quiere realizar una labor que se necesita pero no va a recibir dinero a cambio, incluso aunque un tercero sí que vaya a recibir una prestación económica por esa actividad. Pues bien, algo que sin duda mejora la sociedad, algo que beneficia a todos, resulta que los gobiernos, lejos de facilitarlo, lo dificultan.

Y uno llega a la conclusión de que financiar el arte es una forma de resistencia, es contribuir con nuestros recursos a que haya una revolución, es sostener la entrega y el trabajo de los que no se conforman, de los que buscan respuestas y caminos para trascender. Financiar el arte es ayudar a los herejes, a los locos y los marginales, a los que dudan, a los que sueñan, a los que aman, a los que miran más allá de los tejados.

2 comentarios

2 Respuestas a “Mecenas”

  1. Alicia dice:

    Enrique ¡qué bonito! No sé decir algo más elaborado; y me da rabia. Me da rabia porque, oye, abres el blog y miras y ¡oh, mira, me han puesto un comentario qué alegría! Pero cuando vas ilusionado a leerlo te encuentras con un escueto «¡qué bonito!» que, sí, estará muy bien, pero pensarás (y es comprensible, oye, y que yo lo entiendo), pensarás… ¿Por dónde iba yo? Ah, sí, que pensaŕas «¿ qué bonito y nada más, eso es todo?».
    Pues, sí, qué quieres, no se me ocurre nada más; y es por eso, porque me daba no sé que de disgusto dejarte algo tan poco expresivo – entre admiraciones, si, que siempre aportan un poquito más de énfasis, pero, aun así…-, es por lo que me he extendido en palabrerías que, en conclusión y por ir resumiendo vienen a decir que un artículo precioso y que sí, que pienso que lo que dices es cierto, y triste, y limitante y se me ocurre «castrador» porque el artista corre riesgo de doblegarse en beneficio del simple subsistir – que tiene su «aquel», si, pero que como que que… – y convertirse en simple operario de una cadena de montaje.
    Besos y abrazos.

  2. O'farrill dice:

    Tras bastantes años de mi vida en torno al arte, tanto en su vertiente cultural como mercantil personalmente haber ido «por libre» en la gestión de proyectos teatrales ajeno al mundo escabroso de las subvenciones, creo que puedo aportar algunas ideas sobre la figura del mecenazgo o también «patrocinio» de producciones artísticas. Es más, en su momento me atreví a ser candidato para la dirección del Centro Dramático Nacional a pesar de que ya estaba decidido el tema antes de la convocatoria del mismo.
    Arte no es -como dijo Warhol- «todo aquello que el artista dice que es arte». De tal estupidez se desprendería que -como en la canción- todos o una gran mayoría se apuntara a «ser artista». El mundo clientelar de votos de las subvenciones públicas y privadas (estas también son públicas en cuanto son vias de exención fiscal).hacen además que se privilegie y discrimine a unos sobre otros. Unos son promocionados con grandes exposiciones y presentaciones, mientras que en la calle otros muestran excelentes obras que nunca obtendrán reconocimiento público.
    Salvo en el arte clásico ya consolidado, la multitud de obras eclécticas, banales y absurdas que se mueven en el llamado «mundo del arte», ha obligado a multiplicar los «ismos»a criterio de otra multitud de «expertos» que dicen lo que vale y lo que es desechable («La palabra pintada» de Tom Wolf es un divertido relato sobre el asunto, pero hay otras más que ya van cuestionando la supuesta importancia de algunos consagrados).
    Porque en el mundo del arte hay que consagrarse y ésto implica la originalidad de lo producido.
    Una de las formas más directas es la promoción pública institucional en cualquiera de las muchas salas y museos que existen en el territorio nacional compitiendo entre sí por la oferta de sus colecciones, muchas de las cuales no aportan nada salvo quizás sorpresas más o menos interesantes para el público. Otra es conseguir que el mundo del coleccionismo adquiera obras -no por amor al arte- sino para ese mundo especulativo del mercado donde, a mayor precio pagado, más exención fiscal se logra y, como se dice en el artículo,más reconocimiento social basado en el precio. Ya se sabe: «es de necios confundir valor y precio».
    Dicho todo esto la producción artística de cualquier tipo suele -o debería ser- la expresión por unas u otras vías de sentimientos del autor: plásticos, musicales, literarios, etc. Esa exhibición pública -si es sincero/a- lo hace vulnerable pues muestra su intimidad que, como es lógico, no estaría a la venta en el «mercado». Otra cosa es el «oficio» y la habilidad técnica de quienes son capaces de trasladar con su arte personas, escenas, paisajes, etc. bien por encargo, bien por satisfacción personal, bien como forma de ganarse un dinero.
    Lo que sí es cierto que el arte y su mecenazgo o promoción siempre han estado en manos de quienes, con su poder personal o institucional, tienen la capacidad de influir en el resto de la sociedad a través de su exhibición, de su adquisición, de su publicidad informativa, etc.. que ha llevado a los beneficios fiscales correspondientes. En este aspecto resulta curioso como -por ejemplo- hay colecciones importantes con obras que pretenden ser «·originales» cuando son simples copias de taller, de seguidores o de producción masiva….. «Chercher l’argent».
    Un saludo.

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